LA VIÑA DE SÓCRATES.
Si ahora estuviera en situación
de elegir oficio, me haría labrador. Pero no un labrador cualquiera, sería un lavador
cómo mi vecino Sócrates.
¡Qué hombre este!, para mí, es el
rey de la uva. Un oficio exige un maestro, alguien que a copia de tiempo, te enseñe las dos
caras del trabajo duro.
Escogería a Sócrates, por su
carácter, por la entrega que manifiesta cuando está en el tajo. No hay nadie que
lo entretenga, la viña tiene sus plazos para todo, ¡cuántas veces no lo habré
visto, sentado en un margen de su tierra, observando tranquilamente sus vides!.
No tiene desperdicio, no es que
esté ahí solazándose sin propósito alguno. Conoce cada vid, cual es su
producto, que rentas le puede aportar, cuando recoja su fruto.
Las observa del derecho y del
revés, atiende cada espacio entre ellas, con el mismo mimo que alguien
enamorado atendiera a una mujer.
Me gustaría ser labrador cómo él
lo es. Dicen por ahí, que a cada una de ellas les ha puesto un nombre,
dependiendo de su forma, de la altura de sus vergas, del grueso de sus troncos
aparentemente muertos, de los racimos de uva que cada cual produce.
Parece una cuestión de magia “Esta del centro que da al camino, da cada
año seis quilos de uva, la que hace esquina con aquel margen, solo cuatro,
porque desde siempre ha sido algo más débil, no he averiguado nunca lo que
tiene, pero ¡pobrecilla, no se le puede exigir más, ha sido así desde siempre!”.
No, no está loco, y si lo está,
es por sus vides nada más. Hasta cuando llega el tiempo de la poda de las
vergas, lo he visto llorar al hacerlo, para ellas es algo necesario, sin
embargo para él, cada golpe de tijera podadora, es cómo cercenar un miembro de
alguien querido.
Entre esa tierra pedregosa y fría,
donde van creciendo medio despellejados los troncos de las vides, Sócrates
pasea, del mismo modo que cualquiera de nosotros lo hiciéramos, por una rambla
o un bulevar.
Estoy seguro que cuando las vides
lo ven acercarse, si tuvieran brazos de carne, lo saludarían, estrecharían su
mano, para ellas, Sócrates es su héroe. A su familia, hace tiempo que les
llegan voces de lo que hace en la viña, su mujer está preocupada, se especula
que está loco, ¡que les canta canciones a las vides…!.
Él lo acepta con naturalidad “Si es cierto, ¿y qué?, ¿acaso es pecado
cantar a las plantas que me dan el sustento?”. Tiene razón Sócrates, ¡cuánta
gente canta trabajando…!, unos porque están felices con lo que hacen, otros
para olvidar el trabajo de mierda que
les ha tocado hacer, ¿van a llevar cuenta de que él canta a las vides mientras
está con ellas?, por lo que se ve sí, lo juzgan, lleva mucho tiempo
estigmatizado.
No es muy hablador, la verdad, lo
cierto es, que cuando se hoye desde lejos el ruido del motor de su pequeño
tractor regresando por la tarde a su casa, hay quien se aparta, que hasta hace
entrar a los niños a sus casas, como si no quisieran tener trato alguno con “el
lobo feroz”. Eso es porque se ha corrido la voz, de cómo trata a sus vides en
el terreno que tiene a media hora de camino del pueblo.
Sí, lo han visto acariciar los
incipientes racimos de uva, pequeñitos, protegidos bajo las grandes hojas de la
vid, se le ha visto en cuclillas, cantándoles canciones como de cuna, mientras
los acaricia uno a uno.
Le he propuesto, ya que estoy de
vacaciones en la época de la vendimia, ir a recoger la uva con él,
ayudarle. “Quita,quita, no, es imposible,
eso siempre lo hago yo solo, no quiero que
nadie pise ese terreno, igual se asustan las vides y se ponen a sufrir”. “Pero… es que yo no le cobraría nada, solo
quiero estar allí con usted, recogiendo la uva…”. “He dicho que no, y no, es no”.
Lejos de verme despreciado, le
entiendo, tendré que conformarme, viendo cómo hace este trabajo él solo.
Esta viña, es su viña, nadie
puede quitarle este derecho. En tres o cuatro días, ya habrá terminado. Para
cuando me entero que va a comenzar a vendimiar, ya estoy allí, agazapado entre
las piedras que marcan el margen de su terreno. No dice nada, pero estoy seguro de que me ha visto.
Abre la sencilla puerta de
acceso, que no es más que un somier grande, adaptado a modo de entrada, y en
poco más de diez minutos comienza a vendimiar.
“Hola queridas mías, bueno, ya es
hora de descargaros de tanto peso”. Me parece que estoy viviendo un sueño,
agachado, con las tijeras de cortar los racimos en la mano, se pone a hablar
con todas y cada una de ellas “Ves
mujer, ahora ya puedes respirar mejor, ¿a que si?, gracias por este fruto tan
hermoso que has producido esta temporada…”.
Cargado ya el remolque con las
primeras uvas… “Ya vuelvo, ahora os
descargaré a unas cuantas más, mañana otro tanto os tocará a otras, en dos o
tres días más terminaré de arreglaros a todas”.
Es difícil entender la relación
de los productos de la tierra, con aquellos que las cultivan y las aman, pero
es evidente, que Sócrates tiene la mano rota para esto, las vergas, descargadas
de sus racimos parece que lo saluden, le agradezcan lo que hace por ellas.
Este hombre, es la envidia de
otros labriegos que también cultivan la tierra, trabajan en ella de igual
manera. Quizás el secreto está en el hecho, de que Sócrates, empatiza con sus
vides, las entiende, comprende lo que puede o no exigir de ellas.
Será por eso, que quizás, sus
uvas son de una excelente calidad, de un sabor que hace que su cosecha se ponga
aparte para preparar los mejores caldos.
¡Me gustaría tanto que algún día
me enseñara los secretos de su éxito…!.
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