¡QUE VIVAN LOS MÉDICOS¡.
Mi amigo íntimo se pilló los dedos en una pulidora mecánica cuando apenas pasaba de los catorce años, entró en un taller mecánico a trabajar como aprendiz, y para los años de los que os hablo -corrían los años sesenta- la seguridad en el trabajo con en tantos otros medios, brillaba por su ausencia.
En ese tiempo, alguien que no quería estudiar y se buscaba un trabajo tenía -por decirlo de algún modo- que pagar en lugar de cobrar por su labor. En un taller cualquiera, el aprendiz era motivo se mofa y el objetivo de bromas de parte de compañeros que ya eran oficiales. A mi amigo, una de las primeras bromas que le gastaron, fue limar un yunque con una lima, algo imposible de hacer dado la dureza del material del que están hechos estos elementos.
Con toda seriedad, cogió la lima -una larga y pesada- que le dieron, y empezó a tratar de limar sin éxito aquella superficie hecha de acero del bueno. En un resbalón de la lima se pilló dos dedos de una mano contra la inclusa, anular y meñique de una mano chafados. Todos reían como locos, ¡vaya broma más chula…!.
Pues desde entonces la vida de mi amigo ha sido eso una broma, pero una broma pesada, caramba con la broma. Por una razón u otra siempre ha estado en manos de médicos, pero no solo en las consultas, no creas. Ingresado un montón de veces, por accidentes de trabajo casi siempre, solo una vez estuvo ingresado por enfermedad, cuando le operaron de apendicitis, y cuando lo circuncidaron, nada más.
¡Pero las otras veces…!, ¿quién hubiera querido estar en su piel?, nadie os lo aseguro. Él dice que podría escribir una guía de hospitales visitados, pues oye no es mala idea. Visto que tiene experiencia, como los que visitan los restaurantes para dar o quitar estrellas, seguro que nos podría dar idea, de los mejores y peores hospitales y C.A.P de salud de determinadas áreas.
De hecho bien mirado, es una pena. Me dijo un día, que me podía asegurar, que en la mayoría de las ocasiones que por diversas circunstancias ha tenido que ir a un hospital, el servicio es patético, da miedo entrar en esas salas de espera donde los médicos te citan a determinada hora y te consultan, espera y espera una hora u hora y media hasta que alguien -normalmente una enfermera-, te llama por tú nombre y entras a consultarle algo, luego te da un papel para que pidas hora en radiología, o para hacerte un encefalograma, o cualquier otra prueba. Ya puedes esperar sentado, te dan hora para dentro de dos meses, eso en el mejor de los casos, porque si las pruebas son un tanto especiales, esperas tres tranquilamente.
Ahora, después de tantos años de visitas a médicos -tiene una enfermedad chunga, de las que te matan poco a poco sin ser cáncer-, cuando tiene otros síntomas que son nuevos, no dice nada, se calla.
Él argumenta que para qué, ¿empezar de nuevo con más pruebas?, si no saben ni por donde navegan a veces los médicos, pero… hacen falta. Los humanos estamos llenos de malaltías, lo que pasa es que no las vemos, somos como un envoltorio de un montón de porquerías que corren por dentro nuestro. Esas porquerías -bacterias y bichos raros-, se comen los unos a los otros, vamos a suponer que los buenos son los más y ganan, vale, pero solo en esta ocasión, ya veremos la próxima vez.
Mi amigo argumenta, que hay que dejar que el curso natural de las cosas fluya sin impedimentos, como las aguas de un rio, este tío además de estar enfermo es poeta oye. ¡Qué verdad más grande!
Lo mejor de todo es que respeta mucho a los médicos, dice: “Los respeto porque no vaya a ser que me rematen.” Da risa es verdad, pero a ver quién en determinadas ocasiones no ha pensado en lo mismo. No señor, los médicos hacen falta, aunque… “los camposantos estén llenos de sus éxitos”.
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.--..-.-.-.-.-.-.-
No hay comentarios:
Publicar un comentario