CADENAS
ARRASTRADAS.
-No sabes cómo lo siento… me
hubiera gustado mucho estar aquí contigo, pero me ha resultado imposible Ana.
He tenido el tiempo justo de coger el A.V.E en cuanto me enteré, pero tuve que
quedarme un día más en la oficina.
-Bueno, ahora ya no importa. Todo
lo que se podía hacer por ella se hizo, no sufrió, pero… ¡me hacías tanta
falta!.
-Me lo imagino, dime cómo murió.
-Dejando de respirar.
Con esas palabras, Ana dio a
entender a su madre Rosa, lo poco que le importaba todo. Perdió a la persona
que más quería, estaba obligada a decírselo a su madre, manifestarle que Eva lo
era todo para ella. Siempre supo, que decirles a sus padres que se había casado
con Eva, le comportaría la inconformidad del resto de la familia.
Al fin y al cabo, cuando les
envió las participaciones para la boda, nadie vino, solo recibió un mensaje al
móvil, por parte de su otra hermana Romina. Ella sí que estaba contenta, pero
vivía en Canarias y estaba sin medios por aquellas fechas, con la ayuda de un
amigo que hizo allí, pudo venir a verla un mes después del acontecimiento.
Traía en la maleta, una caja de música que a la vez era joyero, se apoderó de
ella sin derecho alguno, cuando su abuela murió, le dolía la conciencia haber
hecho esto.
-Gracias Romina, es el mejor
regalo que me han hecho nunca.
-Te pertenece Ana, al fin y al
cabo, la abuela te lo dio a ti, perdona por habértelo quitado. Dame un abrazo,
deseo que seáis muy felices.
Se dieron dos besos en los
labios, en su casa toda la familia tenía esta costumbre cuando se veía,
piquitos le llamaban. Pero su padre Daniel, nunca vio bien esto, decía que eran
mariconadas. Los demás de la casa no hacían demasiado caso a esta postura del
padre, pero a Ana, esta actitud la encendía, la sacaba de sus casillas. Cuando
por razón de su amistad se fue a vivir a Oviedo, Daniel estalló.
-Eres una desagradecida, ojalá te
vaya todo mal y tengas que volver aquí, entonces hablaremos, bollera.
No le dolió que la llamara
bollera, le dolió el tono de desprecio con que se lo dijo, fue como si le
dijera, que los homosexuales no tenían derecho a vivir la vida. Ana se ofendió
mucho, eso le dio nuevos impulsos, para terminar de hacer los planes que tenía
embastados con Eva. Ella era natural de allí, su madre se divorció de su padre
y vivía en la parte baja de una casa grande en las afueras de Oviedo, se puso a
vivir con otra mujer, era médico, cirujana de traumatología en el hospital de
Nuestra señora de Covadonga. Eran muy felices las dos, tenían un círculo de
amistades magnífico, nada de gente adinerada, gente sencilla que eran
tolerantes, hasta una pareja de hippies que vivían de hacer quesos de Cabrales.
-¡Pues venid a vivir con
nosotras!, ya sabéis que sitio hay de sobra, el piso de arriba está vacío, ya
va siendo hora que se habite.
Eso fue lo que le dijo Beni
–diminutivo de Bernarda- a su hija. Eva tenía trabajo asegurado, su madre era
dueña de una copistería, que además, suministraba material a los estudiantes de
la universidad de Oviedo.
-Si trabajas conmigo, nos
combinamos los horarios, ya sabes que no puedo estar todo el tiempo que
quisiera con Dulce, con la mierda de los turnos del hospital, a veces solo la
veo pasar frente a mí como una exhalación. Venga, a ver si convences a Ana.
Todo se solucionó más temprano
que tarde en este aspecto, de modo que, Ana dijo adiós a su familia en el plazo
de un par de meses. Quizás lo que hizo mal, fue hacer todos los arreglos sin
comunicar nada a su familia, probablemente esto les dolió, pero no quería decir
nada hasta que tuviera una plaza asegurada en la universidad, estudiaba
económicas.
-Te amo Ana, quisiera que nos
casáramos, ser un matrimonio feliz cómo los demás, me gustaría poder decir a
los amigos, a todos ellos, “Es mi mujer”.
-Pero cariño, si tú ya sabes que
para mí no hay ninguna diferencia, te quiero cómo no he querido jamás en la
vida a nadie, ni volveré a querer. Te llevo prendida en mi corazón, si alguien
quisiera apartarme de ti, antes, tendría que arrancármelo.
Ana sondeó a la madre de Eva,
esta le hizo saber, que le constaba que su hija estaba enamoradísima de ella.
-Para Eva, has representado un
antes y un después en su vida. Habla de ti como si fueras su hada madrina,
créeme, jamás he visto a mi hija tan ilusionada por nadie. No sé lo que le has
dado, pero has roto moldes.
Un año después se casaron, en la
intimidad, o por lo menos eso querían ellas, lo que no sabían era, que la madre
de Eva y su compañera, les tenían preparada una sorpresa mayúscula. Una comida
y una fiesta como pocas veces se habían visto. Encima de su cama, dejaron dos
billetes de avión abiertos para ir a las islas griegas, algo que desde pequeña
siempre soñaba Eva, el viaje de su vida.
Trabajaban y estudiaban en esa
nueva vida, en ese nuevo golpe de timón que dieron a sus vidas, y de pronto, al
volver de la universidad a su casa, en el autobús, Ana recibió una llamada al
móvil.
-No vayas a casa, ven al
hospital, no te asustes, ven tranquila, a Eva la tienen ingresada por unas
pruebas que le están haciendo, se ha desvanecido en la copistería y una
ambulancia la ha llevado allí.
Ana bajó en la siguiente parada y
cogió un taxi camino del hospital, preguntó por su mujer y la enfermera se
quedó mirándola perpleja.
-¿Es usted idiota o qué?, le
pregunto por…
Una mano tiró de ella, era Beni,
la llevó a un rincón y le dijo que se calmara.
-Pero ¿has visto cómo me ha
mirado esta imbécil, ni que hubiera visto al demonio?.
-Déjalo, ya sabes cómo son estas
cosas, mal que nos pese, esta cruz todavía la tendremos que llevar encima
bastante tiempo. Mira Ana, a Eva le están haciendo análisis de todo tipo, no
saben qué es lo que le pasa, pero de pronto se desmayó en la tienda. Ahora,
Dulce está hablando con los compañeros, le he pedido que subiera de quirófanos
para ver si ella podía hacer averiguaciones. Estamos en compás de espera.
-Vamos a la calle, necesito un
cigarrillo.
-Espera, dejaré dicho que si sube
Dulce entre tanto, salga fuera.
Ana acostumbraba a encender los
cigarrillos con cerillas, pero fue imposible, tuvo que pedir a un señor que le
dejara el mechero. Fumó tres casi sin parar, se tragaba el humo como si fuera
un aspirador. Después entraron, pero Dulce no aparecía, Ana levantando la voz
-Necesito verla mierda, ¿dónde
está?. Quiero verla ahora Beni.
Llamaron por megafonía a Dulce, esta
apareció a los cinco minutos, minutos que resultaron ser horas para Ana.
-Bueno chicas, de momento no ha
despertado, los médicos están con ella, le han hecho una punción lumbar,
quieren descartar determinadas cosas.
-¿Qué cosas Dulce?, ¿Qué es lo
que le pasa?. Soy su mujer, tengo derecho a saberlo.
-Es demasiado pronto para
determinarlo Ana. Los médicos no son adivinos, se basan en pruebas, pruebas que
hay que analizar después de hacerlas. Joder, parece que no lo sepas, no te
pongas más nerviosa que bastante lo estamos todos, hay que esperar un poco.
De hecho Dulce no quería decirle
lo que ya sabía, Eva había tenido un derrame cerebral, ciertamente se tenía que
esperar determinado tiempo para saber las consecuencias. Ana leyó en sus ojos
que tenía malas noticias, se sentó en una silla de la sala de espera, no podía
entrar a verla, el protocolo del hospital lo prohibía, Eva estaba en la U.C.I.
-No sé, qué sería de mí, si me
faltara, creo que me moriría. No es justo que pasen estas cosas.
Por un momento Dulce recordó, que
lo que no era justo, eran las injusticias que estaban sufriendo las personas, a
las que periódicamente iba a ayudar a África. Tullidos por las minas de
antiguas guerras intestinas entre facciones revolucionarias, niños a los que
tenían que poner placas en la cabeza para evitar que se les vieran los sesos.
Eso si era una injusticia, lo demás, sencillamente males, que asolan a toda la
humanidad, plagas en algunos casos, cómo el cáncer, el V.I.H, las enfermedades
cardiovasculares…
Pasado casi todo el día allí, se
iban desvaneciendo las esperanzas para ellas, finalmente Dulce salió con su
ropa de calle.
-Vamos a otro lugar, hasta dentro
de una hora no la subirán a planta.
Ana se estaba rompiendo por
minutos, la levantaron de la silla, en este instante era un enfermo más que
necesitaba atención. Cruzaron la calle y se metieron en una cafetería, no
quería tomar nada, pero Dulce pidió para ella, una tila con dos sobres de
infusión. Ellas dos tomaron café.
-Mira Ana, hay cosas que les
sucede a todo el mundo de forma inesperada. Lo que le ha pasado a Eva es una de
ellas, ha tenido un derrame cerebral. Esto no hay modo de prevenirlo, nadie
puede detectarlo, a no ser que continuamente estuvieran haciéndonos escáneres.
Pero evidentemente eso es imposible, no es lo
mismo que tomarte sangre para hacer análisis.
-¿Eso qué significa Dulce, que se
va a morir?.
-No mujer, no en todos los casos
pasa algo así, pero hay que ser realistas, de derrames de cerebro que se
tratan, hay un porcentaje que no se recuperan, no conozco las estadísticas al
respecto, pero cabe esperar que ella lo supere. Es una mujer fuerte, con una
vida sana.
Rosa estaba cabizbaja, a ella
también le afectaba muy de cerca este suceso, pero quería mostrar entereza
delante de aquel drama común, se notaba que se tragaba las lágrimas cuando
podía.
Ser fuerte no se le exigía por Ana,
sino más bien, porque aquella que estaba postrada en la cama del hospital, era
su hija de su alma, ella había parido aquella criatura, la crió y le dio la
educación que merecía con sacrificios, era lo único que consideraba realmente
suyo, todo lo demás, incluso el amor de Dulce era circunstancial.
Ana no se movió del hospital,
faltaba, justo el tiempo para ir a casa tomar una ducha y cambiarse de ropa.
Dulce dentro de su horario de trabajo hacía no pocas visitas a las dos, la
madre precisamente era la gran ausente, estaba de mal humor con la gente que venía a la copistería, pero la gente
que las conocía, lo comprendían y le mandaban recuerdos para su hija.
A los dos días entró en coma,
casi no tuvo tiempo de percibir la presencia de su mujer, ni de su madre. Pequeñas
convulsiones y apretones en las manos de Ana, anunciaban que no estaba
consciente de nada de lo que ocurría a su alrededor. El viernes por la tarde expiró,
y Ana cayó de rodillas en el suelo de la habitación, inconsolable, no quería
dejar de apretar aquellas preciosas manos con largos dedos, que tantas veces
acariciaron su cuerpo. Sencillamente, no podía creer que su esposa estuviera
muerta, no quería aceptar, que tenía que
continuar viviendo sin su presencia.
Después de la incineración,
marcharon a casa. Dulce le dijo a su compañera que vigilase a Ana, Rosa asintió
con la cabeza, la tienda permanecería cerrada cinco días. No consiguió sacarla
de la casa, era un espectro que caminaba de acá para allá, sin ningún
propósito. El tiempo que estaba en su habitación, ojeaba un álbum de
fotografías de su boda y un pequeño viaje que hicieron por la costa asturiana.
Especialmente, se recreaba en las que se hicieron en Luarca, un precioso pueblo
pesquero. Fue en la primavera anterior, allí estaba Eva, cubierta con una
pamela de paja, haciendo gestos y tapándose a medias una parte de la cara, ¡tantos
recuerdos fantásticos…!.
-¿Que voy a hacer ahora sin ti mi
amor?, ¿sabes lo que has hecho dejándome?.
Una conversación consigo misma,
que la unía todavía más a Eva.
A la mañana siguiente, cuando
parecía que todo se estaba calmando, cuando la vida va recobrando su ritmo
porque el tiempo impone su sistema a la fuerza, Ana desapareció. Rosa que llegó
junto a su compañera Dulce, querían hacerle un regalo, le traían de una joyería
conocida, donde ellas encargaron sus anillos de compromiso, un medallón con su
correspondiente cadena. Era una fotografía de Eva, el día de su cumpleaños. La
llamaron pero nadie respondió, abrieron el piso con el juego de llaves dobles
que tenían, todo estaba en orden, nada fuera de lugar, ningún objeto que no debiera
de estar allí.
Comenzaron a asustarse al final
del día, a las tres de la madrugada todavía estaban esperando algún ruido que
anunciara su presencia, nada. En la comisaría de policía dieron parte de su
desaparición, al día siguiente, estaban las dos muy nerviosas, la tienda
permaneció cerrada otro día más, y Dulce llamó al hospital para decir que ese
día no iría a trabajar.
El bolso de Ana estaba en casa,
todo lo que normalmente llevaba encima, el móvil, las llaves de casa, la
documentación, los libros, todo estaba en su sitio. Pensaron lo peor, pero ¿a
santo de qué?, la gente a veces necesita su espacio, Ana podía estar en
cualquier parte, podría haber encontrado a algunos amigos y estar ausente, eso
fue lo que le dijo la policía, se habían encontrado con miles de casos parecidos.
Lo que nadie sospechaba, era que
muchas veces, Eva y Ana conversaban sobre la libertad que tenían las gaviotas,
que lo mismo se encontraban cómodas en tierra que volando sobre el mar, pero
siempre se decían -¡Qué lástima que
nosotras no tengamos alas para viajar como ellas.
De vuelta para casa Rosa y Dulce,
instintivamente se quedaron mirando el mar sin decirse una sola palabra.
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