LA TORNA DEL PAN.
Nunca hay nada que sea exacto,
todo, hasta las ciencias más desarrolladas, exigen cambios, adaptaciones, y en
muchos casos, rectificaciones.
Eso es así desde, que el mundo es
habitado por los humanos, en el transcurso de los años, se van reconfigurando
normas y costumbres, que tienen que ver con todo lo que nos rodea. Por ejemplo
los aparatos electrónicos, cuando estás comprando lo último en alta tecnología,
carísimo, porque te lo venden como el
último avance científico, una máquina insuperable, resulta que en otro extremo
del mundo, hace ya unos años que gozan de otro, muchísimo más sofisticado y
exacto, de fácil manejo y mucho más útil.
En algunos casos, parece que te
quieran tomar el pelo, de hecho te lo toman, porque efectivamente, cuando
llegas a casa y compruebas por internet las características de lo que acabas de
adquirir, resulta que lo que tienes en las manos ya es viejo, antiguo, que hay
en el mercado otro aparato más barato, que usa otra tecnología, diseñado con
otras miras, de mucha más precisión que deja a nuestra última adquisición
obsoleta, descatalogada.
El consumismo nos atenaza de tal
modo, que no podemos evitar encogernos de hombros y pensar que eso que acaba de
salir, -sea un electrodoméstico, auto, teléfono móvil etc-, es nuestro próximo
objetivo.
Y ahí nos ves, metidos en la
carrera, de tratar de lograr en el menor tiempo posible, ese aparato. A menudo
esta carrera por tener lo último, desemboca en peleas silenciosas dentro de los
hogares, y sin temor a decirlo, a divorcios, en muchos casos, hasta se
divorcian los padres de los hijos.
Absolutamente lamentable, porque al
entrar en esta dinámica, es difícil que alguien nos pare los pies. Hace solo un
par de semanas, -esto es absolutamente cierto-, que una joven de quince años,
-vecinos de mi barrio-, exigiéndole el teléfono móvil a su madre en casa, y
negándose esta a dejárselo por el mal comportamiento de la hija, empujó a su
madre en una pelea, y la tiró por las escaleras de la casa. La madre quedó
tendida en el descansillo de abajo, hecha un ovillo, la joven le quitó el
teléfono, tenía que quedar con unas amigas esa noche. Desde lo alto de la
escalera la hija le escupió “Ojalá te
mueras mala puta…”, entró en la habitación apartando con los pies la ropa dejada
en el suelo, y llamó a la amiga sentada en la cama. Cuando bajó, ya lista para
salir de marcha, se encontró con que su
madre estaba hecha un ovillo en la misma posición que la dejó su hija “Nada de esto te habría pasado si me hubieras
dado el teléfono móvil cuando te lo he pedido”. Cogió el portante y se fue
dejando a su madre allí tirada.
No es necesario recrearnos en las
consecuencias para la madre, huesos rotos y la cabeza abierta. El padre al
regresar del trabajo se la encontró allí. Con el tiempo, todo se solucionó –quiero
decir que la madre se repuso después de escayolas y un tiempo en el hospital-,
sin embargo, es necesario reflexionar en el hecho de qué es lo que impulsó a la
hija a obrar de ese modo. Un simple teléfono móvil, la amiga a quién llamó,
vive a cinco minutos de su casa.
Este puede parecer un caso
cargado de dramatismo, en realidad no lo es, hay muchísimas cosas tanto o más
graves que estas, que hacen que las personas, nos volvamos seres desesperados,
sin compasión. Si nos miramos en el espejo de la imparcialidad y la
objetividad, nos damos perfecta cuenta, que muchas veces, somos los
desencadenantes, de los grandes dramas que hay a nuestro alrededor. Es una
porción añadida, a la lucha por estar viviendo una vida, que compromete cada
paso que damos. La torna, esa porción añadida de pan que antiguamente se daba
en las panaderías, después de haber pesado el pan. Si pedías una barra de medio
kilo, la pesaban, si no daba el peso, te daban la torna, anda que no estaba
contento de ir a buscar el pan…, sabía que la torna, me la podía comer por el
camino de vuelta a casa, un trozo de pan calentito, a menudo no era más que
tres bocados, pero… ¡con qué ganas estaba esperando que la barra de pan me
permitiera un buen trozo de torna!.
Otros amigos, sin embargo, volvían
a casa con la trona dentro de la bolsa de tela,
“Huy, si me como la torna, mi madre me deja sin comer pan durante la comida”.
Y regresaban a casa tan tranquilos, no tenían la tentación de comerse esa punta
de pan añadido a la barra, que no había dado el peso correcto.
Hoy no existe ese modelo de vida,
unos dicen que es más práctico, no sé, yo lo dudo mucho, ahora llegas a un
supermercado, y sencillamente coges de un estante una bolsa de papel que
contiene el pan. Práctico sí que es, no tienes que hacer cola, no tienes que
esperar a que pesen el pan, ni a que con la guillotina de mesa, te añadan el
peso correspondiente.
Está todo generalizado, baguete,
chapata, pan gallego, redondo de medio cortado, pan de cereales, integral…,
bueno, tampoco hay que cansar con todas las clases de pan que se conocen hoy.
Casi nunca nos vemos culpables de
situaciones comprometidas, siempre encontramos pretextos, cualquier cosa nos
sirve para justificarnos. Somos unos quejicas, un simple dolor de muelas, puede
hacer que se monte una pequeña
revolución dentro del hogar. Yo le llamo a esto, “la torna”, un mal día en el
trabajo, un pequeño accidente doméstico, un desencuentro con el novio o la
novia, todo eso, puede servir de catalizador para que explote la bomba que
llevamos dentro. Somos la torna negativa, el añadido, que nos puede alejar de
la imparcialidad y la tolerancia.
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