POR LA VIEJA
CAÑADA.
Se me ha hecho muy tarde hoy volviendo de la
vendimia, además la vuelta a casa es
larga, subir y bajar monte, sube de nuevo y vuelve a encarar la cañada que me
lleva al descanso del hogar. Más de media hora a pié, apoyando las dos manos
sobre las piernas, para que puedan soportar este último esfuerzo.
Hay días cómo hoy, que pienso que
no lograré llegar a casa, a media tarde se ha puesto a llover, los pies llenos
de barro, se hacen más pesados aun, Clemente no nos ha dado descanso.
-Venga chicos, que hay que
terminar antes de que llueva más.
Cuando el tiempo no acompaña se
pone de mal humor, sus uvas tienen muy buen grado, y la cosecha este año ha
sido excelente. Cien duros por pareja nos ha ofrecido, si acabamos antes de que
la lluvia entorpezca el trabajo.
Cuando doblo la cañada para
llegar al camino plano, paso cada día, delante de la casa de Rufino, buen
hombre este, un solitario, pero con un gran corazón. Llego a la altura de su
era, él está fuera recogiendo leña para el fuego.
-Buenas tardes noches Rufino,
¿qué hay, cómo va?.
-Aquí estamos Bernardo, hace frio
hoy no crees?.
-Si que ha refrescado bastante,
sí, haber si esta lluvia me deja llegar de una puñetera vez a mi casa, que le
envidio cuando siento el olor del fuego encendido.
De golpe arrecia, la lluvia se
hace mucho más intensa, quiero correr pero no puedo, mi cuerpo cansado y mal
comido no responde a esta exigencia. Pasados cien metros de la casa de Rufino,
me doblo, apoyo los brazos sobre las rodillas jadeando. Me parece que voy a
volver, doy media vuelta y llamo a la puerta de Rufino.
Asombrado oigo una voz de mujer
que dice –¡Ya va!-. Me arrepiento de haber llamado, no sé quién será esta
mujer, yo no le conocía compañera alguna a Rufino.
-Buenas noches, -entre tanto
Rufino a salido a recibirme-, está arreciando tanto que he pensado que a lo
mejor me podría dar cobijo Rufino.
-Pasa hombre, claro que sí, lo
que te haga falta, faltaría más. Os voy a presentar, hija este chico se llama
Bernardo, y ella se llama Lucía.
-Encantado Lucía, no sabía que tuvieras
compañía de familia alguna Rufino.
-Lo mismo digo señor.
Debe llamarme señor porque es
evidente que soy un poco mayor que ella. Hasta ese momento no la había mirado a
la cara, ahora que se ha roto el hielo del primer momento me parece un ángel bajado
del cielo, a Rufino no ha salido, tiene una bonita figura bajo esta bata gruesa
que lleva ceñida por el delantal a la cintura. El cabello bastante corto, pero
unos ojos verdes, grandes y profundos que parecen un océano.
Fuera, el tiempo ha decidido otorgarme
el placer de estar en su casa bastante tiempo, llueve a mares, me quito el
anorak que llevo manchado hasta los sobacos por la uva, me meto las manos en
los bolsillos del pantalón, las llevo echas una pena, fruto de lo mismo.
-Anda Lucía ofrécele a este amigo
algo de comer y vino, que le hace falta recuperar fuerzas.
-Claro, voy a sacar queso y un
poco de embutido. Si eres vendimiador debes estar cansadísimo.
-Bueno no es para tanto, ya estoy
acostumbrado, cada año hago lo mismo, de la vendimia voy a la recogida de las
hortalizas, pero estas se rían en invernaderos, es más llevadero.
-Anda, sácate las botas esas que
nos vas a poner el suelo perdido, y las bolsas de plástico que llevas en las
piernas, chico, vas hecho una pena.
-Disculpa Rufino, no me había
dado cuenta, enseguida lo hago.
Mientras me saco los plásticos y
las botas que pongo al lado del fuego, observo a Lucía, ¿quién le debe de haber
cortado el cabello de ese modo?, parece que se lo hayan cortado a bocados,
hasta se aprecian unas leves calvas detrás. Estoy extrañadísimo, pero no estoy
en situación de preguntar nada.
-Venga come Bernardo, estoy
haciendo un caldo, le falta poco para que esté listo, luego puedes comerte un
plato.
-Gracias, ya me está empezando a
hacer efecto el queso y los fiambres, están riquísimos. Lo cierto es, que hoy
no he tenido demasiado tiempo para comer, teníamos que terminar el trabajo y
amenazaba lluvia. Le he dado el bocadillo al perro de don Clemente, el
pobrecillo está en los huesos, este hombre es lo que no hay, se confía de que
los trabajadores le den de comer, Remi va tras de mí como un poseso.
-Que cara tan dura tiene este
hombre, si me lo echara a la cara le diría cuatro cosas, ¡hacer pasar hambre a
un perro con lo fieles que son…!.
En casa de Rufino solo tenían
gatos, él decía que eran más prácticos que los perros porque mantenían la casa
limpia, de ratas y ratones. Cuatro gatos, eso era todo, ningún animal más, y
cuando tenían hambre, les daba de comer restos de comida, eso era cuando se
habían pasado un día sin cazar ratones.
No escampaba para nada, seguía
lloviendo, sin parar un solo instante, pensé que a estas horas la cañada
estaría llevando agua, que por allí no podía pasar. La otra alternativa era,
subir un kilómetro montaña arriba y llegar hasta la carretera, descender por
ella un par de kilómetros más hasta llegar a casa, junto a la granja de
terneros de Julián.
Rufino no quiere que me marche
con esta lluvia, sabe que es peligroso, me obliga a quedarme en su casa, yo
insisto en marcharme pero nada, cuando él dice que no, es que no.
-Tú subes ahora conmigo arriba y
yo te enseño dónde vas a dormir, y no se hable más del asunto.
Subo la tosca pero firme
escalera de madera hasta el piso
superior, un distribuidor grande tiene enfrente mismo de la escalera tres
habitaciones, cuyas puertas son, meras sábanas adaptadas para este propósito.
Están sujetas por alambres puestos a lo ancho del dintel, Lucía ha cosido unas
anillas de plástico en los extremos, ha dibujado flores con teteras, cazos y pucheros.
-Mira, yo duermo ahí al fondo del
pasillo, tú dormirás ahí, la habitación de mi hija es algo mayor, es la de la
otra esquina. Abajo tienes un candil, cuando subas y estés acostado lo apagas,
ha, tienes una bacina bajo la cama.
Bajo de nuevo, esta vez solo,
Rufino ya va a acostarse, mañana hará fiesta, no puede trabajar con la tierra saturada de agua, todo es
barro, y algunas partes del huerto, se mantienen inundadas.
-Mañana duermo hasta que no pueda más, me
gusta dormir todo cuando puedo cuando tengo ocasión.
-Bien hecho Rufino, todo esto que
te llevas. En esta tierra, nadie regala nada, de manera que uno se tiene que
administrar cómo mejor vea. Yo me bajo un rato a la cocina, Lucía tiene buena
conversación, tienes una hija muy maja.
Desciendo la escalera, Lucía
entonces hablando de la vida, me ha dicho que se marchó de un convento, de
carmelitas descalzas.
-No hacía más que trabajar y
rezar, ¡qué vida chico!, comencé a saturarme y antes de volverme loca me fui.
La idea fue de mi madre, que también se pasaba el día rezando, y pidiéndole a
dios que me diera un buen futuro. Ella veía mi futuro de monja, pero que va, no
es que a mí me guste la juerga y tener novios, pero lo que yo vi allí me acabo
de decidir por salir.
-¿Tan mala vida te daban?. Tengo
entendido que en los conventos se cuida la paz espiritual de las personas que
viven ahí…
-Pues en el que yo estaba, se
cuidaban más las unas de las otras, ya me entiendes, no todas por supuesto,
pero había unas cuantas que … déjalas sueltas. Se soltaban el pelo por la
noche, y se dedicaban a visitar las celdas de otras, eso a mí no me va.
-Algo de eso he oído, pero creía
que eran leyendas urbanas, cosas que dice la gente que no tiene fe.
-Para nada, yo me fui de allí,
porque habían dos de ellas que no paraban de acosarme Bernardo, te lo juro, al
final ya se me habían agotado los escondites para que no me encontraran. Hasta
que una noche, una de ellas, sor Angélica, me acorraló en mi celda y quiso
meterme mano… no quiero ni recordarlo, cambiemos de tema por favor.
Junto al fuego, estábamos los dos,
mirando las llamas y pensando cada uno en sus circunstancias, el fuego invita
en determinadas horas a pensar, reflexionar sobre asuntos del pasado o
presente, a plantearse determinadas metas, objetivos, propósitos. El mío desde
el instante que la vi, fue el de conocerla mejor saliendo con ella.
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