domingo, 5 de agosto de 2012

EL DÍA SE LLENÓ DE LUZ Y COLOR.


                    EL DÍA SE LLENÓ DE LUZ Y COLOR.


 Estuvimos todo el día juntos, con nuestras correspondientes familias en el campo, hacía calor allí, después del almuerzo, bajamos a la playa, era una buena caminata. Alrededor de cincuenta, íbamos juntos, los jóvenes delante, montando el lío.
Con las toallas colgadas al hombro, bajamos por el sendero que llevaba a la playa. Entonces la playa estaba sola, danzaba tranquilamente a su ritmo, con las olas continuamente invitando a todo el que se acercara, como si miles de botellas de cava se destaparan al mismo tiempo, embriagando a todo aquel se quisiera brindar con ellas.
A los que íbamos delante, solo nos importaba el baño en aquellas aguas limpias, así que al llegar, tiramos las toallas y las ropas formando una gran pila de todo lo que llevábamos encima salvo el bañador, está claro.
“¿Quién se tira haciendo un salto atrás?” –dijo Manolo-, era delgado y alto, pero de todos, el más simpático. Las chicas hacían corro sin darse cuenta, alrededor de él, por mi parte, estaba contento de tener un amigo así, siempre tenía un chiste entre los labios para hacer reír a todo el mundo, a los mayores también.
Caía un sol de justicia, ideal para el baño en la pequeña playa de Monsolis, cerca de Mataró, el tren de la costa para estas fechas, iba lleno de gentes que tenían casa o simplemente, como nosotros se escapaban para pasar un día de asueto entre el mar y la montaña.
Con dieciséis o diecisiete años, a nosotros los jóvenes nos importaba la diversión, pasarlo bien, lo que significaba acercarnos también a las chicas, hablar con ellas, el verlas en bañador era sin duda un imán, una atracción, ellas dejaban que nos acercáramos, miraban por el rabillo del ojo, daban conversación a quién quería claro. En mi caso como siempre iba acompañado de Manolo, siempre tenía la oportunidad de sentarme junto a ellas. Sabía que a un par de ellas les hacía tilín, como se solía decir entonces.
Cansados de bucear en aquel mar delicioso, llegaba la hora de recogernos, “Oye Juan, podríamos ir a la bolera esta noche”.  “Por mí, vale ¿viene alguien más?”. Parece que al final convenció, con el compromiso de volver a casa a buena hora a cuatro de las allí presentes. Hablamos con sus padres y lo aprobaron sin más.
Entre todas las familias allí presentes, estaba la familia de ella, vivían en la provincia de Tarragona creo, era un matrimonio de lo más recatado, muy buena gente, con una hija, Nuria que desde hacía algún tiempo venía observando. Se distinguía de las demás, por pequeños matices de su personalidad que la hacían sumamente atractiva, aparte claro está, de que era encantadora en conjunto.
Pero para mí era inalcanzable, me daba la impresión de que si le propusiera salir conmigo, me rechazaría de plano. No por nada en concreto, pero… no sé, era como un temor, como años después comentamos, cobardía, aunque no tengo muy claro que ese fuera el adjetivo.
El caso es que dentro de mí, se formaban una serie de dudas que me hacían desistir de llegar a algún acuerdo con ella. ¡Qué imbécil fui!. Resulta que también ella se había fijado en mí, y esperaba que yo me dirigiera a ella. Ya veis, “el uno por el otro la casa y la casa sin barrer”. Pero faltaba la vuelta en tren a Barcelona, el tren venía lleno a rebosar, íbamos casi aplastados los unos contra los otros, me abrí paso hasta llegar a Nuri, se quedó mirándome y yo a ella.
No tenía por mi parte ninguna intención más que protegerla del gentío, y así lo hice, abrí un poco las piernas y los brazos contra el vagón, de ese modo hice un poco de espacio para que no la prensara la gente, ella lo agradeció, aunque era difícil respirar en aquel ambiente lleno de olores a todo, especialmente de aceite solar y sal.
Por fin llegamos a la ciudad, es curioso, durante todo el trayecto, y alguna ocasión más que nos vimos posteriormente en casa de sus padres en El Vendrell, nos mirábamos pero sin que mi lengua fuera capaz  de decirle aquello que deseaba, o lo que pensaba de ella.
Decirle que era mi futuro, que la amaría –al menos lo intentaría con todas mis fuerzas-, que sencillamente podríamos probar a ser buenos amigos, luego el tiempo diría el resto. Nada no fui capaz, desde ese día en adelante tomamos caminos diferentes, ella se comprometió con otro chico, y por mi parte yo hice lo propio con una chica de la colla con la que salíamos todos.
Empezando por mis padres, me dijeron que me equivocaba de persona, pero a esa edad, uno mira más la carne, que el espíritu de las personas. También mi amigo Manuel me hizo algún apunte de quién era presumiblemente mi novia. Cuando nos comprometimos formalmente, ella tenía catorce años, yo dieciocho. Puede parecer extraño, pero tenía un cuerpo que nadie de su edad tenía, quizás eso fue lo que me ofuscó, un cuerpo como la copa de un pino.
Nuria vino un día con su novio a casa que a la sazón era familia de mi cuñado. Familia un tanto lejana, primos creo que eran. Se casaron y a mí me sentó muy mal esto, ¡mira que soy estúpido!, -pensé yo para mis adentros-, “ella se casará con otro”, pero es que yo ya había elegido también…, demencial vamos.
Ahora recuerdo con nostalgia ese día de tren que nos llevó a la playa. Era un día claro, hermoso, de verano, pero para mí ese día, se llenó de luz y color dentro de aquel tren, cuando respiraba su aliento, cuando a pocos centímetros de su cara me dieron ganas de besarla, de aplastar a besos los singulares labios de la que ahora es mi mujer, mi esposa.


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