SANSÓN Y EL
DUENDECILLO.
El duendecillo, recoge vallas y
frutas silvestres para alimentarse él y su familia, que viven desde hace mil
años dentro del hueco de un árbol caído. De pronto, se oye el rugido de un
león, el duende se espanta, pero sabe que el león no tiene nada que ver con él,
el león busca otras presas, no a un duendecillo que por ser pequeño, pasa
desapercibido en medio del bosque.
Pero el rugido del león, lo
siente hasta lo más profundo de su ser, es potente, se puede oír a varios kilómetros de distancia, sigue a pesar
del susto, metiendo en su zurrón hecho de hojas y pequeñas lianas, su cosecha
de frutas.
Camino de su casa tronco, siente
que la tierra tiembla bajo sus sensibles pies descalzos, no es ninguna
migración de animales, sabe por la vibración que es alguien diferente, otro
animal distinto. Se para en seco, cuenta la intermitencia de ese temblor, hasta
su pequeño gorro coloreado se mueve sobre su cabeza, un instante después, se
oscurece todo, de golpe siente un pequeño escalofrío, pequeño, porque él es
pequeño, más que pequeño diminuto.
Levanta la cabeza al cielo y
observa con estupor, una gran piedra que avanza hacia él. Es entonces, cuando
se apercibe del peligro que corre, arranca a correr todo lo que puede, lo que
su diminuto cuerpo puede dar de sí, el modo del que puede escapar de esa
fatídica sombra, dista mucho de ser comprendida por cualquier ser humano.
Finalmente, consigue ponerse a
salvo debajo de una acacia, más que debajo de la acacia en sí, se protege bajo
una de sus raíces, mientras observa tembloroso, como un hombre de aspecto rudo,
muy grande, con una cabellera larga, se aproxima a un gran león de aspecto
amenazante.
Lo que ve a renglón seguido, hace
que cambie por completo, su concepto del hombre. Aquel gigante, se acerca al
león que ruge con la cabeza ladeada, soltando babas de su boca, está muy
enfadado. Él duendecillo lo sabe bien, porque los ha visto pelear por la caza
con otros animales, sabe de que es capaz un león provocado.
Sin dialogo alguno de por medio,
el gigante ruge como el león, y este se abalanza contra él, los dientes del
león son muy peligrosos, pero sus garras quizás lo san más, de manera que sin
agacharse, esperando el ataque definitivo del gato salvaje, el gigante va hacia
él, y en cuanto este abre la boca, lo agarra con las manos por la boca, una le
abre la parte de arriba y con la otra comienza a abrirle la otra mitad, el león
quiere zafarse de aquel ataque pero es imposible, las manos del gigante, son
como dos tenazas que lo aprisionan, sacude la cabeza sin éxito.
El gigante, con una pierna
adelantada para tener un buen apoyo, va poco a poco abriendo la boca del león,
hasta el duendecillo oye como crujen las mandíbulas de aquel gran león. Las
patas delanteras parecen suplicar que lo deje, que él no va a atacar, se las ve
casi implorantes con las uñas retraídas.
Pero el gigante parece querer acabar con el león, quiere ser recordado, como el
único hombre en la tierra, que mató al rey de la selva con sus propias manos.
¡Menuda vanidad esa!, quizás tenía algo pendiente con el león, quizás lo asustó
en alguna otra ocasión, pudiera ser que solo tuviera sed de venganza,
desconsiderando que el león es un depredador por naturaleza, y le rugiera o
asustara en algún paseo que el gigante hiciera por la llanura.
Una acción de estas solo se
explica, si el corazón de aquel gigante, estuviera pasando por una etapa de
frustración, de rabia contenida, que pagó con el pobre león, que ahora yacía
muerto a sus pies.
El duendecillo, abrumado por lo
que acababa de ver, sacó unas vallas de su zurrón e hizo lo posible por llamar
la atención del gigante. Al final lo consiguió, cuando él gigante se arrodilló
ante él, el duende comenzó a increparle desafiante, hasta el punto de
amenazarlo de muerte, lo mismo que él hiciera con el pobre león. Sansón se rió,
y su risa dejó al duende sentado en el suelo.
La larga cabellera de Sansón se
mecía con el viento de la sabana, el
duende enfadado, tenía que marchar de allí rápidamente, los buitres comenzaban
a llegar desde el cielo describiendo círculos, señal inminente del banquete que
les esperaba, el duende no quería formar parte de la dieta de estos pájaros.
Luego se oyeron las risas de las hienas, que con su fino olfato detectaron el cadáver
del león.
-Nos volveremos a ver, ¿sabes
animal?, (le dijo el duende) te presagio un mal futuro, y una vida corta si
continuas andando con esa prepotencia por la vida. Que sepas, que tú futuro ya
está escrito, no tardarás en morir,
porque no mereces vivir así. Anda, ve a presumir con tu gente de la gesta que
acabas de conseguir, te invitarán a vino, tendrás mujeres que morirían por ti
si saben de esto que acabas de hacer. Sin embargo a mí me das pena, no tienes a
nadie a tú lado, nadie que te ame realmente, esta va a ser tú perdición.
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