miércoles, 8 de mayo de 2013



                              A SALTO DE MATA.



Aprovechar una circunstancia rápidamente para beneficiarse, lo interpreto como estar alerta, A SALTO DE MATA, peo si ello significa destruir a alguien, empobrecerlo, menoscabar su integridad, su dignidad como persona, esto, no tiene nombre.
Remigio lleva media  vida así, apocado y simple, un hombre ya maduro, pero que por naturaleza es una persona crédula, confiada, algo inseguro, esperando que todo el mundo que lo rodea, sea como es él. Es así desde siempre, jamás sería capaz de hacerle una cochinada a alguien, y en consecuencia, cree a pie juntillas que a él no le harán ningún daño jamás.
¡Menudo fallo este!, su madre que ha sido la última en faltar de este mundo, siempre le tenía dicho  -Remi no te fíes de nadie, que la gente es muy mala. Hasta aquellos que dicen ser tus amigos, si ven que te pueden timar o sacarte algo, te lo sacarán.
Esto es muy genérico, porque hay gente para todo, no hay porqué dudar de la voluntad de las personas cuando se acercan a uno. Pero en su caso…, digamos que hay muchos intereses de por medio. Su padre ha dejado en sus manos, una industria de pieles, desde un kilómetro se sabe que estás llegando a Casa Bolos, así conoce todo el mundo el negocio que ahora regenta Remigio.
Él sabe de pieles un rato largo, del curtido nadie tiene que enseñarle nada, lo sabe todo, desde los ocho años que está trajinando pieles, y entre su padre y Elías el encargado del tinglado, le enseñaron a distinguir entre las pieles buenas y el uso que se les podía dar, y las otras, que tenían un uso más vulgar. En pro del beneficio de algunos conocidos del pueblo, ha cogido a unos cuantos a trabajar en la fábrica, pero eso lleva consigo algunos sacrificios.
Estos “amigos”, no se imaginaban lo mal que huele en una fábrica de curtidos de piel. Elías le ha advertido que esos tíos no le dan un palo al agua, que se pasan la mayor parte del tiempo, en el patio de atrás fumando, incluso como ya lo están tomando como costumbre, juegan a las cartas y están de cachondeo la mayor parte del tiempo.  –Oye, que hay que trabajar chavales, que para eso se os paga, me habría sido muy fácil dejaros en el paro. De manera que… o curráis, o vais a la calle.
Terminada la reprimenda, se mete en la garita que hace las veces de despacho y se pone a sudar copiosamente. Esto no está hecho para él, sufre al tener que dar la bronca a alguien, pero es el papel que le toca, es el jefe y no puede permitir que se le suban a la chepa.
-Vale hombre, no te pongas así, es que ahí dentro no hay modo de respirar, ¿tú sabes la peste que hace ahí?.
-Me lo dices o me lo cuentas?, claro que lo sé, pero a fuerza de tratar con las pieles, he aprendido a soportarlo, cuando llevéis unos cuantos días más, ni os daréis cuenta, venga, al tajo.
Con los trabajadores hay que ser un poco severo, además hay pedidos que cumplir, continuamente se necesitan zapatos, bolsos, carteras de bolsillo, monederos…, esto hace que la fábrica rule y que cada vez tengan más clientes. Se reúne un par de veces por semana con Elías, estas reuniones tienen como objeto, no solo repasar los números que arrojan la producción, si no que también, se repasan los horarios de los trabajadores, y la puntualidad, que está premiada en esta fábrica.
-Remigio, como no eches a estos tres que has contratado vas a tener que trabajar para ellos. Estos tíos son unos parásitos, no me extraña que llevaran más de un año en el paro. No quieren más que recibir el favor de un amigo sin más.
-Bueno Elías ¿y tú que sugieres?, porque yo no soy capaz de echarlos a la calle de buenas a primeras.
-No es echarlos a la calle por las buenas, hazles ver que no producen, que aquí están para trabajar, como todos. ¿No te das cuenta que si no lo haces, los demás te van a criticar y te puedes encontrar con un motín?. Si hicieran algo… no te digo yo que con un toque se solucionaría el tema, pero es esos mendas son unos aprovechados.
Remigio sabe de lo que habla, lleva en la empresa más de veinte años, lo ha visto todo en el ámbito de este trabajo, sabe lo que se puede hacer y lo que no. Cuando uno es joven como esos tres, se puede hacer mucho, una persona no tiene que ir a salto de mata improvisando. Todo está sincronizado, a pesar de la desorganización que pueda aparentar una curtidora de pieles, cada cual sabe qué hacer y en qué momento, esa es la clave del servicio que se da a las personas que continuamente pasan por la fábrica a comprar pieles o hacer los pedidos correspondientes.
Es verdad, oler, huele a demonios emplumados, pero las pieles no muerden, de modo, que no hay excusa para no trabajar. Al final, se ve obligado a hablar con ellos seriamente, no parece que estén dispuestos  para cambiar de actitud, así que Remigio los echa del trabajo, les remunera todo lo que se les debe, pero al final, pasan a engrosar las filas del paro.
Esa misma tarde… -¿Da usted su permiso señor Remigio?.
-Claro, pasa, ¿qué me dices Arturo?.
-Vera usted, necesito trabajar más horas, y viendo que ahora hay tres trabajadores menos, he pensado que quizás me podría dar la oportunidad de hacer más horas extras. Lo necesito imperiosamente.
-Vamos a ver… ¿en qué sección trabajas?.
-En tintes señor, pero he pasado antes por casi todos los sitios de trabajo de aquí.
Remigio sacó un fichero donde estaban los nombres de todos los trabajadores.
-Vamos a ver… (sacó  la carpeta del muchacho, la abrió y se puso a leer). ¿Te das cuenta de la cantidad de horas que estás  haciendo, es una burrada?.
-Sí lo sé, pero es que…
-Vamos a ver, ¿por qué necesitas hacer más horas?.
-Disculpe usted pero eso es una cuestión personal.
Hablaba con respeto, educadamente, todavía no se había sentado, Remigio le invitó a hacerlo.
-¿Te das cuenta que con todas las horas que haces no te queda ninguna hora libre para ti?. Por lo que veo, estás metido aquí dieciséis horas al día, eso son muchas horas, no puedo dejar que trabajes más tiempo.
-Por favor señor, lo necesito como el pan que cómo.
-Pues entonces explícame la razón de esta petición.
Arturo bajó la cabeza, y se  frotó levemente las manos, unas manos que parecían  un arco iris, las mezclas de colores de los tintes, habían dejado su huella en la piel de Arturo, con el paso de los años.
-Mi hermana necesita una silla de ruedas, se va haciendo mayor y ya no puedo llevarla en brazos arriba y debajo de la casa. Mi madre se desespera cuando nos ve así, las sillas de ruedas son caras, y bastantes gastos tenemos cómo para sacar un dinero extra para esto, es imposible. La pobre no puede salir de casa, se pasa el día mirando la calle desde dentro de casa, no nos ha dicho nada nunca, pero, sé que se muere de ganas de que le toque el sol.
-A pesar de eso, no puedo permitir que hagas más horas. Vamos a hacer una cosa, hoy vas a plegar a la hora de todos, y juntos vamos a ir a tú casa. Solucionaremos esto, de una forma u otra.
-No quiero importunarle señor Remigio, solo dígame que sí a lo que le pido, con esto, nos hará un gran favor.
-Insisto, hoy te acompaño yo a tú casa, además, será una buena ocasión para conocer a tú familia.
A las siete en punto, cuando sonó la sirena del fin de la jornada, todo el mundo comenzó a desfilar camino de la puerta de salida. Unos se duchaban allí, otros no, esperaban a llegar a casa, solo se desvestían de sus prendas, delantales, camisas…
-Bueno, vamos de visita (Remigio estaba sonriente, iba a hacer algo que jamás había hecho con ningún trabajador, conocer a su familia), ¿dónde vives Arturo?.
-En la cuesta de San Nicolás, junto al campo de futbol.
-Vaya, esto queda un poco lejos del trabajo, ¿vas y bienes a pie cada día?.
-Sí señor, pero es solo un paseo, antes se me hacía un poco más largo, pero luego, con el tiempo, se me hace una distracción, porque cuando llego a casa, tengo mucho que hacer.
Ya estaban en camino, un par de semáforos, y luego todo calles sin ningún impedimento para transitar. En diez minutos llegaron a la puerta de la casa, Remigio calculó, que el camino a pie, le debería llevar media hora a pie. Una serie de pequeñas casas adosadas, (12) con buenas vistas por la parte de atrás, estaban alineadas a lo largo de una carretera secundaria, que daba comienzo allí.
-Es aquí, (Arturo sacó las llaves de un bolsillo y abrió la puerta anunciándose, “Hola, soy yo guapas, ya he llegado).
Hizo pasar a Remigio, mientras su madre salía de la pequeña cocina secándose las manos en un mandil de tela. Estaba cocinando col con patatas.
-Mamá, este señor es el dueño de la fábrica donde trabajo.
La mujer se puso algo nerviosa, se metió de nuevo en la cocina y se oyó el agua del grifo. Volvió a salir sin el mandil y con las manos oliendo a jabón.
-Mucho gusto señor Remigio, sabemos su nombre por boca de Arturo, dice que es usted un buen amo. ¿Se queda usted a cenar con nosotros?.
-Verá es que yo…, solo venía a acompañar a su hijo y a conocerlos. Me parece que falta alguien más en esta familia.
-Sí señor, ya ha ido a buscarla Arturo, es mi hija Soledad. Lo más bonito que dios me ha dado, lástima que…
-Ya estoy aquí, (Arturo llevaba a su hermana en brazos), esta señorita tan hermosa es mi hermana Soledad, ¿qué le parece, miento cuando digo que es una hermosura?.
-Calla tonto, si dices alguna tontería más me voy de aquí.
Los tres rieron la gracia de Soledad, pero tenía razón Arturo, era una muchacha bonita, morena con unos grandes ojos de color miel. Al final de la charla y de tomar una limonada que Lucila preparó, se sentaron a la mesa a cenar. Después de consumir la verdura y las  pescadillas fritas, Remigio sugirió algo.
-¿Sabían ustedes que Arturo me ha pedido hacer más horas en el trabajo?. Igual no les ha dicho nada, ¡vaya con el trabajador!. Me he negado rotundamente, no quiero que nadie se haga daño por exceso de trabajo.
Se permitió hacer una broma respecto al asunto de la silla.
-Dice que está hasta el gorro de tener que cargar con Soledad arriba y abajo. ¿Qué te parece Soledad?.
-Pues que no lo creo, pero si se cansa peor para él, porque soy capaz de encadenarme a una de sus patas para que no me suelte.
De nuevo rieron los cuatro, Soledad tenía asumido que dependía de los demás para casi todo.
-Si les parece bien, va a correr de mi cargo el proporcionarle una silla mecánica a Soledad, vas a poder ir donde tú quieras, hasta podrás ir a comprar con tú madre, o de fiesta, con tú hermano.
Se hizo un silencio que bien se hubiera podido cortar con un cuchillo. Los tres se miraron entre sí, les parecía haber oído una voz celestial, a su vez, estaban valorando las implicaciones de esa decisión. ¿Qué tendrían que dar a cambio de aquel tremendo favor?.
-No señor, eso no lo podemos permitir, es demasiado, no se lo podríamos pagar jamás.
-Yo no he dicho que me lo tengan que pagar, he dicho que me haría cargo yo, sin más. Pero si me lo quieren pagar, no hay problema, me lo pagan. Cada mes le descontaré a Arturo, diez euros de su nómina, ¿qué les parece?.
-Pues que acabaré de pagarle la silla cuando me jubile. No entiendo muy bien este arreglo.
-No hay nada que entender Arturo, tengo una silla de estas características que no se usa desde hace mucho tiempo, la usaba mi madre. Un problema de degeneración ósea la llevó a tener que usar muletas durante unos años, después, mi padre le compró esta silla que le cambió la vida. Me gustaría hacer algo al respecto con tú hermana, eso si están de acuerdo claro.
Soledad es otra persona desde entonces, Remigio le subió el sueldo cien euros, no se le revisó desde hacía dos años. Arturo ha podido comprarse un ciclomotor de segunda mano, y Remigio, visita cada vez con más frecuencia la casa de la familia. Vivir solo no es fácil, esta familia le ha abierto otra dimensión de la vida.
Le ha dado una esposa y dos hijos que son el motivo por el cual mantenerse a flote. Soledad ha llegado a quererlo con locura, y su suegra y su cuñado, son el punto de apoyo extra para superar las adversidades.


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