viernes, 28 de junio de 2013


                                      BIEN ESTÁ SI BIEN ACABA.


Es sorprendente la simplicidad de este dicho, por lo que significa, por la envergadura de su alcance. Es un dicho, que podría definirse como universal, total, y sobre todo, cierto.
Alfonso, un negociante de arroz, al que me refiero en este escrito, es un buen ejemplo de esto. Su familia ha dedicado toda su vida al cultivo de este alimento vital, pero no desde un par de generaciones, no, que le hayan contado y de fotografías que tiene almacenadas unas y enmarcadas otras, desde muchas generaciones. En casa tiene fotografías en color sepia, de sus tatarabuelos, vestidos con traje de pana y faja, con la boina calada hasta los ojos y calzados con alpargatas verano e invierno.
Sus antepasados, fueron de los primeros que llegaron a la comarca del delta del Ebro, y se pusieron a ganarle metros al mar con tierra del interior, entonces tierra casi virgen, con carretas que solo un mulo sería capaz de trajinar, fueron poco a poco trayendo tierras cada vez desde más lejos.
Bien pudieran haber sido protagonistas de la gran novela de Vicente Blasco Ibáñez “Cañas y barro”. Fue así como poco a poco consiguieron construir los bancales de arroz, con cañas y barro, sufrieron mucho, pero el final del trabajo prometía. Y lo consiguieron, algunos de su familia dejaron la salud, otros la vida, pero con los años, el arroz comenzó a enraizar y dar de comer a mucha gente. Ahora, Alfonso con treinta trabajadores a su cargo, disfruta de una próspera industria que le hace viajar por medio mundo, sus arroces son muy apreciados en Estados Unidos, Alemania, y hasta puede parecer mentira, Japón.
Sin embargo, siente un profundo pesar por sus hijos, tres hijos de dos matrimonios, que le tienen consumida la vida. Ha perdido la cuenta, de las veces que se han juntado con mujeres solteras, casadas y separadas, en busca de la felicidad completa, de algo o alguien que los haga estabilizarse. Han tenido no pocas discusiones en casa por este motivo, Alfonso, en lo alto de la cúpula de la industria del arroz, no puede tratar estos asuntos familiares, sin que haya problemas mayores.
Ya nos les sirven los argumentos de los padres a estos tres vividores,  “Lo que os decimos es para vuestro bien, deseamos de todo corazón, que seáis chicos a los que en un momento dado podamos pasar el testigo de nuestro negocio, que viváis bien y felices, con un futuro cierto”.
Nada, de nada les sirven estos argumentos, para ellos es más importante la noche, el mundo de las discotecas y de las drogas, los viajes constantes a Ibiza, donde tienen amigos que los esperan siempre con entusiasmo. Ni siquiera tienen que llevar dinero encima, unas cuantas tarjetas de crédito, les garantizan juergas y viajes durante todo el año.

El negocio del arroz ha pasado a ser, la pesadilla de Alfonso. Su mujer Claudia, no vive más que para servir de moderadora entre las dos partes, padre e hijos, pero está agotada de hacer esta labor. Los hijos acuden a ella, cuando tienen broncas con su padre, Alfonso es más pragmático, más objetivo, desarrolla su papel de forma más fría, está acostumbrado a los negocios, un mundo en el que la oferta y la demanda prima sobre todo, igual que la calidad de sus productos.
Mientras está de viaje en Madrid, le llega una llamada de su esposa que desconsolada le pide que regrese de inmediato. Su hijo mayor, Aurelio ha tenido un accidente en plena M-40, del que ha salido muy mal parado, la llamada no especifica nada más. Se acerca a la clínica La Paz, en la puerta dos policías le comunican que su hijo a fallecido, el exceso de velocidad y la lluvia, hicieron que el Audi, cruzara la mediana para empotrarse contra el pilar de un puente, la muerte ha sido instantánea.
Lleva un mes entero sin salir de casa, su administrador es quién lleva los asuntos del negocio, pero hace falta que él, Alfonso se ponga de nuevo a la cabeza de la nave, los clientes aparte de sentir lo acontecido, no desarrollan los mismos sentimientos que un padre, ellos ven negocio, posibles retrasos en las entregas, camiones que están parados, en espera de las últimas negociaciones directas con Alfonso.
Verónica, la hija menor de dieciocho años se ha ido a Escocia, seguramente, para cambiar del aire viciado que se vive en su casa, es natural en una chica que desde siempre lo ha tenido todo sin más. Claudia su madre le recrimina lo que iba a hacer, pero los amigos por el contrario la han convencido de lo contrario. No tiene fecha para volver, igual se queda allí un año que dos meses, se fue sin decir nada a nadie, salvo una llamada telefónica que hizo desde destino.
Eusebio se ha quedado sin compañero de fatigas, pero pronto sustituye su ausencia por la cocaína, ahora la toma en cantidades desorbitadas. Amigos que se la regalan, por un precio muy inferior a su valor en el mercado. No puede quedarse en casa, pudriéndose como una fruta pasada, necesita salir de este ambiente que le ahoga y lo presiona. No pasa día que no se hable de su hermano fallecido, de lo buen chico que era a pesar de algunos defectos que tenía.
De pronto, un buen día desaparece del mapa, se hace lo posible por encontrarlo, Alfonso tiene un par de amigos que son comisarios de policía, les expresa su preocupación, pero ellos mirándose entre sí, le hacen saber que saben dónde está, y que es lo que hace. Después de la insistencia del primero, unos de ellos, le hace saber, que mañana a las diez de la noche, deben encontrase en determinado lugar de Valencia.
A la noche siguiente, se encuentran en el centro de Valencia y se dirigen con un coche camuflado de la policía al Barrio de La Coma, lugar peligroso donde los haya, los autobuses no paran en este lugar, gente de todas las etnias, se concentran allí en casas de poca altura, se ve a gente vigilando por todas las bocacalles. A Alfonso le parece mentira que su hijo está en un lugar como ese, pero el comisario con uno de sus escoltas al volante paran delante de uno de los bloques. Suben los dos discretamente a uno de los pisos, aquello es una inmundicia, se hacinan del orden de diez personas, hombres y mujeres, que beben y se pinchan, esnifan y vomitan.
En mitad de ese batiburrillo, Eusebio está en una esquina, en compañía de un esqueleto con forma de mujer, medio desnuda, con los ojos entornados, abrazando a Eusebio para que no se le escape. Alfonso lo mira con cara de profunda pena, duda que su hijo lo reconozca en el estado en el que se encuentra, no se acerca a él, habla al oído del comisario y le dice que lo saque de allí.
Al salir a la calle, no puede evitar una nausea que le hace vomitar, el comisario dentro del coche, escucha la radio de la policía, que continuamente está emitiendo avisos. Alfonso entra en el coche y le dice al comisario si lo puede llevar a su casa, este responde que sí, no hay problema, su turno ha terminado. No es cierto, los comisarios están las veinticuatro horas al día pendientes del móvil, pero esta vez puede permitirse un respiro de unos cuantos minutos.
Claudia le pregunta a su marido, pero este no le contesta, solo le dice que su hijo está vivo. Se acuesta, se pone a pensar en que es lo ha hecho, para estar viviendo esta experiencia, en que me he equivocado, la eterna pregunta de un padre, que cree haber hecho sinceramente lo mejor para sus hijos. La madre tiene responsabilidad al respecto, pero Alfonso se mira a sí mismo, de manera introspectiva, se analiza, se auto examina, incluso llega a flagelarse emocionalmente a sí mismo.
¿Qué hacer en estas circunstancias, cómo afrontarlas?. Nadie tiene la respuesta a esta pregunta, de pronto, se ve incapaz de asumir de nuevo el papel de padre, no sabe por dónde comenzar, cuando sus hijos eran pequeños todo eran risas, cuando llegó la adolescencia les dio todo aquello que a él le faltó, pero ¿qué puede hacer ahora que ya son mayores?, ¿reñir con ellos, discutirse e imponer sus pautas?, es demasiado tarde.
Se reúne una mañana, después de haber meditado sobre todo este asunto, con los tres colaboradores de su empresa de su máxima confianza, entre ellos su administrador, amigo del instituto. Necesito llevar a cabo una operación muy importante, no sé el tiempo que me va a llevar, vosotros vais a llevar todos los asuntos de la empresa durante un tiempo.
Echando mano de todos los medios a su alcance, se pone a trabajar en el asunto, primero saca a su hijo Eusebio de aquel barrio infecto, lo lleva a médicos de su confianza, especialistas en casos de este tipo de enfermos y se pasa los días enteros con él, es su hijo, le ha dado muchos motivos de felicidad en su día, se lo debe, es así como se lo plantea, como alguien, a quién le debe gran parte de su felicidad. Deja para ello de lado el negocio, las buenas cosas que ellos han recibido por ser ricos, casas, coches, viajes y caprichos de todo tipo.
Le cuesta muchas lágrimas, ver a su hijo Eusebio reclamando dosis de droga para quitarse el mono de encima, pero juntos lloran y sufren, es lo que debe ser, una lucha sin cuartel. Después de más de un año sin probar el alcohol, ni el tabaco, ni por supuesto las drogas, va recuperándose poco a poco. Comienza a estar estabilizado, viajan juntos a un par de sitios donde Alfonso tiene clientes importantes, presenta a su hijo como el gerente de la empresa, incluso le concede poderes, para poder firmar determinados acuerdos relacionados con la empresa.
Cuando lo tiene recuperado, bajo la supervisión de sus hombres de confianza, viaja a Escocia. Su hija vive en una comuna, donde las libertades son el referente, no es ninguna secta, sencillamente son jóvenes como ella que están sin norte alguno en sus vidas. No tienen límites, no tienen ataduras de ningún tipo, algunos de ellos, han estado fichados por la policía por delitos menores, su hija no se encuentra entre estos afortunadamente. No consumen drogas salvo marihuana, porros, que les hacen sentirse mejor y todavía más libres. Alojado en un hotel de la localidad, y sin interferir todavía en sus decisiones, pasa dos meses, en ese tiempo va congraciándose con los miembros de la comuna, les ayuda en aquello que puede, eso le permite estar más tiempo con su hija. Recaba información de sus mismos labios, acerca de los objetivos que persigue, que tiene en mente. Verónica le confiesa que ninguno, que solo quiere huir, pero no sabe muy bien de qué, ni porqué, su padre la abraza, es un abrazo sentido, caluroso, que expresa el deseo de unión, que se ha visto truncado por los negocios, las ausencias, el deseo de ser un comerciante próspero.
Verónica aprecia los esfuerzos de su padre, Alfonso, como si tratara de un paladín, sin ofuscarse, le pregunta a  su hija, que es lo que puede hacer, para ser la clase de persona que ella espera que sea. Solo quiero tener una familia normal, sentirme querida, sentirme necesaria, ser útil en algo, hasta ahora no he podido tener la oportunidad de demostrarlo.
Vuelve a casa conmigo, procuraré hacer lo necesario, para que tu hermano y tú, tengáis lo que os merecéis. Solo puedo decirte que me perdones, he pensado durante mucho tiempo,  que todo lo que hacía era por vuestro bien, pero ahora veo claramente que estaba equivocado, dame otra oportunidad por favor.
De vuelta en casa, Alfonso sorprende a su esposa, es otra persona, parece que los últimos acontecimientos, hayan causado en él, un efecto de reconsideración de la vida. Cada mañana se despierta sonriente, han cambiado las dos camas de su habitación por una más cómoda, más grande, Claudia está contenta, llevaba sin yacer con su esposo ni se sabe el tiempo, todo comienza a rodar como un perfecto engranaje dentro de la familia.
Se niega a retomar las riendas del negocio, todo marcha bien sin él, nadie es imprescindible aunque sí necesario. Eusebio y Claudia, que ha retomado sus estudios de empresariales de forma seria, le ayudan.
Alfonso entonces reflexiona sobre todo lo ocurrido en los últimos tiempos, bien está si bien acaba, se dice a sí mismo, ojalá alguien, me hubiera dado un buen golpe en la cabeza tiempo atrás, ¡cuántas miserias nos habríamos ahorrado todos!.


                                                           -.-.-.-.-.--.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-








No hay comentarios:

Publicar un comentario