… Y LE CORTARON LA CABEZA.
En ningún lugar está castigado ser noble, caballero o mendigo. Aunque en honor a la verdad, lo último en algunos lugares está perseguido.
Es el caso de las tierras del gobernador Froilán de Ayala Monteviejo, muchos están a su lado a la hora de condenar esta maldita costumbre, la de pedir digo. Cada día halla mercado o no, cientos de mendigos, atraviesan las puertas de la ciudadela para poder pedir. Niños mujeres y ancianos, suplicantes con las manos, o con pequeñas escudillas con piedras para llamar la atención de los compradores o peatones y paseantes, recorren la pequeña ciudad de Los Azucares en busca de algo o alguien que les alivie su mal.
Comerciantes de diferentes gremios, lo menos hay cien, unos de lana, otros de loza, y a la salida de la ciudadela está instalado Marcos el talabartero. Menudo negocio tiene este, cada día más trabajo, además su hijo mayor Eleuterio es herrador, un buen complemento para el trabajo del padre.
Solo un maestro albañil hay en toda la ciudad, además de ser picapedrero. Tiene un par de bueyes a los que no hace falta herrar, Sócrates le puso su padre, y hace honor a su nombre, porque de listo tiene un rato largo. Tres casas ha hecho ya, a cuál de ellas más caras y más bonitas, piedra de Calatorao, provincia de Zaragoza, productora de piedra negra o mármol negro, que ya los romanos utilizaron, y antes de ellos, los árabes.
En una ciudad pequeña como esta pero gobernada con mano de hierro, por un gobernador que cuando no está de cacería está de banquetes, o de viaje a lugares lejanos, a castillos y casas señoriales de otros de su especie, su territorio queda en manos del mayordomo mayor, siendo el caso que su dueño es el condestable del rey.
Por orden de este último, nadie tiene que mendigar en sus tierras, trabajar sí, se le permite, pero mendigar no. El problema llega cuando muchos de los ciudadanos están impedidos, muchos son tullidos, perdieron algún miembro de su cuerpo en los campos de batalla, a la par que otros muchos murieron en esos lances y todo por orden del rey. Dejaron mujeres viudas, con muchos niños a su cuidado, que andorrean por las calles afanando lo que pueden, aun a riesgo de ser pillados y golpeados sin remisión alguna.
No es la primera vez que muchas familias enteras, han sido desterradas de estas tierras por faltas como esas de forma reiterada, o por simples denuncias sin fundamento, que han dado pié a esta resolución, sin tribunal alguno que los condene, solo por la palabra del gobernador, o en su defecto por la del mayordomo de este en su ausencia.
Chonás en aragonés, -Jonás en castellano-, fue uno de esos desterrados por contestar a un oficial del gobernador. No estaba dispuesto a pagar más impuesto que el que merecía, en función de lo que recogía de su campo, que él también tenía familia y que se estaban muriendo de hambre, por causa de la exigencia de este. Unos días después, mientras todos faenaban en el campo, vieron a lo lejos fuego, era su casa, todos corrieron hacia ella, era demasiado tarde. Menos mal que los animales, una vaca, dos cabras, y unas cuantas gallinas fueron salvadas.
Froilán de Ayala, firmó la orden del destierro, debían abandonar la tierra e irse a otro lugar fuera de su territorio. No llevaban encima más que lo puesto que era casi nada, pero cuatro lanceros les acompañaron hasta los límites de sus tierras no sin antes violar a la mujer y la hija mayor de catorce años. Agradecido tenía que estar que fueran solo cuatro los que los acompañaran que si no…
A Chonás mientras eso sucedía lo ataron a un árbol, con los brazos hacia atrás para que observara con atención el pecado que cometió contra el gobernador. A los niños también los ataron con lazos alrededor del cuello junto a su padre, para que no se movieran de allí.
“Así aprenderás tarado, no se debe desafiar a quién te da de comer.” Le escupieron en la cara y se marcharon sobre sus caballos.
La provocación es mala consejera, también la venganza, entonces ¿qué hacer en esta circunstancia?. Chonás hizo lo mejor, marchar, seguir su camino parando cerca de un arrollo para que todos se pudieran lavar. En un pequeño claro del bosque, se puso a romper ramas pequeñas de álamos, con el fin de dar un poco de techo a su familia numerosa, allí pasaron la noche, escuchando los ruidos del bosque, con el padre en la improvisada puerta de la cabaña con un bastón afilado, haciendo guardia.
Cuando despuntó el alba, le dijo a su mujer que iba a buscar comida, quería encontrar un conejo despistado o cualquier otro alimento cárnico para dar algo a los suyos, sobre todo para los niños que llevan mal el asunto de pasar hambre, sin entender muy bien el porqué. En un pequeño descampado rodeado de zarzamoras vio a unos cuantos de ellos que comían entretenidos las plantas frescas por el rocío.
Tan buen punto estuvo a punto de alcanzar a uno de ellos, de algún lugar salió un guijarro que le dio en la cabeza al conejo. Tres hombres a medio vestir salieron de entre un cañizal próximo e increparon a Chonás con palos y cuchillos en mano.
“¿Qué es lo que haces aquí desgraciado?, este nuestro territorio, no se permite a nadie ir en pos de nuestros alimentos en nuestras tierras.”
“Excusadme señores, no sabía nada al respecto, solo trato de llevar algo a mi familia que está desfallecida después que el gobernador nos echara de mis tierras, tengo niños pequeños y están muertos de hambre.”
Aclaradas las circunstancias de cómo y porqué, don Froilán de Ayala le quemó la casa y se quedó con sus cosechas, entraron en razón y le dieron el conejo. Ellos sufrieron en sus carnes lo mismo que a él le sucedió, de manera que se solidarizaron con Chonás y lo invitaron a su pequeño campamento. Chonás lo comentó con Ísia su esposa, y por el bien de todos decidieron ir al lugar indicado, se había ocupado ya de talar unos cuantos árboles de alrededor y junto a unas grandes rocas del macizo de la montaña, levantaron un campamento más o menos estable.
Con el tiempo Chónas reconoció que aquellas gentes eran autosuficientes, y podían vivir aislados del resto de la población que hasta ahora, habían compartido más desgracias y fracasos que bienaventuranzas de la vida. Al poco tiempo se habían integrado en aquella pequeña comunidad de rechazados de otra forma de vida con otras miras y objetivos que los que aquellos tenían, la mera lucha por la supervivencia.
Hasta una maestra se cuidaba cada día de darles clases para que supieran leer y escribir, es más les llegó a enseñar latín, lengua que no estaba al alcance más que de unos cuantos privilegiados. Pero Chonás tenía todavía en sus retinas el día en que llegaron los soldados del gobernador, de cómo ni siquiera los dejaron acercarse a su casa a recoger sus pertenencias, y luego de cómo los cuatro soldados ultrajaron a su mujer y su hija, dejando a esta última preñada con tan solo catorce años y sin desearlo.
Su mente maquinaba algún plan para vengarse de todo aquello. El caso era que conocían su cara, y que mientras llevaba a cabo su propósito, necesitaba estar cerca del gobernador para poder degollarlo, desde que fue desterrado esa era su obsesión.
“Papá -le dijo su hijo Francho- he conocido a dos hombres que son soldados, dicen los vecinos que han desertado del la guardia del gobernador, tienen caballos y todo, y espadas también.”
Chonás no contestó, y se fue derecho hacia donde estaban los soldados. Estos ya estaban al servicio de la comunidad por su experiencia y su oficio, uno era muy joven y alto, el otro más mayor, enjuto y curtido le hacía las veces de padre, el pobre muchacho todavía tenía cara de miedo, más que de miedo de terror, de saber que si alguien lo reconocía, podría dar con su cabeza por los suelos.
No dijo nada a nadie, pero con el comentario de su hijo Francho nació la idea de su venganza. Se le veía a menudo montando un borrico, y desmontándolo también, fue tantas veces por los suelos que uno de los días no tuvo fuerzas para levantarse de la cama, un mero jergón de paja que había habilitado para dormir. En cuanto tuvo fuerzas y una vez cumplidas las obligaciones de la comunidad, volvió a montar al animal, esta vez con un poco más de fortuna, de ese modo fue adquiriendo con paciencia la práctica necesaria para montar un caballo.
El caballo de uno de los soldados era muy dócil y de buena presencia, de manera que lo pidió prestado para un asunto del máximo interés. Batista -el soldado-, le hizo saber los peligros que corría si pretendía llevar a cabo su misión. Chonás asintió, pero aun así insistió en que le dejara el caballo, la vestidura y su cota de maya y su espada.
No advirtió a nadie de su familia cual era su plan, tampoco se acercó a su zona de campamento con todos aquellos aperos, pero al alba siguiente, cambió su aspecto por completo, ahora se veía a sí mismo como un soldado de aquel malvado gobernador Froilán de Ayala. En cuanto perdió de vista el campamento tuvo que bajar de la montura y vomitar, hasta el caballo se asustó. No se sabe si eso era resultado de ir vestido como iba o… del trabajo que pretendía llevar a cabo.
Pasaron un par de horas hasta que se decidió a montar de nuevo y cabalgar hacia la ciudad, volvió su cabeza dando un fuerte tirón de bridas de su caballo prestado y el aire elevó a los cielos una especie de oración, conjuro, acompañado de un grito que llevó a los dos al galope hacia las torres de guardia de la ciudadela.
Cuando llegó al cuerpo de guardia, enseñó un documento plegado envuelto en un trozo de badana que dijo tenía que enseñar a modo de mensaje al gobernador.
“Dámelo dijo el oficial, desmonta y espera.” “No, imposible, es un documento para entregar en mano, llevo tres días cabalgando con ese compromiso en la mano.” “Bien, pues sigue a este soldado.”
Llegó a la puerta indicada y se le dijo que desmontara, que se cuidarían de su caballo. Tan pronto llegó a la antesala donde se hallaba el gobernador, se inclinó ante él, entonces le pasó el documento. “Levántate soldado, ¿de dónde vienes?.” “Del mismísimo infierno señor, he pasado allí cuatro meses, y no quiero volver.”
En el mismo instante que dijo esto, desenvainó la espada, dio tres pasos adelante y la clavó en el vientre de Froilán de Ayala y Monteviejo, de modo que este no pudo hacer nada más que mirar la hoja con cara de sorpresa, mientras sus tripas se desparramaban por el sillón sin poder hacer nada más, porque la hoja lo tenía sujeto al respaldo tapizado del tal sillón. Todos se quedaron mirando el suceso, nadie podía creer que aquello estuviera pasando.
Cuatro soldados aparecieron como por ensalmo en el salón, eran lanceros, lo apresaron y se lo llevaron entre la mirada de sorpresa de todos los presentes. El resto de acontecimientos de ese día, quedaron velados en la mente de Chonás, ni siquiera le hicieron un juicio, no hubo preguntas, no tuvo visitas en la antesala de la muerte, que a él se le antojaba como una liberación.
Al cabo de unas horas -no pudo precisar cuántas porque el tiempo se detuvo-, lo sacaron a un patio interior, pusieron su cuerpo de rodillas y su cabeza sobre un tronco… y se la cortaron de un tajo con un hachón.
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