jueves, 2 de mayo de 2013



                               CADENAS ARRASTRADAS.


-No sabes cómo lo siento… me hubiera gustado mucho estar aquí contigo, pero me ha resultado imposible Ana. He tenido el tiempo justo de coger el A.V.E en cuanto me enteré, pero tuve que quedarme un día más en la oficina.
-Bueno, ahora ya no importa. Todo lo que se podía hacer por ella se hizo, no sufrió, pero… ¡me hacías tanta falta!.
-Me lo imagino, dime cómo murió.
-Dejando de respirar.
Con esas palabras, Ana dio a entender a su madre Rosa, lo poco que le importaba todo. Perdió a la persona que más quería, estaba obligada a decírselo a su madre, manifestarle que Eva lo era todo para ella. Siempre supo, que decirles a sus padres que se había casado con Eva, le comportaría la inconformidad del resto de la familia.
Al fin y al cabo, cuando les envió las participaciones para la boda, nadie vino, solo recibió un mensaje al móvil, por parte de su otra hermana Romina. Ella sí que estaba contenta, pero vivía en Canarias y estaba sin medios por aquellas fechas, con la ayuda de un amigo que hizo allí, pudo venir a verla un mes después del acontecimiento. Traía en la maleta, una caja de música que a la vez era joyero, se apoderó de ella sin derecho alguno, cuando su abuela murió, le dolía la conciencia haber hecho esto.
-Gracias Romina, es el mejor regalo que me han hecho nunca.
-Te pertenece Ana, al fin y al cabo, la abuela te lo dio a ti, perdona por habértelo quitado. Dame un abrazo, deseo que seáis muy felices.
Se dieron dos besos en los labios, en su casa toda la familia tenía esta costumbre cuando se veía, piquitos le llamaban. Pero su padre Daniel, nunca vio bien esto, decía que eran mariconadas. Los demás de la casa no hacían demasiado caso a esta postura del padre, pero a Ana, esta actitud la encendía, la sacaba de sus casillas. Cuando por razón de su amistad se fue a vivir a Oviedo, Daniel estalló.
-Eres una desagradecida, ojalá te vaya todo mal y tengas que volver aquí, entonces hablaremos, bollera.
No le dolió que la llamara bollera, le dolió el tono de desprecio con que se lo dijo, fue como si le dijera, que los homosexuales no tenían derecho a vivir la vida. Ana se ofendió mucho, eso le dio nuevos impulsos, para terminar de hacer los planes que tenía embastados con Eva. Ella era natural de allí, su madre se divorció de su padre y vivía en la parte baja de una casa grande en las afueras de Oviedo, se puso a vivir con otra mujer, era médico, cirujana de traumatología en el hospital de Nuestra señora de Covadonga. Eran muy felices las dos, tenían un círculo de amistades magnífico, nada de gente adinerada, gente sencilla que eran tolerantes, hasta una pareja de hippies que vivían de hacer quesos de Cabrales.
-¡Pues venid a vivir con nosotras!, ya sabéis que sitio hay de sobra, el piso de arriba está vacío, ya va siendo hora que se habite.
Eso fue lo que le dijo Beni –diminutivo de Bernarda- a su hija. Eva tenía trabajo asegurado, su madre era dueña de una copistería, que además, suministraba material a los estudiantes de la universidad de Oviedo.
-Si trabajas conmigo, nos combinamos los horarios, ya sabes que no puedo estar todo el tiempo que quisiera con Dulce, con la mierda de los turnos del hospital, a veces solo la veo pasar frente a mí como una exhalación. Venga, a ver si convences a Ana.
Todo se solucionó más temprano que tarde en este aspecto, de modo que, Ana dijo adiós a su familia en el plazo de un par de meses. Quizás lo que hizo mal, fue hacer todos los arreglos sin comunicar nada a su familia, probablemente esto les dolió, pero no quería decir nada hasta que tuviera una plaza asegurada en la universidad, estudiaba económicas.
-Te amo Ana, quisiera que nos casáramos, ser un matrimonio feliz cómo los demás, me gustaría poder decir a los amigos, a todos ellos, “Es mi mujer”.
-Pero cariño, si tú ya sabes que para mí no hay ninguna diferencia, te quiero cómo no he querido jamás en la vida a nadie, ni volveré a querer. Te llevo prendida en mi corazón, si alguien quisiera apartarme de ti, antes, tendría que arrancármelo.
Ana sondeó a la madre de Eva, esta le hizo saber, que le constaba que su hija estaba enamoradísima de ella.
-Para Eva, has representado un antes y un después en su vida. Habla de ti como si fueras su hada madrina, créeme, jamás he visto a mi hija tan ilusionada por nadie. No sé lo que le has dado, pero has roto moldes.
Un año después se casaron, en la intimidad, o por lo menos eso querían ellas, lo que no sabían era, que la madre de Eva y su compañera, les tenían preparada una sorpresa mayúscula. Una comida y una fiesta como pocas veces se habían visto. Encima de su cama, dejaron dos billetes de avión abiertos para ir a las islas griegas, algo que desde pequeña siempre soñaba Eva, el viaje de su vida.
Trabajaban y estudiaban en esa nueva vida, en ese nuevo golpe de timón que dieron a sus vidas, y de pronto, al volver de la universidad a su casa, en el autobús, Ana recibió una llamada al móvil.
-No vayas a casa, ven al hospital, no te asustes, ven tranquila, a Eva la tienen ingresada por unas pruebas que le están haciendo, se ha desvanecido en la copistería y una ambulancia la ha llevado allí.
Ana bajó en la siguiente parada y cogió un taxi camino del hospital, preguntó por su mujer y la enfermera se quedó mirándola perpleja.
-¿Es usted idiota o qué?, le pregunto por…
Una mano tiró de ella, era Beni, la llevó a un rincón y le dijo que se calmara.
-Pero ¿has visto cómo me ha mirado esta imbécil, ni que hubiera visto al demonio?.
-Déjalo, ya sabes cómo son estas cosas, mal que nos pese, esta cruz todavía la tendremos que llevar encima bastante tiempo. Mira Ana, a Eva le están haciendo análisis de todo tipo, no saben qué es lo que le pasa, pero de pronto se desmayó en la tienda. Ahora, Dulce está hablando con los compañeros, le he pedido que subiera de quirófanos para ver si ella podía hacer averiguaciones. Estamos en compás de espera.
-Vamos a la calle, necesito un cigarrillo.
-Espera, dejaré dicho que si sube Dulce entre tanto, salga fuera.
Ana acostumbraba a encender los cigarrillos con cerillas, pero fue imposible, tuvo que pedir a un señor que le dejara el mechero. Fumó tres casi sin parar, se tragaba el humo como si fuera un aspirador. Después entraron, pero Dulce no aparecía, Ana levantando la voz
-Necesito verla mierda, ¿dónde está?. Quiero verla ahora Beni.
Llamaron por megafonía a Dulce, esta apareció a los cinco minutos, minutos que resultaron ser horas para Ana.
-Bueno chicas, de momento no ha despertado, los médicos están con ella, le han hecho una punción lumbar, quieren descartar determinadas cosas.
-¿Qué cosas Dulce?, ¿Qué es lo que le pasa?. Soy su mujer, tengo derecho a saberlo.
-Es demasiado pronto para determinarlo Ana. Los médicos no son adivinos, se basan en pruebas, pruebas que hay que analizar después de hacerlas. Joder, parece que no lo sepas, no te pongas más nerviosa que bastante lo estamos todos, hay que esperar un poco.
De hecho Dulce no quería decirle lo que ya sabía, Eva había tenido un derrame cerebral, ciertamente se tenía que esperar determinado tiempo para saber las consecuencias. Ana leyó en sus ojos que tenía malas noticias, se sentó en una silla de la sala de espera, no podía entrar a verla, el protocolo del hospital lo prohibía, Eva estaba en la U.C.I.
-No sé, qué sería de mí, si me faltara, creo que me moriría. No es justo que pasen estas cosas.
Por un momento Dulce recordó, que lo que no era justo, eran las injusticias que estaban sufriendo las personas, a las que periódicamente iba a ayudar a África. Tullidos por las minas de antiguas guerras intestinas entre facciones revolucionarias, niños a los que tenían que poner placas en la cabeza para evitar que se les vieran los sesos. Eso si era una injusticia, lo demás, sencillamente males, que asolan a toda la humanidad, plagas en algunos casos, cómo el cáncer, el V.I.H, las enfermedades cardiovasculares…
Pasado casi todo el día allí, se iban desvaneciendo las esperanzas para ellas, finalmente Dulce salió con su ropa de calle.
-Vamos a otro lugar, hasta dentro de una hora no la subirán a planta.
Ana se estaba rompiendo por minutos, la levantaron de la silla, en este instante era un enfermo más que necesitaba atención. Cruzaron la calle y se metieron en una cafetería, no quería tomar nada, pero Dulce pidió para ella, una tila con dos sobres de infusión. Ellas dos tomaron café.
-Mira Ana, hay cosas que les sucede a todo el mundo de forma inesperada. Lo que le ha pasado a Eva es una de ellas, ha tenido un derrame cerebral. Esto no hay modo de prevenirlo, nadie puede detectarlo, a no ser que continuamente estuvieran haciéndonos escáneres. Pero evidentemente eso es imposible, no es lo  mismo que tomarte sangre para hacer análisis.
-¿Eso qué significa Dulce, que se va a  morir?.
-No mujer, no en todos los casos pasa algo así, pero hay que ser realistas, de derrames de cerebro que se tratan, hay un porcentaje que no se recuperan, no conozco las estadísticas al respecto, pero cabe esperar que ella lo supere. Es una mujer fuerte, con una vida sana.
Rosa estaba cabizbaja, a ella también le afectaba muy de cerca este suceso, pero quería mostrar entereza delante de aquel drama común, se notaba que se tragaba las lágrimas cuando podía.
Ser fuerte no se le exigía por Ana, sino más bien, porque aquella que estaba postrada en la cama del hospital, era su hija de su alma, ella había parido aquella criatura, la crió y le dio la educación que merecía con sacrificios, era lo único que consideraba realmente suyo, todo lo demás, incluso el amor de Dulce era circunstancial.
Ana no se movió del hospital, faltaba, justo el tiempo para ir a casa tomar una ducha y cambiarse de ropa. Dulce dentro de su horario de trabajo hacía no pocas visitas a las dos, la madre precisamente era la gran ausente, estaba de mal humor con la  gente que venía a la copistería, pero la gente que las conocía, lo comprendían y le mandaban recuerdos para su hija.
A los dos días entró en coma, casi no tuvo tiempo de percibir la presencia de su mujer, ni de su madre. Pequeñas convulsiones y apretones en las manos de Ana, anunciaban que no estaba consciente de nada de lo que ocurría a su alrededor. El viernes por la tarde expiró, y Ana cayó de rodillas en el suelo de la habitación, inconsolable, no quería dejar de apretar aquellas preciosas manos con largos dedos, que tantas veces acariciaron su cuerpo. Sencillamente, no podía creer que su esposa estuviera muerta, no  quería aceptar, que tenía que continuar viviendo sin su presencia.
Después de la incineración, marcharon a casa. Dulce le dijo a su compañera que vigilase a Ana, Rosa asintió con la cabeza, la tienda permanecería cerrada cinco días. No consiguió sacarla de la casa, era un espectro que caminaba de acá para allá, sin ningún propósito. El tiempo que estaba en su habitación, ojeaba un álbum de fotografías de su boda y un pequeño viaje que hicieron por la costa asturiana. Especialmente, se recreaba en las que se hicieron en Luarca, un precioso pueblo pesquero. Fue en la primavera anterior, allí estaba Eva, cubierta con una pamela de paja, haciendo gestos y tapándose a medias una parte de la cara, ¡tantos recuerdos fantásticos…!.
-¿Que voy a hacer ahora sin ti mi amor?, ¿sabes lo que has hecho dejándome?.
Una conversación consigo misma, que la unía  todavía más a Eva.
A la mañana siguiente, cuando parecía que todo se estaba calmando, cuando la vida va recobrando su ritmo porque el tiempo impone su sistema a la fuerza, Ana desapareció. Rosa que llegó junto a su compañera Dulce, querían hacerle un regalo, le traían de una joyería conocida, donde ellas encargaron sus anillos de compromiso, un medallón con su correspondiente cadena. Era una fotografía de Eva, el día de su cumpleaños. La llamaron pero nadie respondió, abrieron el piso con el juego de llaves dobles que tenían, todo estaba en orden, nada fuera de lugar, ningún objeto que no debiera de estar allí.
Comenzaron a asustarse al final del día, a las tres de la madrugada todavía estaban esperando algún ruido que anunciara su presencia, nada. En la comisaría de policía dieron parte de su desaparición, al día siguiente, estaban las dos muy nerviosas, la tienda permaneció cerrada otro día más, y Dulce llamó al hospital para decir que ese día no iría a trabajar.
El bolso de Ana estaba en casa, todo lo que normalmente llevaba encima, el móvil, las llaves de casa, la documentación, los libros, todo estaba en su sitio. Pensaron lo peor, pero ¿a santo de qué?, la gente a veces necesita su espacio, Ana podía estar en cualquier parte, podría haber encontrado a algunos amigos y estar ausente, eso fue lo que le dijo la policía, se habían encontrado con miles de casos parecidos.
Lo que nadie sospechaba, era que muchas veces, Eva y Ana conversaban sobre la libertad que tenían las gaviotas, que lo mismo se encontraban cómodas en tierra que volando sobre el mar, pero siempre se decían  -¡Qué lástima que nosotras no tengamos alas para viajar como ellas.
De vuelta para casa Rosa y Dulce, instintivamente se quedaron mirando el mar sin decirse una sola palabra.


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