BIEN ESTÁ
SI BIEN ACABA.
Es sorprendente la simplicidad de
este dicho, por lo que significa, por la envergadura de su alcance. Es un
dicho, que podría definirse como universal, total, y sobre todo, cierto.
Alfonso, un negociante de arroz,
al que me refiero en este escrito, es un buen ejemplo de esto. Su familia ha
dedicado toda su vida al cultivo de este alimento vital, pero no desde un par
de generaciones, no, que le hayan contado y de fotografías que tiene almacenadas
unas y enmarcadas otras, desde muchas generaciones. En casa tiene fotografías
en color sepia, de sus tatarabuelos, vestidos con traje de pana y faja, con la
boina calada hasta los ojos y calzados con alpargatas verano e invierno.
Sus antepasados, fueron de los
primeros que llegaron a la comarca del delta del Ebro, y se pusieron a ganarle
metros al mar con tierra del interior, entonces tierra casi virgen, con
carretas que solo un mulo sería capaz de trajinar, fueron poco a poco trayendo
tierras cada vez desde más lejos.
Bien pudieran haber sido
protagonistas de la gran novela de Vicente Blasco Ibáñez “Cañas y barro”. Fue
así como poco a poco consiguieron construir los bancales de arroz, con cañas y
barro, sufrieron mucho, pero el final del trabajo prometía. Y lo consiguieron,
algunos de su familia dejaron la salud, otros la vida, pero con los años, el
arroz comenzó a enraizar y dar de comer a mucha gente. Ahora, Alfonso con
treinta trabajadores a su cargo, disfruta de una próspera industria que le hace
viajar por medio mundo, sus arroces son muy apreciados en Estados Unidos,
Alemania, y hasta puede parecer mentira, Japón.
Sin embargo, siente un profundo
pesar por sus hijos, tres hijos de dos matrimonios, que le tienen consumida la
vida. Ha perdido la cuenta, de las veces que se han juntado con mujeres
solteras, casadas y separadas, en busca de la felicidad completa, de algo o
alguien que los haga estabilizarse. Han tenido no pocas discusiones en casa por
este motivo, Alfonso, en lo alto de la cúpula de la industria del arroz, no
puede tratar estos asuntos familiares, sin que haya problemas mayores.
Ya nos les sirven los argumentos
de los padres a estos tres vividores,
“Lo que os decimos es para vuestro bien, deseamos de todo corazón, que
seáis chicos a los que en un momento dado podamos pasar el testigo de nuestro
negocio, que viváis bien y felices, con un futuro cierto”.
Nada, de nada les sirven estos
argumentos, para ellos es más importante la noche, el mundo de las discotecas y
de las drogas, los viajes constantes a Ibiza, donde tienen amigos que los
esperan siempre con entusiasmo. Ni siquiera tienen que llevar dinero encima,
unas cuantas tarjetas de crédito, les garantizan juergas y viajes durante todo
el año.
El negocio del arroz ha pasado a
ser, la pesadilla de Alfonso. Su mujer Claudia, no vive más que para servir de
moderadora entre las dos partes, padre e hijos, pero está agotada de hacer esta
labor. Los hijos acuden a ella, cuando tienen broncas con su padre, Alfonso es
más pragmático, más objetivo, desarrolla su papel de forma más fría, está
acostumbrado a los negocios, un mundo en el que la oferta y la demanda prima
sobre todo, igual que la calidad de sus productos.
Mientras está de viaje en Madrid,
le llega una llamada de su esposa que desconsolada le pide que regrese de
inmediato. Su hijo mayor, Aurelio ha tenido un accidente en plena M-40, del que
ha salido muy mal parado, la llamada no especifica nada más. Se acerca a la
clínica La Paz, en la puerta dos policías le comunican que su hijo a fallecido,
el exceso de velocidad y la lluvia, hicieron que el Audi, cruzara la mediana
para empotrarse contra el pilar de un puente, la muerte ha sido instantánea.
Lleva un mes entero sin salir de
casa, su administrador es quién lleva los asuntos del negocio, pero hace falta
que él, Alfonso se ponga de nuevo a la cabeza de la nave, los clientes aparte
de sentir lo acontecido, no desarrollan los mismos sentimientos que un padre,
ellos ven negocio, posibles retrasos en las entregas, camiones que están
parados, en espera de las últimas negociaciones directas con Alfonso.
Verónica, la hija menor de
dieciocho años se ha ido a Escocia, seguramente, para cambiar del aire viciado
que se vive en su casa, es natural en una chica que desde siempre lo ha tenido
todo sin más. Claudia su madre le recrimina lo que iba a hacer, pero los amigos
por el contrario la han convencido de lo contrario. No tiene fecha para volver,
igual se queda allí un año que dos meses, se fue sin decir nada a nadie, salvo
una llamada telefónica que hizo desde destino.
Eusebio se ha quedado sin
compañero de fatigas, pero pronto sustituye su ausencia por la cocaína, ahora
la toma en cantidades desorbitadas. Amigos que se la regalan, por un precio muy
inferior a su valor en el mercado. No puede quedarse en casa, pudriéndose como
una fruta pasada, necesita salir de este ambiente que le ahoga y lo presiona.
No pasa día que no se hable de su hermano fallecido, de lo buen chico que era a
pesar de algunos defectos que tenía.
De pronto, un buen día desaparece
del mapa, se hace lo posible por encontrarlo, Alfonso tiene un par de amigos
que son comisarios de policía, les expresa su preocupación, pero ellos
mirándose entre sí, le hacen saber que saben dónde está, y que es lo que hace.
Después de la insistencia del primero, unos de ellos, le hace saber, que mañana
a las diez de la noche, deben encontrase en determinado lugar de Valencia.
A la noche siguiente, se
encuentran en el centro de Valencia y se dirigen con un coche camuflado de la
policía al Barrio de La Coma, lugar peligroso donde los haya, los autobuses no
paran en este lugar, gente de todas las etnias, se concentran allí en casas de
poca altura, se ve a gente vigilando por todas las bocacalles. A Alfonso le
parece mentira que su hijo está en un lugar como ese, pero el comisario con uno
de sus escoltas al volante paran delante de uno de los bloques. Suben los dos
discretamente a uno de los pisos, aquello es una inmundicia, se hacinan del
orden de diez personas, hombres y mujeres, que beben y se pinchan, esnifan y
vomitan.
En mitad de ese batiburrillo,
Eusebio está en una esquina, en compañía de un esqueleto con forma de mujer,
medio desnuda, con los ojos entornados, abrazando a Eusebio para que no se le
escape. Alfonso lo mira con cara de profunda pena, duda que su hijo lo
reconozca en el estado en el que se encuentra, no se acerca a él, habla al oído
del comisario y le dice que lo saque de allí.
Al salir a la calle, no puede
evitar una nausea que le hace vomitar, el comisario dentro del coche, escucha
la radio de la policía, que continuamente está emitiendo avisos. Alfonso entra
en el coche y le dice al comisario si lo puede llevar a su casa, este responde
que sí, no hay problema, su turno ha terminado. No es cierto, los comisarios
están las veinticuatro horas al día pendientes del móvil, pero esta vez puede
permitirse un respiro de unos cuantos minutos.
Claudia le pregunta a su marido,
pero este no le contesta, solo le dice que su hijo está vivo. Se acuesta, se
pone a pensar en que es lo ha hecho, para estar viviendo esta experiencia, en
que me he equivocado, la eterna pregunta de un padre, que cree haber hecho
sinceramente lo mejor para sus hijos. La madre tiene responsabilidad al
respecto, pero Alfonso se mira a sí mismo, de manera introspectiva, se analiza,
se auto examina, incluso llega a flagelarse emocionalmente a sí mismo.
¿Qué hacer en estas
circunstancias, cómo afrontarlas?. Nadie tiene la respuesta a esta pregunta, de
pronto, se ve incapaz de asumir de nuevo el papel de padre, no sabe por dónde
comenzar, cuando sus hijos eran pequeños todo eran risas, cuando llegó la
adolescencia les dio todo aquello que a él le faltó, pero ¿qué puede hacer
ahora que ya son mayores?, ¿reñir con ellos, discutirse e imponer sus pautas?,
es demasiado tarde.
Se reúne una mañana, después de
haber meditado sobre todo este asunto, con los tres colaboradores de su empresa
de su máxima confianza, entre ellos su administrador, amigo del instituto.
Necesito llevar a cabo una operación muy importante, no sé el tiempo que me va
a llevar, vosotros vais a llevar todos los asuntos de la empresa durante un
tiempo.
Echando mano de todos los medios
a su alcance, se pone a trabajar en el asunto, primero saca a su hijo Eusebio
de aquel barrio infecto, lo lleva a médicos de su confianza, especialistas en
casos de este tipo de enfermos y se pasa los días enteros con él, es su hijo,
le ha dado muchos motivos de felicidad en su día, se lo debe, es así como se lo
plantea, como alguien, a quién le debe gran parte de su felicidad. Deja para
ello de lado el negocio, las buenas cosas que ellos han recibido por ser ricos,
casas, coches, viajes y caprichos de todo tipo.
Le cuesta muchas lágrimas, ver a
su hijo Eusebio reclamando dosis de droga para quitarse el mono de encima, pero
juntos lloran y sufren, es lo que debe ser, una lucha sin cuartel. Después de
más de un año sin probar el alcohol, ni el tabaco, ni por supuesto las drogas,
va recuperándose poco a poco. Comienza a estar estabilizado, viajan juntos a un
par de sitios donde Alfonso tiene clientes importantes, presenta a su hijo como
el gerente de la empresa, incluso le concede poderes, para poder firmar
determinados acuerdos relacionados con la empresa.
Cuando lo tiene recuperado, bajo
la supervisión de sus hombres de confianza, viaja a Escocia. Su hija vive en
una comuna, donde las libertades son el referente, no es ninguna secta,
sencillamente son jóvenes como ella que están sin norte alguno en sus vidas. No
tienen límites, no tienen ataduras de ningún tipo, algunos de ellos, han estado
fichados por la policía por delitos menores, su hija no se encuentra entre
estos afortunadamente. No consumen drogas salvo marihuana, porros, que les
hacen sentirse mejor y todavía más libres. Alojado en un hotel de la localidad,
y sin interferir todavía en sus decisiones, pasa dos meses, en ese tiempo va
congraciándose con los miembros de la comuna, les ayuda en aquello que puede,
eso le permite estar más tiempo con su hija. Recaba información de sus mismos
labios, acerca de los objetivos que persigue, que tiene en mente. Verónica le
confiesa que ninguno, que solo quiere huir, pero no sabe muy bien de qué, ni
porqué, su padre la abraza, es un abrazo sentido, caluroso, que expresa el
deseo de unión, que se ha visto truncado por los negocios, las ausencias, el
deseo de ser un comerciante próspero.
Verónica aprecia los esfuerzos de
su padre, Alfonso, como si tratara de un paladín, sin ofuscarse, le pregunta
a su hija, que es lo que puede hacer,
para ser la clase de persona que ella espera que sea. Solo quiero tener una
familia normal, sentirme querida, sentirme necesaria, ser útil en algo, hasta
ahora no he podido tener la oportunidad de demostrarlo.
Vuelve a casa conmigo, procuraré
hacer lo necesario, para que tu hermano y tú, tengáis lo que os merecéis. Solo
puedo decirte que me perdones, he pensado durante mucho tiempo, que todo lo que hacía era por vuestro bien,
pero ahora veo claramente que estaba equivocado, dame otra oportunidad por
favor.
De vuelta en casa, Alfonso
sorprende a su esposa, es otra persona, parece que los últimos acontecimientos,
hayan causado en él, un efecto de reconsideración de la vida. Cada mañana se
despierta sonriente, han cambiado las dos camas de su habitación por una más
cómoda, más grande, Claudia está contenta, llevaba sin yacer con su esposo ni
se sabe el tiempo, todo comienza a rodar como un perfecto engranaje dentro de
la familia.
Se niega a retomar las riendas
del negocio, todo marcha bien sin él, nadie es imprescindible aunque sí
necesario. Eusebio y Claudia, que ha retomado sus estudios de empresariales de
forma seria, le ayudan.
Alfonso entonces reflexiona sobre
todo lo ocurrido en los últimos tiempos, bien está si bien acaba, se dice a sí
mismo, ojalá alguien, me hubiera dado un buen golpe en la cabeza tiempo atrás,
¡cuántas miserias nos habríamos ahorrado todos!.
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