QUISE IRME Y NO VOLVER.
¿Quién no ha querido escapar alguna vez de las risas, del jolgorio, de la fiesta?.
¿Quién sin saberlo, se ha sentido desolado, desalentado, sin rumbo?.
A estas, y otras preguntas parecidas, creo que todos contestaríamos, que una u otra vez de nuestras vidas, nos hemos sentido así. En ocasiones cuando estos pensamientos nos han desbordado, hemos pensado, en ir a vivir a lo alto de una montaña, lejos de todo y de todos.
No es extraño este sentimiento, es perfectamente comprensible. Lo malo es, que si me fuera a vivir como un cartujo olvidado, las inquietudes que me llevaron a esta resolución las llevaría conmigo.
Sin quererlo pues participaría a mis seres queridos, de un problema que no era suyo. ¿Sentiría acaso que los hubiera traicionado?, les prometí amor y apoyo, y ahora que ellos lo estaban derrochando conmigo, no les correspondía.
El solo hecho de pensar en irme, como si fuera un ladrón que sale a hurtadillas después de robar, me castigaba el espíritu. ¿Qué podía hacer sino evadirme de todo, estando en mi casa?. La respuesta llegó sola, como llega el rio al mar, de forma fluida, con inconveniencias pero con cierto nivel de celeridad.
Cuando te cambia la vida por diferentes motivos, puedes llegar a aislarte, separarte de tú antiguo sistema de vida, trazarte un proyecto de cuadro, del que no quieres salir como si se tratara de una pintura, que no puede ir más allá de sus límites.
Que no quiere compartir determinadas cosas de la vida, porque puede dañar tú plan de irte. Aunque físicamente estés ahí, no existes, llegas a pensar, que cualquier otra situación diferente a esa, puede dañarte. Los que te rodean –tú familia-, pueden llegar a pensar que eres un caso perdido, que no hay nada que hacer.
Hablan contigo y te convencen de que debes ver a un especialista, en el estudio del comportamiento humano. ¿Sabéis qué?, con todos mis respetos por estas personas, que han dedicado parte de su vida a esa clase de estudios… creo que no saben nada.
Es entonces, cuando después de unas cuantas sesiones haciendo gráficos, dibujos y escribiendo las reacciones a determinadas preguntas, llegan a una conclusión, la que sea –que siempre es respetable-, necesitas equilibrio en tú vida, que equilibrio… ni se sabe, ellos no viven contigo, solo te visitan, te sugieren, te medican, eso es todo.
Cuidado con esta solución, si la sigues a rajatabla, puedes acabar cazando moscas, dejas de ser tú, para convertirte en una pieza de ajedrez que ellos mueven a su antojo. Con la mejor voluntad, no digo que no, pero puedes llegar a ser una cobaya de laboratorio.
Lo digo con conocimiento de causa, la voluntad se ve alterada por el efecto –que quizás ni ellos esperan-, y los antidepresivos o ansiolíticos que te recetan, alimentan futuras visitas a sus consultas. Mientras, los que conviven contigo, te vigilan o te ignoran del mismo modo que lo harían con un periquito que está enjaulado, y que en la medida que canta o deja de hacerlo, lo miran por el rabillo del ojo sin llegar a comprender lo que te pasa.
Si quieren saber la respuesta yo se la doy, no sé explicarlo, sencillamente quise irme para no volver, pero eso hubiera sido demasiado cruel. Es un auténtico dilema este, miras a tú alrededor y te das cuenta que, hay un montón de personas que van a estos centros de consultas para que traten de solucionar su problema, pero los médicos no pueden.
Creo saber el porqué, en un momento u otro de sus vidas, también se ha apoderado de ellos, el deseo de irse y no volver. De modo que, no es tan raro el que a mí, se me haya pasado por la cabeza.
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