LA EXCURSIÓN A CUALQUIER LUGAR.
“¿Qué chicos, ya lo tenéis todo listo?, pues venga a la aventura.” Al padre le encantaba decir esto antes de salir de casa, las dos niñas y el niño subían a coche llenos de ilusión, esas cortas vacaciones de quince días lo era todo para ellos, el mejor regalo que nadie les pudiera hacer.
No es que no tuvieran juguetes o cosas para divertirse, pero esa cita con las vacaciones aventureras eran como un balón de oxígeno, a pesar de que coincidía con la época de comenzar el colegio a finales de Septiembre. Los padres se dedicaban a la venta ambulante y era el único espacio dentro del año en el que todavía se podía disfrutar de buen tiempo.
¡Guardaban todos tan buenos recuerdos de las vacaciones anteriores…!, planeaban el viaje juntos sobre un mapa de España y decidían juntos el lugar donde irían a “veranear”. Estuvieron ya en algunos parques nacionales en distintos puntos de la geografía, ahora por unanimidad queríamos todos ir al pirineo catalán, estaba más cerca de casa, en consecuencia lo disfrutarían más.
Tomaron el camino hacia Andorra, después decidirían hacia dónde ir. El caso es que antes de llegar a La Seu de Urgell, tomaron un camino de pista forestal hacia la derecha, se indicaba Montant, hacía allí se dirigieron con el todo terreno, un coche grande y viejo pero muy fiable.
Se cansaron de andar en subida por allí, esa pista parecía abandonada de la mano de dios, la radio puesta y cantando todo se hizo más llevadero. Al fin, se acabó el mal camino y aparecieron en una gran pradera, el pirineo al fondo como si fuera una muralla infranqueable impresionaba. Pararon a descansar un poco, el camino fue duro, sobre un Land Rover largo 109, todavía más, se pasaron tres cuartos de hora dando bandazos de un lado a otro de los asientos.
Tomaron agua fresca de la nevera portátil y se echaron sobre la hierba, los niños a los cinco minutos ya estaban dándole a la pelota y correteando por el pasto. El padre se quedó dormido brevemente, los brazos y espalda se resentían del esfuerzo de conducir durante tanto tiempo aquella especie de camión.
“¡Mira papá, un rebaño de ovejas…!, después supieron que era Benet, un pastor de la zona, amable y tranquilo, que acompañaba a su rebaño después de haber estado dos días fuera de casa. Los invitó a comer a su casa, así, sin más, a un kilómetro de allí tenía su casa, casi no se percibía desde donde estaban, pero luego fijando bien la vista se veían tres o cuatro masías al fondo del valle.
La mujer cogió a los niños y condujo hasta allí con mucha prudencia, mientras, el padre, acompañaba a Benet a pié hasta la casa. Aunque quisieron insistir en no causar molestias, el pastor subrayaba que no era molestia alguna, que por favor les acompañaran a la mesa ese día. Mientras, el andaba delante del rebaño y dos perros que parecían dos sacos de pulgas, se encargaban de que el pastor no tuviera trabajo alguno en conducir el rebaño.
“Parecen buenos perros los suyos Benet, no se les tiene que decir nada.” “Piensa que sus padres y abuelos han nacido en casa, desde cachorros los llevaba atados a pastar con las ovejas y cabras y mamaron el oficio, que aunque parezca fácil no lo es, con estos dos perros, en cinco años solo he perdido por el camino dos animales, uno a manos de lobos, el otro simplemente se extravió, jamás he vuelto a verlo. Es un buen promedio para un rebaño tan grande, aquí llevo ciento ochenta animales, sin contar los que están en el corral que no pueden salir porque han parido o están pachuchos.”
“Viven ustedes en un paraíso, ¡qué lugar tan bonito…!, y mire usted que hemos estado en sitios de ensueño, a mí particularmente me encanta la montaña, parece viva, siempre cambiante, siempre agradecida con sus habitantes.”
“Es verdad, pero no crea, aquí con todo el modernismo que hay hoy, estamos bastante abandonados, sin ir más lejos el colegio está a punto de cerrar porque hay menos de seis niños ¿qué le parece, es justo esto?.”
“No me diga, eso es cierto?. Pues vaya con el gobierno, entonces se supone que estos críos se quedan sin educación, no me lo puedo creer.”
“Pues créalo, es como le digo. Ahora tenemos cinco, de forma que para el año próximo se cierra la escuela.”
Llegaron a la masía, era grande, hermosa, un tanto descuidada pero con mucho terreno, se veía al margen izquierdo de la misma un huerto, un huerto abandonado, perfectamente vallado y hasta con una puerta de acceso. La esposa ya hacía rato que había llegado, ayudaba en la cocina a Raimunda, la mujer del pastor, alta, toda una mujerona que vestía de negro absoluto, pero se la veía contenta de tener invitados.
“Lo ves chico -me dijo Benet-, ha sido un acierto que os quedarais con nosotros hoy, mira que contenta está mi esposa, después de tanta desgracia nos llega un día de respiro estando vosotros aquí.”
“No veo yo que sean tan desgraciados Benet. Tiene usted su casa, su hacienda y una mujer que lo quiere, no vaya usted a pedir más de lo que se puede tener.”
“Sí, a lo mejor es verdad que soy demasiado exigente. Hace menos de un año, mis hijos, una chica y un chico se fueron a celebrar el fin de año con unos amigos a La Seu, pues bien, por la mañana a las seis vino la guardia civil a decirnos, que habían perecido en un accidente de tráfico por culpa de un conductor que iba bebido. Me hubiera gustado ser yo quien fuera dentro del coche, ellos tenían veintiún años él y diecinueve ella, eran nuestra vida, eran todo.”
El hombre se apoyó en el poste del recinto de las ovejas mientras los perros las hacían entrar dentro en orden. Lloraba un lloro interno, de congoja reservada, quizás no quería que su mujer supiera que había estado hablando del asunto con un extraño. Felipe puso la mano sobre su hombro, no tenía palabras, estaba colapsado por la noticia. En este momento extraño, su mente se quedó casi en blanco, digo casi, porque le vinieron a su cabeza sus hijos, los adoraba, no podría vivir sin ellos.
“Lo siento Benet, no sabes cuánto lo siento. Si a mí me pasara una cosa así…”
“No digas más, se que tú sentimiento es noble, pero eso no me los devolverá. Anda vamos para adentro, que llevo un día y medio fuera de casa y estoy muerto. ¡Verás cuando me vea Raimunda, no me esperaba hasta esta noche!.”
Así fue, cuando lo vio, aunque sabía por su esposa Nuria, que lo hallaron por el camino, en cuanto lo vio se le echo a los brazos. Aquello era todo un espectáculo, en cuanto se sacó la gorra que llevaba de una marca de piensos, se veía que era más joven de lo que él se imaginaba. Lo único que le hacía más mayor era el hecho de que se veía consumido, quizás por el dolor de aquella pérdida, que le había hecho descreer en todo lo que antes era su esperanza, su consuelo.
El resto del día transcurrió tranquilo, excitantemente tranquilo, los niños jugaron fuera de la casa mientras los mayores hacían la sobremesa, Benet dijo que se iba a echar un rato.
Raimunda al quedarse sola con nosotros, nos desveló la intención que tenían desde hacía varios meses. “Nos gustaría encontrar una familia que tuviera hijos para que se viniera a vivir aquí, es decir a nuestra casa. No tenemos familia alguna, eso quiere decir que cuando muramos todo esto se va a morir con nosotros, el colegio el pueblo es otro de nuestros objetivos; no queremos que se cierre, nuestro hijo estaba acabando la carrera para ejercer como maestro, de forma que en su memoria desearíamos que el colegio de Montant no se cerrara.”
Ahí terminó todo. Ellos no comentaron nada más, pero ese deseo quedó grabado en la memoria de los dos. Al final Felipe que no hacía más que bostezar fue invitado a una habitación para que se echara también a hacer la siesta aunque era algo tarde. Se durmió profundamente, tapado con una colcha que cubría la cama, solo se quitó los zapatos. Cuando se despertó era noche cerrada, buscó el baño y después salió a la gran cocina que habitualmente en todas las masías sirve de comedor. Las dos niñas le dieron un buen susto escondidas a cada lado de la puerta de la entrada, estaban divertidísimas, mientras el niño igilado de cerca por las dos mujeres atizaba el fuego del hogar y añadía troncos con cuidado.
“Hola, vaya que bien he dormido, Nuria ves preparando las cosas que tenemos que continuar viaje…, ¿Dónde está Benet?.”
Raimunda le contestó “Ha ido a ordeñar a las vacas, necesitan que se les ordeñe a primera hora de la mañana y a última de la noche. Ve con él porque me parece que a estas horas no iréis muy lejos por estas pistas, el pueblo más cercano está como a una hora de aquí y el camino es difícil.”
“¿Dónde tenéis a las vacas?. Si acaso voy a ayudarle un poco.”
“Sal al camino que tienes a tú derecha y sigue todo recto verás la nave allí.”
Los mugidos de las vacas se oían nada más llegar a mitad de camino, se apresuró y pilló a Benet sacando dos lecheras gigantescas, una en cada mano, las dejó al lado de dos más y lo saludó.
“¿Qué, bien la siesta?, supongo que sí, porque casi empalmas con el día de mañana.” Rió.
“Tienes razón Benet, es que aquí no se oye ningún ruido, parece que uno esté solo en este sitio. Ves, al contrario de la calle donde vivimos, a las seis de la mañana empieza el trajín hasta bien entrada la noche, que asco oye.”
“¿Quieres ayudarme un poco?, tengo que dar el biberón a cuatro terneritos que han nacido hace cinco días.”
“¡Encantado, será toda una experiencia!”
Benet le indicó las cantidades de leche en polvo que tenía que diluir en cada biberón y como dárselo, mientras él acababa de ordeñar. Por los barrotes que evidente están separados unos de otros comenzó a servirles su dosis cotidiana de alimento, se le veía feliz, sonriente, ufano por verse útil. Esa labor le recordaba los biberones que tuvo que preparar para sus niños cuando eran pequeños, la leche de Nuria no tenía suficiente substancia para criarlos solo con la teta.
Cuando terminaron se dio cuenta que habían pasado dos horas sin darse cuenta. Se descalzaron las botas poceras y marcharon para casa después de errar el establo. La cena fue sencilla pero deliciosa, verduras salteadas y truchas con jamón. Volvió a salir el tema que antes iniciara Raimunda, y Benet suscribió todo lo que dijo su mujer antes. Añadió que tenían pensado poner por escrito todo el asunto y que fuera llevado ante un notario para que diera fe de todo.
“Esto lo haríamos, para que quién aceptara el trato, no tuviera dudas respecto a que todo estaría en orden en caso de fallecimiento de los dos. ¿No os gustaría ayudarnos al respecto?, os veo idóneos para que viváis aquí, os gusta la montaña, tenéis unos hijos preciosos y aunque os conocemos poco, estaríamos de acuerdo en hacer el intento por nuestra parte.”
“Gracias a los dos por esa confianza, pero tendríamos que discutir el asunto con calma en familia, daros cuenta que atrás dejaríamos mucho, casa, trabajo, familia y amigos, uf, eso habría que considerarlo con calma.”
“Claro, lo entiendo, pero el hecho de que nos digas eso, todavía me reafirma más. Os veo como la familia clave para estar entre nosotros. Lo que ganas en tú trabajo lo mantendríamos por un período de tres años, dado de alta en la seguridad social por supuesto, como un trabajador más, sin presiones ni exigencias.”
“Bueno Benet, yo no estoy trabajando más que para mi propia empresa, soy autónomo, unos meses ganamos y otros no. Así es la vida del mercader, de forma que no te podría decir cuánto gano o dejo de ganar, nosotros establecemos promedios a lo largo del año, nada más.”
“Pues haz una estimación y me lo dices, no es pedir demasiado creo yo.”
No se pudieron negar a pasar el resto de las vacaciones en la hacienda de Benet y Raimunda, unos días solos y otros acompañados, visitaron la región, con todas sus excelencias. Algunos días, Felipe lo acompañó con el rebaño a pastar por la montaña, a su paso visitaron algunos lagos difíciles de describir, tal era su encanto, le enseñó veredas, Benet se cruzó con otros pastores a quienes presentó, algunos eran franceses. Queriéndolo o sin querer cruzaron la frontera por diferentes lugares, alguna noche que otra durmieron en refugios establecidos con el fin de poder pasar noche. Bebían y comían todos juntos, por la noche, al amparo del fuego que hacían en el interior, se acostumbró a dormir sobre colchonetas bien abrigado, pasó por algunas tormentas pastando bajo los grandes paraguas que los pastores suelen llevar en bandolera.
Cuando volvía a la casa era otro, un hombre manso que trataba con extremo cariño a sus hijos, de vuelta, había llevado sobre los hombros a lechazos, que todavía no podían andar al paso de sus madres, estas siguiendo sus pasos con suma atención, ¡cuánto aprendió Felipe de todo esto!, hacía el amor con su mujer Nuria con un entusiasmo que no era propio de él en la ciudad. Además de eso, se le notaba descansado, jovial y más cerca de la familia que nunca.
¡Cómo pueden unas vacaciones, cambiar el estilo de vida de la gente! pensaba Felipe. Nuria aprendió a matar conejos y gallinas y prepararlos para ser cocinados de forma completamente nueva, adobos y hierbas que jamás imaginara eran ahora su labor diaria, ¡y todo eso lo hacía cantando coplas, que siempre le gustaron!.
Conocieron a las otras familias que los rodeaban, se hicieron amigos de todos. Eso les sirvió a Benet y Raimunda para pulsar la clase de gente que eran.
En todos los ámbitos sucede lo mismo, si quieres conocer bien a alguien, obsérvalo en su trato con los suyos, con la familia y los amigos, si es bueno y todos lo aprecian tienes buen ojo, normalmente serán personas de confianza y manifestarán así que son honrados.
“Bueno Benet, Raimunda, tenemos que regresar a nuestra otra vida -dijo Felipe apenado-, antes de finales de año habremos tomado una decisión, os la aré llegar en persona, prometido. Sois una familia magnífica, quiero que lo sepáis, y hablo en nombre de todos, gracias por haber dejado que nos sintiéramos como en nuestra propia casa, -por el rostro de Nuria y de los niños resbalaban lágrimas, los niños no querían irse de allí- no os preocupéis volveremos a Montant.”
Cuando volvieron a sus rutinas diarias todo cambió, hablaban poco, en la casa a excepción de los ruidos de la calle había mucho silencio. Pero en medio de todo este silencio, la pareja se estaba organizando, para qué, ya se vería.
En Noviembre, con la llegada del frio, el padre organizó una salida, detrás del Land Rover había un gran remolque, el que utilizaban para el mercadillo, limpio de hierros que contenían la parada que diariamente montaban, ahora estaba lleno de cajas de ropa, de un televisor pequeño de 21” y algunas otras cosas que serían necesarias para pasar el invierno fuera, Felipe se hizo de un paraguas que parecía un parasol, con mástil y varillas de madera, rudo pero impresionante.
“¿Adónde vamos papá?” –la hija mayor de once años hizo la pregunta-, “Es una sorpresa hijos, lo sabréis un poco más adelante.
Finalmente llegaron a acuerdos determinados en los términos que se definieron al principio, Felipe no consintió jornal alguno salvo el que le diera de alta en la seguridad social, eso le daría cierto nivel de tranquilidad en el futuro.
Una excursión a cualquier parte excursión a cualquier lugar, dio con nuestro viaje improvisado en Montant, El hijo de Felipe que volvía con las ovejas hacia su casa, nos puso al corriente de cómo ese mágico lugar cambió el rumbo de sus vidas.
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