miércoles, 8 de abril de 2015
LA CASA DEL ÁRBOL
LA CASA DEL ÁRBOL
¡Pobrecilla...! así le llama el viejo Juan a su casa en mitad del bosque, no es cierto que sea una casa en lo alto de un árbol, eso sí, cuesta llegar hasta donde vive casi recluido desde que muriera su familia, poco a poco se fue quedando sin los dos hijos primero, fruto de un accidente, luego, su mujer murió de pena, él no ha muerto porque dice que alguien tiene que quedar para velarlos, llevar flores a sus tumbas, rezar para que puedan estar bien vistos siempre ante los ojos del Señor.
Jamás nadie lo ha visto sonreír desde estos acontecimientos, que quebraron su vida como una rama seca. Con cuidado y mucho cariño, ha hecho acopio de fotos en los que se les ve a todos, de esto hace muchos años, en una de ellas, se les ve juntos vestidos con sus mejores prendas, fueron a pasar el día a la ciudad, habían vendido tres becerros y treinta ovejas, así que lo celebraron, a su manera, esperaron en la parada del viejo bus que paraba a diario en el pueblo, y se marcharon con él a cumplir con uno de los deseos que jamás habían podido ver cumplido, ir al cine. No solo fueron al cine ese día, comieron en un restaurante, pasearon por las mejores calles comerciales de la ciudad, se regalaron cosas que les hacía ilusión tener, todos llevaban algo de dinero, las ganancias se repartían en la familia.
Su hijo Tomás se fijo en los coches, vio algunos nuevos pero no estaban al alcance de sus bolsillos. Habló con sus padres y con vehemencia les arrancó la promesa de que comprarían un todo terreno, algo antiguo pero muy útil para sus propósitos en casa, podían llevar comida al ganado, en lugar de hacerlo con el carro y la mula. Podían ir a la ciudad cada vez que se les antojara, sin tener que esperar eternamente al bus destartalado y lento, que paraba en cada recoveco de la carretera, para recoger al pasaje de otros pueblos y aldeas.
Fue algo costoso para Tomás hacer todo eso, pero consiguió el carné de conducir, y su padre compró el todo terreno con muy buenas condiciones, al contado le hicieron un sustancioso descuento. Un par de veces al mes iban él y su hermana Herminia a la ciudad, incluso hicieron amigos, visitaban los mismos lugares, donde se juntaba la juventud llegada de otros lugares.
El día que se presentó la guardia civil a su casa, ambos padres sabían que las noticias no eran buenas, jamás se había acercado patrulla alguna para nada hasta la casa. Sus hijos cayeron por un barranco, llamado El de las avispas, el coche no explotó, pero ellos, fallecieron en el acto. Estas noticias, la policía no las da con demasiada diplomacia, se limitan a darlas y punto, a diario tienen que hacer esto varias veces, ha menudo entre ellos, cuando se dirigen a los hogares de la gente para comunicar muertes, ni siquiera hablan entre ellos, esta vez no es diferente, decir a los padres que han muerto sus dos hijos a la vez, es muy duro.
Herminia desfalleció cuando recibió la noticia de boca de su marido, la patrulla paró delante de la cuadra, al lado de la casa, junto al almacén de forraje. Fue Juan quién entró en la casa arrastrando los pies, su mujer le preguntó de inmediato si se encontraba bien. La respuesta era ausente, se sentó en el banco de madera de la entrada y dejó caer la cabeza hacia adelante, estaba destruido, Herminia lo sacudió al ver la tez de su marido, estaba pálido como el jinete de la muerte que nombra la Biblia. Arrodillada a su lado insistía en saber que era lo que pasaba, Juan reunió fuerzas de donde no las tenía y le dio la noticia con la máxima delicadeza posible, pero por muy bien que se quieran decir estas cosas, es imposible encajarlas de forma normal.
Dejó de sujetar las manos de su marido y se dejó caer al suelo, las fuerzas la abandonaron súbitamente, sentada en el frío suelo, dejo caer su cabeza sobre el regazo de Salvador, así permanecieron casi dos horas, sin hablar, casi sin respirar.
Al cabo de este tiempo se oyó el rumor de un motor que llegaba hasta la casa, un viejo camión pequeño con la caja abierta traía como pasaje a varios vecinos, venían a ayudar en lo que fuera posible. No hace falta ayuda alguna en esos momentos, pero es obligación, costumbre, que los conocidos aunque no tengan demasiado trato con la familia que vive en la casa del árbol, tengan la deferencia de auxiliarlos en todo aquello que necesiten, la pérdida es demasiado grande como para que puedan sobrellevarla solos.
Al final, las autoridades han dado su consentimiento para que puedan ser enterrados en las tierras de la familia, en una pequeña colina desde donde se ve el río que transcurre a unos cientos de metros de allí. Los vecinos han colaborado no tan solo en cavar el lugar donde van a ser colocados los féretros, han rodeado el lugar con piedras traídas de diferentes sitios del bosque con el fin de trazar una valla natural, incluso el carpintero del pueblo ha construido una puerta de madera a manera de cancela, para poder acceder a los sepulcros.
Juan no ha señalado las tumbas con cruces, solo dos grandes piedras en forma de monolitos con el nombre de los dos hijos, Tomás, a su lado, Emilia la hija de los dos, la más pequeña. Estuvo cinco días para poder picar el granito con el cincel, con sumo cuidado, cual si fueran grandes obras de arte salidas de las manos de Miguel Ángel, los nombres han sido esculpidos de forma perfecta. Asombroso para alguien que no sabe casi nada de letras, solo teniendo como referencia un lápiz de carpintero, ha trazado las letras, copiadas de un cuaderno de diferentes tipos de escritura, ha elegido letra gótica y el resultado ha sido espectacular.
Mientras Herminia, se va marchitando, cual si fuera una amapola arrancada de en mitad del campo del dorado trigo, a punto de ser segado. La casa del árbol comienza a resentirse de la falta de atención del ama, pero ésta no aparece en los lugares que antes eran los habituales, se muere por dentro, le hacen falta las voces de sus hijos como el aire que respira. Incluso cuando discutían, eso la llenaba, el caso es que es ahora cuando se da cuenta de lo importantes que eran para su vida. El tiempo se ha revuelto, el frío llega de repente, las primeras nieves lo dibujan todo de blanco, se escucha a los lobos allá, a lo lejos, los ciervos y las cabras montesas están alerta a estos depredadores implacables.
Juan se despierta en mitad de la noche, alertado por los gruñidos de los cerdos, algo pasa, la escopeta siempre cargada tras la puerta de la casa, se pone un pesado abrigo encima del pijama de franela y sale al exterior, un lobo está tratando de llevarse a uno de los lechones, dispara y el lobo cae entre gritos que ponen los pelos de punta, desgraciadamente el lechón también está muerto, ha sido alcanzado por las postas del cartucho. Arrastra los sesenta kilos de lobo hasta el porche de la casa, lo ata por las patas traseras y tira de él levantándolo en señal de advertencia para los demás.
Cuando vuelve a la cama, Herminia está recostada con los ojos abiertos. Duerme mi amor, ya pasó todo, se acuesta a su lado y no percibe movimiento alguno del cuerpo de su mujer, la sacude con cuidado, no se mueve. Salta de la cama de nuevo, esta vez para ver que es lo que pasa, con una leve sonrisa en los labios, Herminia ha expirado, poco a poco su cuerpo se enfría. Salvador no sabe bien que hacer, son las dos de la madrugada, ¿a quién acudir para buscar ayuda? además de eso ¿para qué, si ya ha fallecido?
Se limita a cerrarle los ojos a su mujer, la llora amargamente, se ausenta del mundo durante el resto de la noche, su mente navega ahora por los recuerdos, por las vivencias que han hecho que su vida haya sido feliz, gozosa, piensa en las dificultades del nacimiento de Tomás, cuando solos en la recién casa del árbol, bautizada así por estar construida junto a un gran roble, solos los dos, se ayudaron mutuamente a que Tomás viera la luz, la mayor parte del trabajo lo tuvo que hacer Herminia, natural, ella sabía algo acerca del alumbramiento, las circunstancias que podrían aparecer de golpe y que harían que la criatura estuviera en peligro, lo mismo en cuanto a la propia madre si el crío venía de nalgas. Emília ya fue otra cosa, en tan solo media hora, quizás por la experiencia previa con Tomás, ya estaba en el mundo, con mucho cabello y unos ojitos azules, que ya entonces, se adivinaban hermosos cuando se abrieran del todo, y captaran los movimientos de cuanto le rodeaba.
Le pasa los dedos por su hermosa cabellera entrecana, tanto trabajo en una casa así, envejece de forma prematura a las personas, Herminia no era una excepción, toda una mujer valiente de campo. La tiende boca arriba en la cama, la coloca en el centro de ella, le cruza las manos sobre su seno y la observa en un rincón de la habitación, sentado en el suelo, quiere cubrirse los ojos con ambas manos pero el caso es que no puede hacerlo, su vista se dirige de forma automática a esa hermosa mujer, de pronto se da cuenta que puede que tenga frío, la cubre con una colcha que ella misma hizo a base de retales de lana de diferentes colores.
En cuanto despunta el alba se dirige al pueblo, con la ayuda de su callado de pastor recorre la distancia con prisa, la casa está cerrada a cal y canto, pero no quiere estar mucho tiempo lejos de su mujer, apresura el paso hasta casi correr en mitad del bosque, conoce la senda más corta que lo hará aparecer por detrás del pueblo, luego todo es bajada hasta dar con el edificio del ayuntamiento.
Todo está en calma en el pueblo, parece como si sus gentes intuyeran que ya no hay prisa para nada, nada se puede hacer por Herminia. Es la primera vez que aparece en la taberna, Lorenzo está preparando el local, barriendo y colocando las mesas y sillas, que la noche anterior dejaron fuera de lugar, los que van a echar partidas de cartas o de dominó, siempre son los mismos, clientes que ni siquiera tienen que pedir cuando entran por la puerta, Lorenzo ya sabe lo que quieren, así que saludan, y rápidamente se sientan en la mesa correspondiente.
Cuando Juan le da la noticia con cierta urgencia, Lorenzo se quita el delantal y lo acompaña a casa del alcalde que sale al balcón de su habitación y en menos de tres minutos sale a la calle, después de darle el pésame, le dice que va a llamar a las autoridades para dar cuenta de lo sucedido. Media hora más tarde se presenta de nuevo la guardia civil con el coche patrulla, toman nota del suceso y llaman desde el ayuntamiento a una funeraria. Juan les pide que no desearía que le hicieran la autópsia, la pobre ha muerto en paz. El oficial contesta que no está en su mano decidir este asunto, es cosa del médico. Todo lo que envuelve la muerte lejos de un pueblo, en circunstancias minimamente dudosas, lleva consigo una investigación a partir de que el juez decrete el levantamiento del cadáver.
De modo que nada se puede hacer para que se cumpla la voluntad de Juan al respecto, se tarda todo un día en llevar a cabo los arreglos pertinentes respecto a Herminia y su muerte, el juez ha decidido sin embargo que no es necesario hacerle la autopsia, el médico a comprobado que ha muerto de muerte natural, un fallo coronario.
Juan le ruega al alcalde, que desea que el entierro de su esposa sea íntimo, que se encargará de todo él solo, sin ayuda de nadie. Los vecinos deseosos de colaborar como antes lo hicieron con el entierro de sus dos hijos se preguntan el porqué de esa decisión. No hay respuesta para esa petición, si Juan lo quiere así, así se hará. Tiene muchas cosas que decirle a su esposa camino del lugar donde van a reposar sus huesos, al lado de sus hijos.
Compra un féretro sencillo que es inmediatamente servido desde una funeraria de un pueblo cercano, más grande que el suyo, ayudan a Juan a colocar el cuerpo en él y se marchan bien pagados por su ayuda. El cuerpo de su esposa que ya está frente a la puerta de la entrada es cargado encima del carro que tiene, carga sobre él dos tablas de pino anchas y se dirige de forma pausada hacia el promontorio donde está la tumba familiar. Allí, cavada ya la tierra, coloca las dos tablas junto al carro, hace descender el ataúd hasta el suelo no sin esfuerzo y luego, pasa una cuerda alrededor de las asas de la caja, y no sin esfuerzo, tira de ella con el fin de acercarla hasta el hueco en el suelo. Vuelve a coger las tablas para hacer descender el ataúd hasta el fondo del suelo de la tumba, la desliza de nuevo hasta su lugar, lleva consigo un puñado de flores silvestres, atadas con una fibra vegetal.
No reza por sus hijos, ellos ya tuvieron su bendición y sus lágrimas en su día, ahora por quién llora es por su amada Herminia, la mejor madre que ha conocido jamás y la mejor esposa también. Tira sobre la caja un puñado de tierra negra, fructífera y nueva, luego, con la pala, llena el resto de la tumba, coloca el ramo de flores sobre ella cuando la tierra está suficientemente compactada, coloca como en el caso de sus hijos unas cuantas piedras grandes y planas y regresa a su casa. A intervalos de tiempo, por tener que atender otras obligaciones en la granja, tarda en hacer la lápida memorial que lleva su nombre, Herminia, la acerca al lugar donde descansa su esposa, coloca la piedra con sumo cuidado dentro del lugar excavado y aplasta la tierra a su alrededor. Sobre una pequeña piedra plana justo delante del rústico monumento, coloca la oveja de alabastro que le regaló cuando le solicitó salir con ella, recuerda con claridad, la respuesta de ella con la cabeza gacha, salió un inaudible sí de sus labios y él Juan, fue entonces, el hombre más feliz del mundo.
A los pocos días de este último acontecimiento se ha deshecho de todos los animales de la granja, salvo el carro y la mula, no queda en la casa más que una familia de gatos todos nacidos allí, en la casa del árbol. Las gentes del pueblo se preguntan donde estará Juan que no aparece por ninguna parte, de vez en cuando se le veía por el pueblo a comprar herramientas o utensilios propios del trabajo en una granja. El caso es, que parece que se lo haya tragado la tierra, algunos vecinos responsables lo buscan, preguntan en pueblos vecinos donde de vez en cuando se había dejado ver. Nada, nadie lo ha visto más, en cambio, la casa que ahora es una pura ruina de madera pasados dos años, se resiste a dejarse vencer por el tiempo y los elementos.
Cada pocos días, en la loma que contiene las tumbas de sus seres queridos, aparecen siempre flores de la temporada, alguien las coloca allí eso es seguro, pero nunca nadie a visto quién es el responsable de ese acto de recuerdo. ¿Será Juan el responsable, que espera entre las sombras de la noche para acercarse al lugar...? nadie lo sabrá jamás, es un secreto bien guardado que si alguien conoce bien, solo puede ser Juan.
--------------------------
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario