lunes, 10 de junio de 2013

                           CUANDO LA VI AQUELLA MAÑANA…


Creí morir, pensé que era imposible que existiera algún ser así. Que era una broma que mi pobre vista me estaba haciendo.
Me froté los ojos, sacudí la cabeza, busqué una sombra para cerciorarme que no me equivocaba. Volví a mirarla, cualquiera que me pudiese ver en esa circunstancia, pensaría que me había vuelto loco.
Hasta yo mismo me di cuenta, que no podía abrir más los ojos. Pasó por mi lado, me saludó entre muchos otros amigos que nos rodeaban, mis piernas comenzaron a temblar. ¡Es lo más hermoso que nadie puede imaginar!. Un suave perfume, golpeó mis sentidos, de forma tal, que quedó marcado a fuego en mi memoria.
Desde ese día, no he dejado de soñarla, ni un solo día he perdido su referencia, ¡y han pasado años…!, un retrato de ella sobre mi mesilla de noche, me recuerda continuamente quién es, lo que ha hecho de mí.
Os podría contar, que cuando la conocí era rubia, que ahora tiene el cabello plateado, casi blanco. Pero, rubia, morena, o con cualquier otro color que halla pasado sobre su cabeza, la sigo adorando como la primera mañana que la conocí.
He de ser sincero, no sé si fue una mañana o una tarde cuando me fijé en ella, ni siquiera si era de noche, pero amaneció el día para mí, el momento que la vi.
No quiero destacar su belleza, no hace falta destacarla, sin embargo, sí que debo decir, que no he visto jamás, mujer como ella.
Sus gestos, su andar, su atención y cuidado, hace, de la que hoy es mi esposa, la persona más importante de mi vida. Hasta esa mañana en que la vi, andaba a oscuras, en medio de una singular niebla, entre tormentas inimaginables.
Pero ella tiró de mí, me sujetó, me guió, y luego, me obsequió con todos  los besos que tenía guardados para una ocasión como esa.
Aquella mañana…, a punto de saltar todas las alarmas que hay en mi cuerpo, me sujetó con fuerza, no me dejó escapar, no quiso que me precipitara en aquel mar de desgracias.
Ahora, despierto cada mañana a su lado, cuando me acuesto me arropa, me ama, ¿qué más puedo pedir?.
En silencio me mira, observa que es lo que hago, sabe bien, que cuando la vi esa mañana, me entregaría a ella en cuerpo y alma. No dejo de preguntarme, cuantas locuras me habría ahorrado, si la hubiera conocido antes.
Quizás, es que solo necesitaba tener la vista clara, un horizonte al cual llegar, un objetivo. Sin duda alguna, el que ella me dio, el que en silencio, sin hablar siquiera, hizo que determinara que estábamos hechos el uno para el otro.
Antes de ella, tinieblas, frustración, asco de mí mismo, eso es lo que sentía. La mañana que la conocí, me cogió las manos, me tomó como quién rescata a alguien que está a punto de ahogarse, me dijo ven conmigo.
Me cautivó esa presencia suya, su delicado perfume, su preciosa figura, y desde entonces, recuerdo cada momento que vivimos juntos, desde que la vi aquella mañana.



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