viernes, 10 de agosto de 2012

UN ÁRBOL SIN RAÍCES.


                                UN ÁRBOL SIN RAICES.


Imposible, no puede ser, pero… si este mismo árbol estaba ayer al lado del rio, junto al puente, ¿cómo ha aparecido hoy aquí, en mitad del parque?, estoy alucinando, seguro. Vamos a ver, céntrate Antonio.
En este mismo instante, un señor mayor sentado en un banco, dando de comer a las palomas, se da cuenta de que Antonio habla solo, hasta parece, que sus breves paseos nerviosos arriba y abajo del corto paseo, delante del árbol, lo tienen un poco desquiciado.  “¿Qué pasa chico, te ha dejado la novia?”.  Antonio vuelve la vista un tanto sorprendido hacia donde está el viejo, el hombre no ha levantado la vista de su trabajo, dar su pan a las palomas, mientras le interroga.
“Oiga señor, ¿viene usted cada día a este lugar, me refiero a este mismo sitio donde está sentado ahora?”.   “Pues sí, desde hace doce años, ¿qué te parece?, verano e invierno, salvo ayer que estuve en el entierro de un amigo de armas”.  “¿Y eso…?”.  “Un colega con el que fui a la guerra”.  “Pues entonces ahí está la respuesta”.  “¿De qué estás hablando chico?”.  “Pues de que creo, que fue ayer cuando el árbol se mudo aquí, usted no se debería dar cuenta, y se plantó en esa esquina”.  “Venga hombre, ¿cómo va un árbol de esta envergadura cambiar de sitio así como así?, eso es imposible, alguien se habría dado cuenta… vamos, digo yo”.
Antonio pensó entonces, que eso no era estrictamente necesario; en su barrio, había visto cambios casi radicales en calles y edificios. Recordaba con cierta nostalgia, cuando el solar de la panadería, se convirtió en un edificio de cinco plantas, casi de la noche a la mañana. Volvía del taller mecánico cansado, algunos días, agotado, y uno de esos días que cambió de acera para llegar a su escalera, se dio cuenta de que unos obreros, estaban dando los últimos toques al edificio que ya estaba terminado.
Se sorprendió tanto, que al llegar a su casa le preguntó a su madre “Mamá, ¿desde cuando están haciendo este edificio nuevo que está donde el solar del horno de pan antiguo?”.  “Pues no sé, pero más o menos, lo han levantado en cinco meses como mucho”.  “¿Cómo, en cinco meses se puede levantar un edificio así?, no me lo puedo creer”.   “Pues créetelo Antonio, créetelo. A menudo, lo menos evidente, es una realidad. Puede parecerte un espejismo pero es cierto. A mí de joven, me sucedía lo mismo, quizás se deba a que en ciertos momentos de la vida, vemos las cosas de diferente manera que el resto de la gente, no sé, pero es así”.
Esto es solo un pequeño ejemplo, de que determinadas realidades, nos parecen cosas imposibles de que sucedan. Ahora Antonio, en este parque pensaba que lo mismo pudiera haber pasado con aquel fecundo árbol. Aunque había una gran diferencia respecto al ejemplo puesto antes, ese árbol, no había crecido de la noche a la mañana, se había trasladado, que era bien diferente. No había nada que pudiera explicar aquel fenómeno, además, el árbol no era parecido al que él vio en el rio, era el mismo. Admiraba tanto aquel eucaliptus, que le tenía contados los frutos por decirlo de alguna forma. Tenía las mismas inscripciones que gente le habían labrado a golpe de navaja, con corazones y nombres inscritos en su dura madera, heridas de guerra, por ser un árbol, por no poderse defender, de aquellos que se ponían a hacer el amor a su lado, y además inmortalizaban el momento, dejando su huella en él.
“Oiga señor, ¿quiere usted hacerme un pequeño examen para que sepa que ese árbol no estaba aquí ayer?, sé exactamente cuántas inscripciones hay y de quién son los nombres que están grabados en él?”.  “No me llames señor, llámame Elías es mi nombre de pila. Dime una cosa, ¿de qué serviría esto, dime?, podrías haberlas memorizado en cualquier otro momento que yo no estuviera aquí”.  “Cierto, eso no serviría de gran cosa, pero le doy mi palabra de que no he venido aquí nunca, he paseado por muchos sitios de este gran parque, pero aquí no he estado nunca, se lo prometo”.
“No, si yo te creo, el asunto está en el hecho de que a menudo, sin saberlo, estamos en algún lugar sin darnos cuenta, nuestra vista está en un lugar y nuestra mente en otro, algo tan sencillo como eso. Mira, te voy a poner un ejemplo, al principio de venir a este parque, con el único propósito de dar de comer a las palomas, las tenía contadas a todas y cada una de ellas. Hasta a algunas que eran un tanto especiales, por su manera de volar o su carácter vivo, les puse nombres, y las identificaba por el color de su plumaje. ¿Puedes creer que nunca me han ensuciado, ni manchado, con sus cagadas ácidas de por sí?. Hasta que un día me di cuenta, de que era algo un poco inútil lo que estaba haciendo, no sé si fue, que comencé a confundirme o que algunas se iban a buscar de otras manos más generosas, la comida que yo no les daba. Bueno, pues lo cierto fue, que yo creía que venían a decenas a comer de mi mano, pero nunca fue así. Con el tiempo me di cuenta de que desde el principio, llegaban a este banco, a comer los restos de alguien que, antes que yo les había dado comida. En realidad –entonces rió Elías-, venían cada vez las mismas más o menos. Eran unas quince o veinte a mucho estirar, y yo convencido, de que todas las palomas del parque, venían a mi mano a comer cada día”.
“Ya entiendo, tiene razón, a lo mejor lo que me pasa es eso mismo que le sucedió a usted. Oiga Elías, ¿hasta qué hora está usted aquí?”.  “Hasta las seis y media, ¿porqué?”.  “Me da tiempo de sobras, de ir hasta la parte del puente viejo y volver, ¿me espera aquí por favor?”.  “Claro, ves”.  Antonio salió como un gamo, corriendo por mitad del césped para disgusto de algunos que no veían con buenos  ojos eso. Vio el puente a lo lejos y se acercó apretando la carrera, cuando llegó al pequeño sendero por el que tenía costumbre de llegar al rio, paró en seco. Otras veces desde allí mismo, se veía el eucaliptus, con la majestuosidad que lo caracterizaba, se alzaba de entre otros árboles de alrededor. Quiso asegurarse y bajó hasta donde debía estar la raíz del árbol, allí no había más que basura que la gente dejaba, un  frigorífico abandonado con la puerta abierta, cubiertas de coches, bicicletas abandonadas de las que solo quedaba el cuadro…
Volvió al lugar del parque donde en principio conoció a Elías; no estaba allí, miró a su alrededor, no había rastro de aquel peculiar hombre. Observó que en el mismo banco, estaban unos jóvenes que estaban fumando hierba, sentados sobre el respaldo, daba la impresión que no conocieran el propósito del banco. Tres chicos alrededor de dos chicas, no tenían más de dieciséis años de edad, les preguntó si llevaban tiempo allí, escondieron los porros de inmediato, Antonio los tranquilizó, les explicó que allí había dejado a un amigo para que lo esperara, hacía una media hora.  “Imposible, aquí no será, llevamos al menos una hora aquí, y no se ha acercado nadie, nosotros venimos habitualmente a este banco, cada tarde a eso de las cinco estamos los mismos amigos juntos, debes haberte equivocado de sitio”.
De pronto se le ocurrió dar media vuelta, pero lo hizo como si fuera a cámara lenta, torciendo primero el cuello hasta que este no dio más de sí, y luego volviendo el tronco para acabar haciendo la maniobra del volteo. El eucalipto había desaparecido, se acercó al lugar donde lo había visto, él y Elías, que era un testigo confiable. En su lugar, vio un arbusto bastante grande de Adelfas, se arrodilló en el césped, tratando de buscar señales, del antiguo lugar donde había estado el eucalipto, fue inútil, de golpe un golpe de silbato lo sacó de su concentración, el guarda forestal lo vio, Antonio quiso echar a correr, pero no fue lo suficientemente rápido, antes de levantarse del suelo ya tenía al guarda encima.
“Hombre, ¡otra vez tú…!, pero vamos a ver, ¿no te he dicho una y mil veces que en este parque no hay eucaliptos?, venga fuera de aquí, o al final te tendré que denunciar”.  “Mire, se ha mudado al lado del lago, ¡lo veo desde aquí!”.  “¿Qué dices hombre?, aquello es un ciprés, y a su lado hay diez iguales, venga fuera de aquí”.
Al cabo de diez minutos, llegó una ambulancia preguntando por un tal Antonio, el guarda le dijo que estuvo allí y lo que andaba buscando, pero que se había marchado. Nadie supo de él, solo lo que el guarda les dijo.  “A mí me ha dicho que iba a buscarlo a otro sitio, que seguro que se había ido a otro lugar distinto, que ese eucalipto tenía en lugar de raíces patas, a saber dónde anda ahora”.


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