lunes, 29 de abril de 2013


                       
                                 LA VIDA DE DAMIÁN                                                                5Parte.


Las circunstancias hicieron que Pepe tuviera un pequeño accidente laboral que le causó, el que tuviera un esguince en el pie derecho. Poco más de un mes estuvo de baja laboral, el hombre acostumbrado a la actividad que requería su trabajo, al cabo de unos cuantos días en casa se subía por las paredes. Le cambió el humor, todo le parecía mal, todos hacían las cosas mal hechas, su visión de las cosas, era que todo el mundo, lo quería joder de una manera u otra.
Durante ese pequeño período de tiempo, hasta su nieto Adrián le estorbaba. No así Héctor que tenía todas sus simpatías y preferencias, es posible, que esto se debiera a que era el mayor, que fue el primero en traer las satisfacciones esperadas por todos, mientras que Adrián hizo que perdiera a su querida hija. Los sucesos, se distorsionan, dependiendo del cómo, dónde y porqué. Y a menudo pagan las consecuencias, quienes son los más débiles, los indefensos, los sometidos.
Conrado, contra todo pronóstico, murió  mientras venía una ambulancia a su casa, Amalia muerta de miedo, llamó al servicio de urgencias para que vinieran, su marido no podía respirar. Un edema pulmonar, hizo que su cansado corazón, dejara de latir. Murió camino del hospital, Amalia no tardó en seguirlo, fue tan grande su pena, acusó tanto su ausencia, que sencillamente se murió de pena. Dejó de comer, no le entraba en el cuerpo bocado alguno que la alimentara, solo unos cuantos líquidos, alguna que otra fruta eran lo que la mantenían con vida. La anemia pudo con ella, Damián la llevó a todos los especialistas en nutrición que se le ocurrieron, pero nada, era cómo una pequeña barquichuela que hacía agua por todas partes. Todos sufrieron mucho, porque vieron cómo Damián en poco tiempo, empezó a peinar canas casi de improviso, sus sienes, estaban plateadas, no pegaba con su persona, aquella lastimosa imagen que daba.
El administrador, el señor Andrade, después de la muerte de sus padres adoptivos, lo llamó a su despacho.  “Damián, tienes que venir, tengo que hablar contigo, de asuntos relacionados con la herencia de tus padres, tú eres su hijo a todos los efectos”.  “Bien, mañana nos vemos a eso de las cinco y media, cuando termine el trabajo”. Rafael Andrade ya lo esperaba en su oficina de la calle Bailén cuando llamó al timbre del telefonillo, de la mano, iba su hijo Héctor.  “Soy Damián…”.  “Hola”. Se oyó un leve zumbido, la puerta estaba abierta.  “Ahora no toques nada en casa de este señor ¿vale?, tiene muchos papeles y cosas, que te pueden parecer que son para jugar, pero no es así, te quedas al lado de papá, hasta que acabe de hablar con él. Luego iremos a comprarte estas zapatillas de deporte que tanto te gustan ¿de acuerdo?”. Héctor afirmó con la cabeza.
En la puerta de la entrada esperaba Rafael Andrade, como  siempre impecablemente vestido con traje y corbata, ¿cuándo vestía este hombre de manera informal?, Damián no se lo imaginaba vestido de otra forma que no fuera aquella, poniendo siempre especial atención en los zapatos que llevaba lustrados impecablemente. Los hizo entrar a su despacho, cualquier cosa que se hacía en la casa, cualquier ruido que hubiera, resonaba bajo aquel techo exageradamente alto. Después de cerrar la puerta del despacho e invitarlos a sentarse pasó a su butaca de piel giratoria  “Bueno Damián, te he hecho venir por razón de la herencia que dejaron escrita y suscrita por notario, luego te lees todos los papeles. El caso, es que Conrado y Amalia, te lo han dejado todo a ti, a excepción de una pequeña gratificación para mí, por los servicios prestados durante años. La herencia es cuantiosa, yo diría sin temor a equivocarme, que te permitiría vivir de rentas el resto de tú vida, no solo por la cantidad de dinero, sino por las propiedades que tienen en diferentes lugares. En Albacete, Conrado tiene bastantes tierras que ahora mismo  están arrendadas. Por parte de Amalia, tiene un cortijo en la sierra de Cazorla con trescientas hectáreas de terreno sembradas de olivos…”.  “Pare pare, ¿quiere decir que ahora, todo esto es mío?”.  “Exacto, por lo menos esto es lo que recogen los documentos”.
A Damián le recorrió un escalofrío por la espalda que le llegó a la nuca, se estremeció visiblemente, y no pudo reprimir un  “¡Pues menudo favor me han hecho mis padres…!”. A todo esto, Rafael lo miró sorprendido por encima de las pequeñas gafas de leer, que se apoyaban en la punta de su nariz.  “¿Te parece mal lo que han hacho tus padres por ti?”.  “No es eso Rafael, el problema es que esto me abruma, me sobrepasa, no sé cómo explicártelo…”.  “No digas más, de cualquier manera, comprendo lo que me quieres decir, si confías en mí cómo tus padres lo hicieron en su día, me seguiré ocupando de todo”.  “Si por favor, me harías feliz, yo no tengo ni pajolera idea de cómo funcionan estas cosas”.
Al llegar a su casa, los suegros andaban discutiendo, no era normal que Pepe estuviera de tan mal humor, su accidente había desaparecido, y la pierna estaba soportando aquellos cien kilos con normalidad. Entró en casa, justo en el momento que estaba dándole la bronca a Adrián por algo que había hecho, le hablaba cómo a una persona mayor, el niño estaba en un rincón de la sala de estar escondido tras el sofá.
No dijo nada, solo saludó, y se fue a su habitación, Damián no era persona de minar la autoridad de los abuelos, bastante hacían ya. En su cuarto, se sentó en la butaca que a los pies de la cama, cogió de un estante de libros el álbum de fotos de boda, y se puso a ojearlo lentamente. Hablaba en voz baja con Magda, sobre quién pasaba los dedos en cada fotografía en la que aparecía.  “Me hubiera gustado tanto que estuvieras aquí para tomar juntos una decisión conmigo…, lo tendré que hacer solo, pero por favor, ayúdame, te sigo necesitando como el primer día”.
Lo siguiente que organizó, fue visitar con Rafael y sus hijos, las haciendas que sus padres le dejaron. Se sorprendió gratamente cuándo estuvo en Cazorla, buscaron juntos el pequeño pueblo de Peal del Becerro, el punto de referencia que tenían para encontrar el cortijo.  “Esto es formidable Rafael, tienen hasta un río, -él creía que se encontraría con terrenos medio abandonados-, ¿os gustará vivir aquí hijos?”. Los dos, emocionados por el viaje y las vistas, asintieron con la cabeza.  “Pues tendremos que organizar este asunto bien”. Siguió conduciendo hasta la casa, en los alrededores se veían cerdos, patos en manada, pavos, gallinas, aquello parecía un zoológico doméstico.
Un matrimonio de mediana edad se encargaba de la casa, pararon en la era que daba acceso a la casa y las cuadras, ¡era otro mundo!. Damián quedó prendado del lugar, Héctor y Adrián se pusieron a perseguir a los animales como posesos. Se presentaron, a Manolo y Herminia  “Buenas tardes señores, miren, este señor, es el dueño de esta finca. Su nombre es Damián –hizo las presentaciones Rafael-, ha venido a ver qué tal es este lugar en persona”.  “Sea bienvenido señor, mi nombre es Manolo y esta es mi mujer Herminia, nosotros nos cuidamos de que la casa se conserve en condiciones, se podría decir que es mi oficio, aquí hago de todo, esto incluye cuidar de  la huerta que hay detrás de la casa. Aquí comemos lo que nosotros mismos cultivamos ¿sabe?, bueno, pues esta es su casa, adelante”. Damián no articulaba palabra, estaba, como si hubiera cambiado de país, algo parecido, a cómo debe sentirse alguien que va a vivir a la otra punta del globo, solo que aquí, no era necesario aprender otro idioma. Por un instante miró a su alrededor, los niños no estaban  “No se preocupe por los niños, le aseguro que no deben estar a más de cien metros nuestro, deben haberse encontrado con Virtudes nuestra hija, está detrás, en el huerto, ha ido a recoger una lechuga y unos rábanos para la ensalada de esta noche”. Mientras hablaban, rodearon la casa y efectivamente, allí estaban los tres, los niños, hincados de rodillas sobre la tierra, arrancando lo que Virtudes les decía. Ella se levantó al oírlos, y se sacudió las manos en el delantal, para extenderle la mano a Damián.
“Rafael, hoy nos quedamos aquí a dormir, quiero ver amanecer en la sierra”. Rafael lo miró extrañado, este no era el trato, se lo hizo saber, pero Damián ni siquiera oyó lo que le estaba diciendo.  “Mañana por la tarde necesito estar en la oficina, tengo cosas que hacer, a mí me espera trabajo Damián”.  “Ya lo sé hombre, no seas usted pesado, mañana por la mañana le llevo a la estación más próxima, si hace falta se va usted en un taxi, ya encontraremos alguna solución”.
Antes de salir de la oficina Rafael había cuantificado lo que tenía, ascendía a millón y medio de euros. Eso era mucho dinero, se podía permitir devolverle el favor a Rafael propiciándole un viaje de regreso cómodo, se lo merecía. Iban a dormir los tres, el padre y los dos hijos en la misma cama, era inmensa, unos muebles rústicos de madera roja, perfectamente conservados, formaban parte del dormitorio principal, al fondo de la sala y alcoba, un gran armario del mismo estilo, fabricado sin duda por el mismo artesano, guardaba en su interior ropas y maletas de sus padres. No le dio tiempo de visitar toda la casa, lo haría al día siguiente. El cortijo propiamente dicho era inmenso, le pediría a Manolo que le hiciera de guía, aunque cuando se lo pidió, este le dijo que por la mañana a las seis, tenía que salir con el tractor a faenar un trozo de tierra.
“Si acaso, Virtudes lo podrá hacer por mí, ella conoce el lugar igual que yo mismo, ya hablo yo con ella, ¿a qué hora le vendría bien ir?, le  advierto que se tienen que llevar la comida, y a lo mejor, tienen que volver otro día para terminar”.  “Resuélvame antes de acostarse un asunto, si es posible. El señor Rafael, necesita mañana por la mañana ir a Barcelona, búsqueme usted a alguien de confianza que pueda hacer este viaje, se le pagará lo que convenga. Es necesario que el transporte sea bien cómodo, es decir, que sea alguien que tenga un buen coche, ¿de acuerdo?”.  “Cuente con ello, se lo diré a mi primo Octavio, es uno de los buenos, antes era camionero ¿sabe usted?, voy a llamarlo por teléfono si e parece bien”.
Casi sin darse cuenta, anocheció, fue cómo si alguien le hubiera dado al interruptor de la luz, como en un teatro cuando salen los artistas a escena y poco a poco se va atenuando la iluminación. Fue maravilloso ver el tono del campo con el paso de las nubes delante del sol cuándo este se retiraba, esta escena no la compartió con nadie, simplemente, se quedó de pié con los brazos cruzados sobre el pecho, admirando aquella maravilla natural. Cuando terminó de ponerse el sol, tímidamente se acercó Virtudes  “Hola señor, dentro de poco vamos a cenar, mi madre me envía para decírselo, ¿no tiene usted frio?, a esta hora refresca bastante en el monte, entre usted a la cocina, el fuego está encendido”.  “Se está bien aquí, ¿no te parece Virtudes?”.  “Que quiere usted que le diga… cómo bien bien, se está mejor en la ciudad, para que vamos a engañarnos, lo que pasa es, que es lo que a una le ha tocado, pero si de mí dependiera… hacía tiempo que no estaría aquí”.  “Hay que ver cómo es la vida, los que tienen lo más hermoso del mundo no lo aprecian, y los que no lo tenemos envidiamos a los que lleváis esa clase de vida de auténtica calidad”.  “No entiendo lo que quiere usted decir…”.  “He nacido y vivido hasta ahora, en una de las ciudades más grandes del país, Barcelona, no te imaginas lo que es vivir ahí, es una selva de cemento y de gente, que lo único que hacen es, sobrevivir como si de una selva despiadada se tratase, está llena de depredadores, de trampas mortíferas, que hacen que tengas que estar vigilando cada paso que das”.
Se quedó en silencio de golpe, aquel panorama, le invitaba a manifestar el auténtico sentimiento que tenía, la sensación de libertad que durante tanto tiempo ansiaba tener, de ahí las lágrimas que resbalaban por sus mejillas. Virtudes se asustó un poco, no pudo entender que un hombre curtido cómo Damián, que tenía dos hijos, una hacienda inmensa, un hombre rico en definitiva, estuviera llorando en silencio.  “¿Necesita usted algo señor Damián?”.  “No, solo quiero que a partir de ahora, me tratéis como un igual vuestro, de hecho lo soy. Tenéis muchas cosas que enseñarme, y las quiero aprender todas, ¿me ayudarás?”.  “Claro que sí, pero ¿qué le puedo enseñar yo?”.  “Por favor tutéame, me puedes enseñar a vivir aquí, quiero disfrutar de este lugar y de vuestra compañía”.
Virtudes, se dio media vuelta y se fue para dentro de la casa. Damián apareció más templado en la gran cocina, se podía montar una fiesta en aquel espacio, los casi cuarenta metros cuadrados de la cocina, daban alojo a todo lo necesario para  una cocina y mucho más. Al fondo, una puerta, escondía otro de los grandes secretos de un cortijo, un cuarto donde se guardaban conservas, aceite, legumbres, productos del cerdo que colgaban de alambres en el techo…, aquella habitación era un tesoro que aseguraba la supervivencia para una buena temporada, pero que aquella familia se preocupaba por mantener siempre, dentro de los límites del consumo diario.
Al final de la cena, les informó acerca de sus planes para el futuro inmediato, los padres de Virtudes se quedaron de piedra, jamás habían compartido aquella casa con nadie. Ahora el dueño quería tomar su dominio, Manolo, con su sombrero gris de fieltro puesto a todas horas, y que para las ocasiones de las comidas llevaba ligeramente echado hacia atrás, levantó  la vista  “Eso significa que se muda usted a vivir aquí ¿no es cierto?”.  “Eso es Manolo, os agradecería que a partir de ahora me tuteaseis, me sería mucho más cómodo”.  “¿Y donde se supone que estaríamos nosotros en la casa?”.  “El lugar que ahora ocupáis me parece bien, pero si os representa alguna incomodidad, construimos una casa nueva para vosotros, no quiero que os sintáis obligados a vivir aquí con nosotros”.  “Nos deja usted… bueno, nos dejas que lo pensemos ¿verdad?, se nos hace difícil tratarte así de tú”.  “¡Y yo que lo estoy deseando…!”.
Rafael en un lado de la mesa, observaba todo aquello cómo si fuera un invitado de excepción. Arqueaba las cejas, miraba de soslayo, sonreía, seguramente le venían mil cosas a la cabeza, pero en el fondo pensaba, que si Damián se equivocaba, siempre estaba a tiempo de rectificar y cambiar de tercio volviendo a Barcelona.
Se equivocó, Damián era un hombre resuelto, ese mismo año, participó en la recogida de la aceituna junto a los peones que se contrataron. Héctor que crecía deprisa, también lo hizo a su manera, Virtudes trabajaba cada vez, más cerca de Damián, comenzaban a estrechar lazos. Sus padres estaban contentos con la nueva casa, se construyó cómo ellos quisieron, siguiendo las pautas de un arquitecto que Damián contrató. Él estaba satisfecho de poder ayudar a quién lo necesitaba, a la hacienda se acercó gente que hacía años que no trabajaban, bajo la supervisión de Manolo, hacían lo que él les decía, y el hombre de ciudad pronto se convirtió en un hombre de campo.
Cuando los niños tenían vacaciones estivales, iban a Barcelona, o bien sus abuelos venían a verlos. La sangre de Damián, comenzó a correr por sus venas, desde que se fue a vivir a Peal del Becerro. Se sentía realizado, contento, mucho más rico que antes, aunque esta vez, no de dinero.
Cuando se es alguien sin serlo, llegar a ser necesario para otros es lo mejor que se puede soñar. Damián no era más que una persona cuando lo encontraron, pero los años y la perseverancia, para hacerse valer cómo persona entre personas, le habían reportado una ganancia insospechada para él mismo. Sentía que su corazón, latía por una razón más en la vida.


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