EL ALA PARTIDA.
¿Tan difícil es que creas, que llegó a mi casa un
gavilán con el ala medio rota?, no le veo la imposibilidad, ¡le hubiera podido
pasar a cualquiera…!.
No te sabría decir cuando llegó
ni cómo, fue un día de bastante frio, llegaba del campo con el tractor, y me
paré en el bar de Beni a tomarme un par de orujos. ¡Qué susto me llevé cuando
escuché el ruido que hacía dentro de la casa!. Me vio y se arrinconó al lado de
la cocina, estaba anillado, señal de que lo tenían controlado, fijo.
No sé decirte cuanto tiempo
estuve de rodillas en el suelo para poder sacarlo del rincón, la punta de una
de sus alas le tocaba al suelo, y en el suelo de la cocina, una serpiente
muerta, parecía haber sido la causa de aquel accidente, finalmente, cogí mi
servilleta de la mesa y se la eché encima de la cabeza, se quedó inmóvil.
Comprobé que la última extremidad
de su ala estaba descoyuntada, con cuidado, puse al animal sobre la mesa, me
ensució parte de ella, se cagó encima, me imagino, que a cualquiera de nosotros
si le hubiera pasado algo así, también lo habría hecho. Respiraba con
celeridad, quizás fruto del estrés que estaba sufriendo, ¡imagínate pobre
animal, paseando por el cielo libre, cazando y comiendo en libertad, y ahora
sin saber qué le estaba pasando…!.
Pero… ¿cómo curar a aquella
maravilla de los cielos?, estoy cansado de verlos alrededor de mi campo,
subiendo y bajando sin cesar, buscando caza, cuando limpio los lindes del
campo, y desbrozo con el tractor la maleza que se acumula, ahí están sobre mi
cabeza, vigilantes, suspendidos como si de cometas se tratase, esperando algún
movimiento de animales, para bajar raudos y veloces, y subir con sus poderosas
patas amarillas el objetivo que persiguen.
Este tuvo algún despiste, seguro,
o la serpiente le hizo hacer algún movimiento extraño, que le obligó que
maniobrara de mala manera. De cualquier modo, el gavilán que tenía entre mis
manos era hermosísimo, de color gris y tonos rojizos en el lomo y alas. ¡Qué
maravilla de animales!. Cualquier pájaro lo es, quizás porque siempre he
sentido envidia de estos animales, que contemplan con cierta indiferencia la
tierra desde el cielo.
Tenía que hacer lo posible, por
curar a aquel animal. Dispuse un espacio en la cocina, para que pudiera estar tranquilo,
le acerqué la serpiente, fruto de su astucia para que pudiera comer, pero al
parecer, no tenía hambre. Seguro que era mayor el dolor que sentía, que el
hambre. No había tiempo que perder, curarlo era mi prioridad, de modo que, ya
con la cabeza descubierta, traté de ganarme su favor, primero dándole tiernos
masajes por el lomo, durante un buen rato, se me pasó el tiempo muy deprisa, se
nos echó la noche encima. Cuando encendí la luz de mi casa, sus ojos brillaban
de modo especial.
Acaricié algunas de sus plumas
una a una, ¡que delicia, que ingeniería, que maravilla!, el diseño de aquel
animal era sublime, comencé entonces a palpar la posible rotura del ala, pero
me pareció que no era tal, solo una leve hinchazón rodeaba la articulación,
preferí dejar tranquilo al animal, dejé dentro del improvisado nido su
serpiente, no iba a ir a ningún sitio en aquellas condiciones. Preparé mi cena,
un trozo de queso, una morcilla de cebolla, un trozo de hogaza de pan y la
botella de tinto con un vaso. Sorprendentemente, en mitad de la cena, mientras
veía las noticias en la televisión, me encontré con el gavilán sobre la mesa,
los movimientos de su cabeza eran precisos, ágiles, miraba todo su entorno,
también mi plato.
Se me ocurrió entonces, coger un
trozo de morcilla y ponerla sobre la palma de la mano, el animal, con un toque preciso, sin tocar la
piel de mi palma, engulló la morcilla. Me quedé sorprendido a la vez que
contento, había volado, aunque solo hubiera sido un tramo corto. Ya no se movió
de la mesa hasta que terminé mi cena, me levanté de la mesa y el gavilán sin
más volvió a su nido artificial.
Me costó dormirme, pero al final
lo conseguí, tuve un sueño precioso, en él, era yo el que volaba a través de
las nubes, me inventaba cabriolas imposibles, acariciaba con mi plumaje la
hierba de los campos, ascendía como un cohete directamente hacia el cielo, era
feliz, reía y lloraba a la vez, al ver cumplido mi deseo, mi sueño.
¡Lástima que solo fuera un
sueño…!, pero bueno, fue gracias al incidente del día anterior, que pude ver cumplido mi deseo,
aunque solo fuera un espejismo fugaz.
Con este dulce despertar amaneció
ese domingo, los gallos de mi corral se dejaban el cuello al apuntar el día, de
hecho, son mi despertador, ellos salvo accidente grave, están atentos a sus
instintos aunque esta vez, quizás por ser domingo no se oían sus voces del
mismo modo. Mientras terminaba de afeitarme, pensé que también los animales,
merecen sus momentos de asueto. En cuanto me calcé las botas, me asomé a la
ventana que da al corral, allí pasaba algo, todas las gallinas estaban metidas
dentro de techado, bajé a ver, dos de ellas estaban muertas, desplumadas,
devoradas por algún otro animal.
Subí de nuevo, esta vez entre en
la cocina, el gavilán, estaba en su lugar, pero su nido estaba lleno de plumas,
todavía se podía ver el resto de un ala, y parte de la carcasa de una gallina. Al principio me enfurecí un
poco, pero él me miraba con serenidad y
calma con sus ojos amarillos y negros,
parpadeando de forma tranquila.
Esto me hizo entender, que ya se
estaba recuperando, y que seguía su instinto, que estaba sellado en sus genes,
no podría tenerlo en casa, era un pájaro de presa. Aun así lo acaricié, de forma tranquila, para calmarlo,
si es que hacía falta que lo hiciera. Se volvió hacia mí y me dio un picotazo
en la mano, me llevé un buen susto, pero lo perdoné, ¿cómo no iba a hacerlo, si
lo único que hacía era seguir su instinto?.
Pero a costa de mis animales no,
no podía permitirlo. Lo metí en una bolsa de lona, y con el coche, me lo llevé
lo más lejos posible del pueblo. Por el pueblo se veían tres o cuatro mujeres,
que se afanaban en dejar limpias las aceras, baldeaban agua que ya había
servido para fregar el interior de las viviendas. Las saludé mientras el
gavilán luchaba por salir de aquel encierro, solo podía sacar la cabeza por la
parte de la bolsa que había abierta por la cremallera.
Subí hasta la ermita de Santa
Bárbara, allí, el aire llegaba cargado de los aromas de los pinos y los robles.
Abrí la bolsa, pero el animal se negaba a salir, aventé la bolsa arriba y
abajo, nada, no salía. Finalmente decidí abrir la mochila el máximo posible y
me alejé un poco, al final salió, pero solo para colocarse a mi lado, en
actitud contemplativa, miraba hacia la lejanía, quizás en busca de otra presa.
No fue así, se plantó allí, a mí lado, los dos estuvimos esperando, viendo
pasar el tiempo, observando la salida del sol hasta que el día se estableció
totalmente.
De vez en cuando, estiraba sus
hermosas alas, para desentumecerlas, esperaba que cuando estuviera preparado se
impulsaría con sus patas, y echaría a volar de nuevo, como si no hubiera pasado
nada, no tenía intención de volver con el gavilán a casa, estaba anillado, eso
significaba, que posiblemente ya lo estarían buscando. La disyuntiva es, que él
no era consciente de que estaba fichado, catalogado, que probablemente tenía
crías que alimentar, un nido que atender, yo no tenía manera de saber el sexo
del animal.
Después de varios intentos en
diferentes días, recordé que un amigo mío conocía a un halconero, me dispuse a
llevárselo, para que me diera más información sobre mi hallazgo. Me dijo que era una hembra de unos
tres años de edad, y que él creía que había tenido familia, es decir polluelos,
miró la anilla de la pata de color plateado y consultó un libro. Puedes tenerlo
tranquilamente, este animal ha sido dado por muerto, consta en los archivos,
como desaparecido. Esto me ilusionó, aunque lo disimulé, volví a casa con el
gavilán y lo instalé en su nido, ahora ya un poco reformado, con algunas ramas
secas y paja.
Tomé medidas para que no pudiera
acceder al gallinero, pero tenía que preocuparme cada día de cazar para él,
salvo cuando trabajaba en el campo, en esas ocasiones, el gavilán echaba a
volar del tractor y planeaba sobre mi cabeza buscando alguna presa. Tórtolas y
codornices formaban parte de su menú, pero no despreciaba culebras y ratones. ¡Y
yo que pensaba que tenía, al llegar a casa, el ala partida!. Al principio,
pensé que quería estar conmigo, pero de eso nada, estaba en su área de caza,
siempre cerca de mí, yo alagado por ello, pero un día de frio bastante intenso,
se marchó para no volver.
Alguna vez, se me ha antojado verla
en la lejanía, cazando en el cielo, dejándose caer sobre sus víctimas sin que siquiera se aperciban, muertes
rápidas, sorprendentes, forma parte de su quehacer diario. No sé si es mi
gavilán, no puedo asegurarlo, pero sea quien fuere, dejó una huella imborrable sobre
el significado de la vida y de la muerte.
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