domingo, 23 de junio de 2013


                                                ACELERADO.


Voy a tope, no si es bueno o malo, pero no puedo evitarlo.
Noto como dentro de mí, determinados resortes, que imagino están automatizados, engranan y cambian, como si fuera un embrague gigantesco, pero de carne y hueso.
Alrededor, personas y cosas, reciben mi atención pero de manera fugaz, no me puedo parar a socorrer a nadie, voy a mil por hora.
Comidas ligeras y desordenadas, pausas para descansar, que son más que eso, prisa por volver a salir disparado como un ariete de guerra. Sueño fugaz, que no es descanso auténtico, pensamientos que se agolpan a las puertas de mi mente, y que necesitan ser despachados con urgencia.
Creo que me estoy volviendo loco, por la mañana, una pastilla para aquello, dos para eso otro, dos más para lo de más allá, al mediodía igual y por la noche más de lo mismo. Pienso que soy un puñado de recetas con patas.
Unas veces algo me obliga a parar, no sé lo que es, pero me deja varado, como el auto que necesita una revisión, y tan buen punto se ponen a revisarme, salto de los caballetes y a correr de nuevo.
Mis ojos, por suerte o por desgracia, hacen millones de fotografías a todo color, o por lo menos eso pienso yo, quizás los médicos dirían que no, que son fotos en color sepia, que estoy confundido.
Me asomo a la terraza sin interés, y en algunos momentos, me calmo, una calma relativa claro, porque no puedo dejar de pensar en lo más profundo de mi subconsciente, que tengo muchas cosas que hacer y decir. Se me dispara la alarma y vuelvo a poner la directa.
¿Cuánto tiempo hace que no salgo a la calle…?, no me acuerdo, no me acuerdo de muchos de mis amigos, no recuerdo las caras de mis hermanos, tampoco sé el día en el que vivo, probablemente sea sábado, da lo mismo. ¿De qué sirve saber el día en el que vives, si siempre tengo las mismas rutinas?.
Rutinas sanas por supuesto, pero rutinas al fin y al cabo. Dormir un poco, comer un poco, cagar un poco, escribir otro tanto y luego nada, nada más que preocupado, por seguir pisando a fondo el acelerador.
Es tú destino me dijo el otro día un amigo. Y una mierda el destino, el destino es un pretexto para intentar salir al paso de las circunstancias, para cuando no se sabe dar explicación a las cosas.
Es lo mismo que el que toque la lotería, de destino nada, miles de bolas giran dentro del bombo, unas salen y otras no, ¿porqué?, pues porque no han salido y punto. El destino es una falacia con la que juega de modo gratuito, por lo menos esa es mi opinión.
Estas cosas me aceleran todavía más, que hablemos porque sí, sin razones, sin lógica. ¿Es el destino el que marca que miles de niños mueran cada día de hambre en África?, no, es la falta de conciencia de las grandes potencias que durante años han estado exprimiendo las posibilidades de este continente, y ahora, una vez esquilmados, los dejan de lado. Esta y no otra, es la pura realidad. Han usado África para enriquecerse, y ha llegado la hora de usarlos como un pañuelo con el que limpian la nariz y luego se le hecha en la papelera.
¿Hay o no razón para cabrearse, o para acelerarse que para el caso es lo mismo?. No puedo evitar pensar en estas cosas, sé que no puedo solucionar nada, ese es un problema demasiado grande, para que nadie pueda hacer nada a nivel individual, pero el corazón llora por dentro al ver tanta injusticia, ver el desdén con que se trata este problema, rompe el alma por la mitad.
Mi mente no puede asimilar tantos acontecimientos fatuos, todos los días, de noche y de día, las noticias no te traen más que inquietud, con ella, soledad, soledad de verme inmerso, en una tremenda barbarie, para nada comparables, con lo que se ha vivido en otros tiempos de guerra, donde el genocidio era práctica obligada para los demonios políticos de aquellos tiempos. No puedo mirar para otro lado, solo contemplar con estupor, frases históricas que dicen que aquellos tiempos, no iban a volver jamás.
El corazón sufre, al ver tanta impiedad, y tanto desaliento, entre aquellos que vivimos en mitad de esta espiral de terror.
Vivo constantemente acelerado, gracias a todo lo que me rodea, solo tengo una alternativa, vivir en mi isla, en la seguridad de mi hogar, con los míos cerca, padeciendo, pero esta vez desde lejos, en la distancia, para evitar que la aceleración acabe con la poca cordura que me queda.


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