lunes, 10 de junio de 2013


                                   ACCIÓN, REACCIÓN.


Si escupes al cielo, el escupitajo cae sobre tú cabeza, si tiras una piedra al agua, se hunde, si matas, te matan.
Reacciones lógicas, de todas y cada una de las acciones que se recogen como resultado de todo cuanto hacemos, y a veces, de cuanto pensamos, que casi sin darnos cuenta nos lleva a la acción de por sí. La lógica se impone, la mente a menudo manda, sus dispositivos son secretos, esa es la razón por la cual muchas veces, aunque digamos que no tenemos secretos, especialmente con la persona más allegada a nosotros, subyace en nuestro interior, sin quererlo, atisbos de actitudes que son después, acciones.
Acciones incontroladas, no somos capaces de ver, en ese momento, las consecuencias de nuestros actos. Lo comparo con esos pequeños golpes que nos dan los médicos, para analizar nuestros reflejos, sin quererlo, nuestras piernas involuntariamente, se levantan como si tuvieran una vida independiente a nuestros deseos. A los vértigos que nos llevan de cabeza al suelo, sin saber muy bien porqué. Son en definitiva, acciones independientes a nuestro ser, que van, a veces, en contra de nuestros principios, y que solamente, después de analizar, al final del día, todo lo que hemos hecho, se nos da la respuesta.
Todo esto acontece, sin ver, que ahora nos toca pagar la factura, “la reacción”, inevitablemente, forma parte de esa cadena, de nuestra vida.
Sin todo ello, sin acciones y en consecuencia reacciones, nuestra vida no tendría sentido. No somos “terminators” para obrar según se nos ha programado, artificialmente. Todo nuestro organismo responde a impulsos, motivados por una mente perfecta, que nos dibuja distintos panoramas de consecuencias, planifica las consecuencias de todo aquello que llevamos a cabo, lo pondera, y se lo cuenta a nuestra conciencia. Sí, es todo muy complejo, parece muy difícil sobre la práctica, pero todo esto fluye de manera natural, sin anunciarlo a los cuatro vientos, es la acción.
Este brevísimo proceso, es del todo inexplicable, todo ocurre dentro de un sinfín de encadenados sistemas neurológicos, aun estando depauperados, enfermos, degenerativos, el pobre individuo, no sabe que sucede en su mente, no conoce lo que hay dentro de ese casco protector que tiene encima de los hombros, y que se llama cabeza.
Esa es la razón por la cual a menudo, muchas personas aparentan llevar un disfraz permanente, una coraza que les dice a los demás, que es una persona legal. ¿Quién de ellos es el disfrazado, el que actúa de determinada manera, o el objetivo de la acción?, difícil es saberlo, cada cual a su modo, todos en definitiva, somos el eje de acciones que nos califican de determinada manera. Esa es pues razón, para que nos mantengamos siempre en un segundo plano, expectantes, detrás de la barrera de los acontecimientos.
No hacerlo, significa tomar parte en los asuntos ajenos, aun  sin quererlo, y así, después de actuar, se nos juzga. ¿Vale la pena ser un actor?, sin duda que sí, pero desde mi punto de vista, es mejor ser, como en una gran obra de teatro, un figurante, se nos ve igual que a los demás, pero solo participamos con un traje, siempre en segundo término, el público, ni se apercibe de nuestra presencia, somos “el bulto en el escenario”.
Cuando queremos vestir las telas de los protagonistas, nos exponemos a ser aplaudidos o silbados, descalificados, echados con reprobación por el público. Es duro que se nos trate así, pero es normal por otra parte, hemos querido entrar en un papel que no nos corresponde, se nos ha olvidado, que ese papel no es el nuestro. En esa ocasión, no debíamos ser nada más que eso, figurantes de una gran obra.
Así es la vida, el mundo está lleno de arriesgados cabezotas, que no contemplan las consecuencias, gente miope que no ven más allá de sus narices. Tarde o temprano, la propia vida, pone las cosas en su lugar, y a menudo, la reacción que precede a nuestras acciones, puede llegar a matarnos.



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