martes, 18 de junio de 2013


                               GOZANDO DE LA VEJEZ.


Es la más triste de las singladuras, eso se cuenta por ahí. Creo que un sentido real de lo que conlleva la vejez consigo, es cierto, enfermedades, achaques, tristeza por encontrarse solo…
Todo eso es cierto, pero si añadimos además de esto, los aspectos positivos que a menudo no vemos, nos podemos sentir un tanto jóvenes todavía. La vejez es necesaria además de implacable, pero eso sucede, en cualquier otro estadio de la vida.
Por eso, la vejez es necesaria, además de inevitable. Esta pues es la historia –que no la invención-, de Dimas, el auténtico, el inigualable Dimas. Digo esto, para que quede claro, que Dimas, no es un anciano cualquiera, es un dechado de virtudes, puede hablar sin rubor alguno de casi todos los temas que se te puedan ocurrir, sabe bailar como un auténtico maestro de danza, es un delicado poeta, y canta de maravilla, ¿qué más se puede pedir a un anciano?.
Además de todo esto, regala sus favores como un auténtico altruista, y hasta en la medida que puede, es un envidiado filántropo.
El dice siempre, que llevar esta clase de vida, le ayuda a ser joven, merece la pena pararse a pensar, a qué términos se quiere referir. A sus setenta años, muchos ya estarían planteándose meterse en un asilo o residencia, y terminar allí sus días. Dimas sin embargo, visita a amigos como él en estos lugares, se desplaza a ciudades donde sabe que se encuentran, y disfruta de su compañía.
Para hacer esto, sin duda alguna, está dispuesto a aprender de aquellos que son visitados, si los amigos se alegran de verlo, más se alegra él, sus abrazos y besos son auténticos, comunican cariño hacia estas almas un tanto solitarias.
-Oye, tú puedes salir de aquí cuando  quieras no?.
-Claro, no tengo ningún límite para poder hacerlo, solo debo comunicarlo con anterioridad y listos.
-¿Qué te parece si este fin de semana próximo vamos juntos a Zaragoza?, sé que te gustaría poder hacer este viaje, salimos de aquí el viernes de buena mañana, y volvemos el domingo por la noche.
-Hombre, me encantaría visitar mi ciudad, pero ya sabes que en asunto de dinero ando escaso, estas monjas de los huevos me tienen sangrado, en mala hora firmé los papeles de admisión sin mirarlos bien.
-Bueno tú no pienses en esto ahora, yo me encargo de todo, conozco un pequeño hotel donde nos tratarán muy bien y nos harán descuento por ser jubilados, ¿qué te parece, aceptas?.
-Claro que sí, no te apures, avisaré a estas brujas, y tendré todo preparado para cuando vengas a buscarme.
-Perfecto, verás lo bien que lo pasamos, ahora vamos a echar unas partidas de dominó venga.
En el AVE conocen a una señora que nació en el mismo barrio que Guillermo, el barrio Goya, es de lo más simpática, es viuda y subió al tren en Calatayud, viene de visitar a sus hijos, ambos médicos en un hospital de esta ciudad. Después de ser invitada por Dimas a un refresco, entablan una animada conversación sobre cómo ha cambiado la ciudad, Guillermo la habla de algunos edificios que para él fueron importantes.
-Hay Guillermo, te quedarás de piedra cuando veas cómo ha cambiado todo en el barrio, hasta la farmacia del licenciado Andrés ha desaparecido.
-¡Qué me dices…!, eso es imposible, si era la farmacia más vieja de Zaragoza, todavía la recuerdo, cuando mi madre me mandaba allí a que me pusieran inyecciones de penicilina.
-Pues ya ves, ahora es un edificio de apartamentos de cinco pisos de altura. ¿Tenéis algún plan concreto para cuando lleguéis?.
-Lo primero vamos a un hotel pequeño que conozco cerca de la zona de la estación del tren.
-Ni hablar, no permitiré que gastéis dinero, os venís a mi casa, tengo sitio de sobras. Dormiréis en la habitación de invitados, siempre la tengo preparada para cuando me visitan mis nietos, hay dos camas la mar de cómodas.
-Mujer, tampoco queremos importunar, el hotel nos está bien, y es asequible.
-Más lo será si os podéis ahorrar ese dinero ¿no?. Bueno como queráis, pero que sepáis que para mí no resulta ningún engorro.
-Pues aceptamos, gracias anticipadas por tú hospitalidad.
-Si algún día bajas a Barcelona, cuenta con mi casa, te haré de guía, es una ciudad fantástica.
-Te tomo la palabra, iré si me invitas, no te quepa la menor duda.
Comieron un poco, compartiendo lo que llevaba cada uno, luego Clara sacó de una caja unos hojaldres de miel con frutos secos deliciosos, y entre chistes y risas, conversando sobre asuntos intrascendentes, llegaron a Zaragoza, se metieron en un taxi y fueron a casa de  Clara. El piso era magnífico, un ático con un balcón en ele que daba toda la vuelta al piso, soleado, limpio como los chorros del oro, al principio se sintieron un poco cohibidos, no esperaban encontrarse en un lugar como aquel. Una mujer salió de la cocina, la saludó y llevó su maleta a su habitación.
-Emilia, coge las maletas de estos señores y llévalas al cuarto de invitados. ¿Qué preparas hoy para comer, huele que alimenta.
-He preparado un guiso de patatas con ternera.
-Hummm, muy bien, ¿cómo está tu nieto, se va recuperando de las paperas?.
-Ya lo creo, lo tendría que ver pidiendo comida a todas horas.
Clara rió complacida, se la veía una persona de carácter pero buena. Por ella misma se enteraron, que aunque era colombiana, cobraba un buen sueldo, y estaba asegurada. No estaba obligada a llevar uniforme de clase alguna, pero les sorprendió un poco, que siendo tan joven, ya tuviera nietos, no aparentaba más de cuarenta años. Más tarde, se enteraron por boca de Clara, que tenía un piso vacío en una barriada cercana, y se lo había alquilado a Emilia por un módico alquiler.
Después de pasar los tres por el baño –había dos-, tomar una ducha y cambiarse, Emilia recogió toda la ropa y las toallas, lo puso todo en la lavadora y pidió permiso para marcharse.
-Vale Emilia, hasta mañana, da recuerdos a tú familia.
Los dos hombres se pusieron a ver las noticias, Clara salió de la habitación con un batín transparente, sugerente a la vez que elegante. Dimas fue el que se fijó más de los dos, Guillermo estaba acostumbrado a la vida que llevaba en el asilo, allí las cosas funcionaban con otras rutinas diferentes a las de la calle. Dimas, estaba convencido, que se había arreglado especialmente, por la presencia de los dos hombres, hasta se había pintado los labios, y puesto un poco de colorete en las mejillas. La comida fue de lo más copiosa, se notaba que en aquella casa no escatimaba nada para comer y beber. Se descorcharon vinos de cariñena y somontano, crianzas que hicieron meya en Guillermo, acostumbrado al agua, como mucho bicarbonatadas que servían en el asilo.
Después del café, cuando ya eran las cuatro de la tarde, Guillermo se quedaba dormido sobre la mesa, Dimas lo acompañó a la cama, le quitó los zapatos, le desanudó la corbata y el hombre se quedó dormido al instante. Salió de la habitación sin hacer ruido, cerrando la puerta con sumo cuidado, se encontró a Clara con una copa de brandy en la mano recostada en el sofá.
-¿Acostumbras a hacer la siesta Dimas?, porque yo sí.
-Claro, es mi deporte favorito aparte del dominó y la petanca, si quieres ves a hacerla estás en tú casa.
-Me gustaría que la hicieras conmigo. Es uno de esos pequeños placeres que nos queda a los viejos.
-Disculpa, pero tú de vieja no tienes…
-No  me salgas con esas ahora, sé en qué situación me encuentro a estas alturas de la vida, los cumplimientos no sirven para nada a nuestra edad.
-Cierto, sin embargo, no quería hacerte ningún alago, es sencillamente como te veo yo. Me gusta la forma con la que ves este asunto, la vejez puede ser muy destructiva, ya veo que en tú caso no es así. Te acompaño.
La siesta duró, lo que cada cual interprete que debe durar, a la edad de estas personas. Cuando despertaron, Guillermo dormía todavía como un tronco, Dimas llamó a Clara que se había cambiado de ropa, y juntos observaron la posición de Guillermo. Estaba encogido en la cama, en posición fetal, casi tocándole las rodillas a la barbilla y los brazos encogidos dentro de su propio regazo. Esa imagen, les hizo pensar por un instante, lo que es la vejez, la infancia, la inconsciencia, lo natural de la edad de oro.
-Por eso quiero pasar el resto de mi vejez, gozándola, es mí hora, es mi momento. Veo que tú, también sientes que es el tuyo Clara.
-Por supuesto, jamás lo he dudado, desde que mi familia se alejó de mí, por las circunstancias naturales de la vida, me planteé, que ahora cambiaba de tercio, que debía de hacerlo porque nadie lo iba a hacer por mí.
Tienen el mismo modo de pensar en este aspecto, las mismas convicciones, los mismos deseos, algunos de ellos, todavía carnales. A estas personas “viejas”, hay que admirarlas, todo su entorno, se beneficia del sistema de vida que llevan. ¡Tienen tanto que enseñarnos!, puede que no sean ejemplares en todo, pero ¿quién lo es?. La experiencia de estos tres seres en concreto, son una lección fantástica, como un cuento para mayores que ejemplifica, lo que puede llegar a ser la vejez para muchos, el descubrimiento de una nueva vida.
Después de estos dos días de gozo y alegría, se establecieron vínculos que dejaron huella.
-Tenemos nuestros teléfonos, quisiera poder llamarte alguna vez para poder reunirnos de nuevo, aunque Guillermo no venga, ¿podrá ser posible?.
-Cuando tú quieras, tampoco es que vaya siempre con  Guillermo, esta vez lo he invitado, porque sé que a él, le hacía ilusión volver a ver su tierra. Siempre visito a mis amigos, en la medida que puedo, entre semana, esta semana que viene en concreto, visitaré a una amiga que está viviendo con un hijo que es esquizofrénico, ¡agradece tanto que la visite!.
-Eres como una especie de misionero Dimas, se diría que pretendes convertir este mundo, en un lugar mejor para vivir.
-¿No te parece que es posible hacerlo?. La otra semana, me voy con otros amigos pescadores que tienen un barco pequeño en Vilanova y La Geltrú. Lo pasamos de cine, y de paso nos hacemos compañía mutua. Si vieras que calderetas de pescado fresco preparamos en el barco…
-No quiero abusar de tú bondad, pero ¿querrías venir la semana próxima de nuevo?, correré con los gastos del tren, vendrás en primera en el AVE, tengo algo que enseñarte.
-Bueno te llamo y quedamos, ¿de acuerdo?.
Se despidieron con sendos besos, Guillermo también recibió los suyos, pero un poco más escuálidos que los de Dimas. Durante el trayecto de vuelta, Guillermo agradeció a Dimas el viaje, haber podido visitar, el cementerio donde estaban enterrados sus padres, y todo lo demás, sin faltar la visita casi obligada a la basílica Del Pilar.
Cuando se vieron de nuevo, al cabo de quince días –no pudo ser antes-, Clara lo llevó a un burgo de su propiedad en Farasdués, aquel lugar era magnífico, desde allí se veía un estanque frecuentado por gentes locales y turistas, dentro del taxi particular con las manos cogidas, se encontraron por fin con la propiedad, una gran casa presidia el burgo de ni se sabe cuántos metros cuadrados, miles, aquello era algo serio.
-Me gustaría que pudiéramos hacer de esta finca, un hogar feliz para muchas de las personas que se quedan solas, que no tienen donde ir, que no tienen medios para pagarse un lugar, o que son abandonados por sus familias porque sencillamente son viejos. Es una idea que me ronda por la cabeza desde hace mucho  tiempo, quizás me hacía falta un empujón, el conocerte ha sido una suerte.
-Exageras, no soy esencial para poder hacer esto. Tú sola puedes de sobras y de restos, además tienes medios, y esto, aunque parezca que no, es muy importante.
-Entonces no me quieres ayudar, tengo que deducir que esto es así.
-No para nada, yo te ayudo en lo que haya que menester, pero lo que te quiero decir es, que el que quiere puede.
-Entonces por favor, sírveme de apoyo para por lo menos, poder comenzar. Me considero una persona vital, pero, me hace falta aprender a tener un espíritu solidario como el tuyo.
Así fue como comenzó la tarea de pedir permisos al ayuntamiento, ofrecerse como ayuda al municipio, trabajar la tierra de la que se sacaba la comida, y hasta para vender en tierras de alimentos ecológicos. Guillermo fue uno de los primeros reclutados, estaba exultante, rejuveneció, el hombre en silencio lloraba de alegría cuando estaba solo. Poco se podía imaginar que podría vivir en aquellas circunstancias, lejos de las brujas como él las llamaba, de las monjas que administraban el asilo, y obligaban a todos, a ir a misa cada día.
¡Qué vida tan diferente!, abuelos y abuelas que fueron en su día labradores y que conocían el campo, fueron los instructores de otros que se habían criado en mitad del asfalto. Gentes que se ayudaban los unos a los otros, no era un mundo perfecto, en más de una ocasión se tuvo que intervenir para zanjar peleas y discusiones, más propias de niños.
-¡Te quiero tanto Dimas, me has enseñado tanto…!. ¿Quieres casarte conmigo?.
-No, soy demasiado viejo para sentir amor por alguien, pero te prometo, que estaré a tú lado el tiempo que nos quede de vida. Juntos, gozaremos de nuestra vejez.


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