UNA HISTORIA DE AMOR PERDIDO.
El amor se gana o se pierde en función de quién es el actor de la pérdida o la ganancia.
En este caso en concreto, el amor se perdió sin saberse nada en concreto; es decir que los implicados, no saben a día de hoy que es lo que les separó, porqué riñeron, qué fue el acontecimiento o la circunstancia, que hizo que se desenamoraran.
Fue algo así, como intentar saber, de el porqué llega de pronto una nube, descarga toda su furia y de pronto desaparece. Esta historia va de dos personas, que después de separarse, se quieren más que antes, se auxilian, se llaman con más interés y dedicación que cuando estaban juntas.
Tal es el caso, que con ocasión del parto de la mujer, al primero que recurrió fue a su ex pareja segura de que él lo dejaría todo por estar a su lado en aquellas horas difíciles.
“Por favor Mario, creo que he roto aguas, necesito ir al hospital ya, ¿me puedes ayudar?”.
“En quince minutos estoy ahí, mamá ¿qué tiene que hacer Rosa en este instante, me dice que ha roto aguas?. Dice mi madre que te acuestes y te pongas una toalla entre las piernas, salgo para allá, no te pongas nerviosa”.
Mario le devolvió las llaves del piso cuando dejaron correr su relación, por eso cuando llega al inmueble llama al piso de enfrente de Rosa para que le abran la puerta. Deja el ascensor de lado y sube los dos pisos como una exhalación, ahora frente a la puerta piensa que deberá levantarse de la cama igualmente, no hay otra solución, llama a la puerta y desde fuera le dice
“No vayas deprisa ¿oyes?, poco a poco que hay tiempo”. ¿Qué sabe él de si hay tiempo o no?, se lo dice para tranquilizarla, nada más. Cuando oye el cierre de la puerta se precipita dentro y la abraza, Rosa está muerta de miedo, la conoce y sabe que es así porque lo lee en sus ojos. “Vamos no te preocupes, todo va a salir bien, ¿tienes las cosas preparadas?”.
Una bolsa en el fondo del pasillo dice que sí, que yo tenía todo previsto. Salen del piso, cierra la puerta y llama al ascensor, la vecina sale al descansillo para interesarse. Mario la saluda le da las buenas noches y las gracias por abrir la puerta. “Venga Rosa, tengo el coche en doble fila para que no tengas que andar”. Lo próximo, tratar de que en el hospital haya gente competente y un buen médico obstetra, que se cuentan por ahí unas historias de partos raros que para qué y Rosa no está enferma ni tiene ningún problema que se pueda utilizar en su contra si algo sale mal.
“Buenas, oiga que mi mujer ha roto aguas y ya va de parto”. “Bueno deme sus datos, pero ¿porqué han entrado por urgencias hombre a quién se le ocurre?”. “No, si le parece nos iremos a tomar unas cervezas y vendremos cuando el niño haya nacido, no te fastidia…”
“Yo no digo esto señor, lo que quiero decir es que hubiera podido entrar por admisión y allí la hubiera examinado un médico”.
Todo esto lo hacen los nervios de unos y otros, urgencias está a rebosar de gente y quizás esto atrase todo el proceso de ingresarla si fuera necesario. Sin embargo hay algo que a cualquiera se le puede escapar, Mario no es el padre, y ni siquiera Rosa sabe bien quién puede ser, aunque ha sacado sus conclusiones. Mario piensa que la culpa ha sido suya por dejarla, si hubieran continuado juntos esto no habría pasado.
Empezó todo, cuando estando juntos como prometidos, él entra a trabajar de repartidor con un camión de pescado y va desde el mercado central a las tiendas que compran el material. Rosa no soporta el olor de pescado que siempre lleva encima Mario, tener que cargar y descargar las cajas, hacer viajes a pequeños pueblos vecinos, sin saber a qué hora regresa a casa, día tras día demasiado para ella.
Una chica joven de diecinueve años, con toda una vida por vivir… eso es excesivo para ella. Tiene que vivir, escuchar latir su corazón dentro de su pecho, practicar el sexo cuantas más veces mejor, nació para ello. Mario por su parte no le niega nada que estuviera en su mano, salvo estos excesos de salidas continuas a cines, teatros, conciertos y discotecas. Madruga mucho, eso quiere decir que casi cada día se levanta a las cinco de la mañana, coge el camión frigorífico y al mercado.
Cuando ella se despierta de madrugada y no siente su cuerpo y nota la almohada de al lado vacía, se desespera cada día un poco más. Por el contrario, el jefe de Mario y su esposa que no tienen hijos lo tratan como a un hijo más, además está bien pagado, saben que cumplirá con su trabajo y no volverá al almacén con pedidos sin repartir. Luego en la nave, coge la manguera y limpia la caja del camión meticulosamente con el detergente primero y luego con un buen aclarado.
Para cuando vuelve a casa a las seis o las siete de la tarde se encuentra una nota sobre la mesa: “Cariño he salido con Berta y Carmen, estamos en el centro comercial, las he acompañado, nos vemos más tarde, te quiero”. A veces se encuentra bajo la nota un beso transfigurado que ella ha dejado marcado con el carmín de sus labios. Cuando ella llega a las diez, Mario está en el primer sueño, después de haberse comido un bocadillo se ha quedado dormido en el sofá, ese magnífico invento sustituto perfecto de la cama, cuando te llega el sopor o el cansancio.
No lo despierta, Rosa apaga la tele, se da una ducha rápida y ya la están llamando sus amigas para quedar en tomar unas copas en tal lugar. Puede ser que no se haya dado cuenta todavía, de que es como si estuviera casada, que tiene sus responsabilidades y debe atenderlas. Lo cierto es que nadie le ha enseñado a hacerlo, en casa de sus padres pasaba más o menos lo mismo, pero en otras circunstancias. El padre de Rosa lo llevaba bien, -el que su mujer se fuera con las amigas-, al fin y al cabo cuando llegaba la época de caza, se iba de casa los viernes por la noche, para no regresar hasta el domingo a última hora.
Rosa una de las veces que salió con Eva, -amiga íntima de ella desde el colegio-, fueron a un pub llamado El Camaleón Blanco, y allí le presento a un chico, que opositaba para notario en la universidad. No tardaron ni cinco minutos en conectar, -estás casada, no, yo tampoco, ¿quieres que vayamos a tomar algo a un lugar más tranquilo?, vale- así fue más o menos el tema, terminaron en el jacuzzi que él tenía en su casa, está claro que uno no se mete vestido en un jacuzzi, pues eso, lo demás queda en la imaginación de cada cual.
Creo que también Mario, después de ver que ella no se adaptaba a él, y en consecuencia él a ella, comenzaron a discutir sin sincerarse verdaderamente de cual eran sus inquietudes, y como resultado de sus exigencias mutuas. Mario conocía a no poca gente debido a su trabajo, y eso llevó unido a la falta diálogo entre la pareja, a que buscara comprensión en otros brazos. Esa hambre a menudo es mutua, la chica a la que conoció estaba en unas circunstancias parecidas, aunque diferentes.
En definitiva, después de nacer Ángel, las visitas a casa de Rosa se hicieron más frecuentes, a pesar de no ser hijo suyo, quería seguir de cerca su crecimiento, le compraba peluches y juguetes, pero también otras cosas de utilidad. Pero Rosa una vez hubo dado a luz a su hijo y pasada la cuarentena, se negó a darle de mamar, a pesar de las discusiones que mantuvo con su madre, no hubo forma de convencerla, que darle de mamar, resultaba en un ahorro y en un mejor desarrollo para la criatura.
Todo era poco para aquella criatura llena de vida y sin visas de tener una niñez tranquila. Aunque separados, ahora era él el que se adhería a ella, con el fin de ayudar de algún modo en la formación de aquel niño. Todos los hijos necesitan un padre, pero desgraciadamente no siempre eso es así.
Mario trató de buscar un momento para hacerle entender esto a Rosa, no tuvo éxito, ella esquivaba la conversación, hasta que una tarde después del trabajo lle habló francamente del asunto “Ya tiene a sus abuelos pesado, no has sido capaz de ser un buen marido y ahora resulta que quieres ser un buen padre, quien te entienda que te compre…”. Parecía que tenía todos los vientos en su contra Mario, hasta que se propuso volver a ser eso, un buen padre acercándose a ella. Quería proponerle volver a intentar que su relación marchara, pero para eso, tenía primero que dejar de ser un picaflores como hasta entonces era.
Aunque Mario en su interior la culpaba a ella por haberlo convertido en un crápula, de haber seguido con ella no habría llegado a estos extremos. A Rosa no le hacía falta ningún pretexto, estaba haciendo en aquel momento lo que de verdad le venía en gana, vivir la vida ausente de la responsabilidad del hijo que tenía.
“Mira Mario, deja las cosas como están, yo soy feliz así y tú por tú parte también, de modo que deja de darme la lata con volver, ya sabes cuál es mi respuesta, sin resentimientos ¿vale?”.
Resentimientos no iba a haberlos pero… no dejaba de pensar, principalmente en el niño. Ángel era encantador, siempre sonriente cuando estaba durmiendo, y cuando dormía era la personificación de la paz, todo un tesoro.
El domingo por la mañana se acercó sin previo aviso a casa de los padres de Rosa, la abuela le abrió la puerta y mientras se tomaba un café con ella se dio cuenta de que algo no andaba del todo bien. “Rosa todavía no ha vuelto a casa -le dijo la abuela-, salió el viernes por la noche y todavía no ha vuelto, ese pobre crio se va a criar sin madre, como si lo viera. Llamó por el móvil ayer por la tarde para decir que estaba bien, que estaba no sé donde con unos amigos, ¡abrase visto…!, como nosotros nos ocupamos de todo a ella ya le está bien, que pena Mario, no sé en qué estabais pensando cuando dejasteis correr lo vuestro”. Al poco se oyó a Ángel que arrancaba a llorar, Mario se quedó inmóvil, no podía hacer nada, solo mirar con tristeza el suelo apoyado en el canto de la mesa de la cocina con las piernas cruzadas.
“Si quiere que le diga la verdad Aurelia, no sé a ciencia cierta si estuvimos enamorados alguna vez, yo creía que sí pero después de pensarlo mucho… quizás fue mejor que nos separásemos. A lo mejor es que no teníamos los mismos objetivos en la vida, yo que sé”.
“Puede, pero ya ves tú el propósito que Rosa tiene ahora, el mismo que tenía entonces o peor, porque cualquier día de estos vendrá con otro paquete, y ya no estamos nosotros para desvelos a esta edad. Bastante desvelo tengo yo con tratar de averiguar si va a venir o no a casa para encargarse de su hijo”.
¡En cuantas casas pasan historias como esa!, cuanta gente sonríe de dientes para afuera cuando van acompañando a sus nietos a todas partes, pero la realidad, es, que por causa de esos amores que se pierden, sin quererlo, otras muchas personas sufren el desencanto, de ver como el ritmo natural de la vida sigue vivo.
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
No hay comentarios:
Publicar un comentario