EL ACEBUCHE.
Como muchas personas en el mundo, el acebuche pasa un tanto desapercibido. Normalmente no está asociado a campos de cultivo de este apreciado fruto, donde incluso ocupando cientos de hectáreas se ve al olivo alineado, con espacios medidos y bien podados cuando llega su tiempo.
Digamos que el acebuche va por libre, no es que camine, no, tampoco que podamos encontrarlo en cualquier jardín, sencillamente es que, se le puede encontrar entre alcornoques, o nogales. El hecho diferencial con el olivo, digamos, clásico, es que no le preocupa que le recorten “el pelo”, que lo afeiten, que lo acaricien y lo mimen, no necesita nada de eso, siempre está presentable, hasta se podría decir que es un árbol envidiado por otros muchos, siempre hay excepciones por supuesto, pero en cuanto al acebuche, ningún árbol se le puede comparar.
Más que un simple árbol es un arbusto, un arbusto de fruto de oro, de exquisitas aceitunas salvajes que hacen el deleite de todos aquellos que las saben paladear.
Si este modelo lo llevamos a la vida humana, nos damos cuenta que hay muchas personas con excelentes frutos en su interior, no están alineados de forma clásica, quizás, ni pertenezcan a ninguna ideología concreta, pero amigo mío… dentro de ellos, a menudo encuentras la esencia de muchas cosas importantes, que dan razón a la vida. A menudo hay que buscarlos entre gentes fuera del contexto “normal” de aquellos, que pensamos son los más inteligentes. Se encuentran entre marginados, pobres, desquiciados y maltratados por semejantes, personas que quieren por estos mismos motivos pasar desapercibidos.
¿Qué donde los puedes encontrar?, los hay por todas partes, debes patearte el bosque de las ciudades y pueblos, en casas humildes, en lugares lejos de los libros, quizás te sorprendas si logras entrar en sus casas, a menudo solo tienen un par de pequeños libros de recuerdo de sus años de estudio, libros que ya están descatalogados, llenos de polvo pero conservados a fin y al cabo. La lógica con la que se “visten” está sacada de sus experiencias, y puede que de sus ideales.
De estos acebuches se puede aprender mucho, puede que no sean bonitos, que estén en terrenos pedregosos y poco atractivos, pero sin duda alguna, comen de la misma tierra que nosotros, beben de los mismos ríos, nacen, crecen y mueren igual que todos los demás. No deberíamos despreciar a los acebuches que crecen a nuestro alrededor, ¡quién sabe si mañana, deberemos hacerles compañía!, eso es, vernos forzados a desalinearnos de estos montes perfectamente trazados, para que se nos pueda extraer el preciado fruto que sale de nuestras frondosas cabezas.
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