sábado, 4 de mayo de 2013



                                 POR LA VIEJA CAÑADA.


 Se me ha hecho muy tarde hoy volviendo de la vendimia, además la vuelta  a casa es larga, subir y bajar monte, sube de nuevo y vuelve a encarar la cañada que me lleva al descanso del hogar. Más de media hora a pié, apoyando las dos manos sobre las piernas, para que puedan soportar este último esfuerzo.
Hay días cómo hoy, que pienso que no lograré llegar a casa, a media tarde se ha puesto a llover, los pies llenos de barro, se hacen más pesados aun, Clemente no nos ha dado descanso.
-Venga chicos, que hay que terminar antes de que llueva más.
Cuando el tiempo no acompaña se pone de mal humor, sus uvas tienen muy buen grado, y la cosecha este año ha sido excelente. Cien duros por pareja nos ha ofrecido, si acabamos antes de que la lluvia entorpezca el trabajo.
Cuando doblo la cañada para llegar al camino plano, paso cada día, delante de la casa de Rufino, buen hombre este, un solitario, pero con un gran corazón. Llego a la altura de su era, él está fuera recogiendo leña para el fuego.
-Buenas tardes noches Rufino, ¿qué hay, cómo va?.
-Aquí estamos Bernardo, hace frio hoy no crees?.
-Si que ha refrescado bastante, sí, haber si esta lluvia me deja llegar de una puñetera vez a mi casa, que le envidio cuando siento el olor del fuego encendido.
De golpe arrecia, la lluvia se hace mucho más intensa, quiero correr pero no puedo, mi cuerpo cansado y mal comido no responde a esta exigencia. Pasados cien metros de la casa de Rufino, me doblo, apoyo los brazos sobre las rodillas jadeando. Me parece que voy a volver, doy media vuelta y llamo a la puerta de Rufino.
Asombrado oigo una voz de mujer que dice –¡Ya va!-. Me arrepiento de haber llamado, no sé quién será esta mujer, yo no le conocía compañera alguna a Rufino.
-Buenas noches, -entre tanto Rufino a salido a recibirme-, está arreciando tanto que he pensado que a lo mejor me podría dar cobijo Rufino.
-Pasa hombre, claro que sí, lo que te haga falta, faltaría más. Os voy a presentar, hija este chico se llama Bernardo, y ella se llama Lucía.
-Encantado Lucía, no sabía que tuvieras compañía de familia alguna Rufino.
-Lo mismo digo señor.
Debe llamarme señor porque es evidente que soy un poco mayor que ella. Hasta ese momento no la había mirado a la cara, ahora que se ha roto el hielo del primer momento me parece un ángel bajado del cielo, a Rufino no ha salido, tiene una bonita figura bajo esta bata gruesa que lleva ceñida por el delantal a la cintura. El cabello bastante corto, pero unos ojos verdes, grandes y profundos que parecen un océano.
Fuera, el tiempo ha decidido otorgarme el placer de estar en su casa bastante tiempo, llueve a mares, me quito el anorak que llevo manchado hasta los sobacos por la uva, me meto las manos en los bolsillos del pantalón, las llevo echas una pena, fruto de lo mismo.
-Anda Lucía ofrécele a este amigo algo de comer y vino, que le hace falta recuperar fuerzas.
-Claro, voy a sacar queso y un poco de embutido. Si eres vendimiador debes estar cansadísimo.
-Bueno no es para tanto, ya estoy acostumbrado, cada año hago lo mismo, de la vendimia voy a la recogida de las hortalizas, pero estas se rían en invernaderos, es más llevadero.
-Anda, sácate las botas esas que nos vas a poner el suelo perdido, y las bolsas de plástico que llevas en las piernas, chico, vas hecho una pena.
-Disculpa Rufino, no me había dado cuenta, enseguida lo hago.
Mientras me saco los plásticos y las botas que pongo al lado del fuego, observo a Lucía, ¿quién le debe de haber cortado el cabello de ese modo?, parece que se lo hayan cortado a bocados, hasta se aprecian unas leves calvas detrás. Estoy extrañadísimo, pero no estoy en situación de preguntar nada.
-Venga come Bernardo, estoy haciendo un caldo, le falta poco para que esté listo, luego puedes comerte un plato.
-Gracias, ya me está empezando a hacer efecto el queso y los fiambres, están riquísimos. Lo cierto es, que hoy no he tenido demasiado tiempo para comer, teníamos que terminar el trabajo y amenazaba lluvia. Le he dado el bocadillo al perro de don Clemente, el pobrecillo está en los huesos, este hombre es lo que no hay, se confía de que los trabajadores le den de comer, Remi va tras de mí como un poseso.
-Que cara tan dura tiene este hombre, si me lo echara a la cara le diría cuatro cosas, ¡hacer pasar hambre a un perro con lo fieles que son…!.
En casa de Rufino solo tenían gatos, él decía que eran más prácticos que los perros porque mantenían la casa limpia, de ratas y ratones. Cuatro gatos, eso era todo, ningún animal más, y cuando tenían hambre, les daba de comer restos de comida, eso era cuando se habían pasado un día sin cazar ratones.
No escampaba para nada, seguía lloviendo, sin parar un solo instante, pensé que a estas horas la cañada estaría llevando agua, que por allí no podía pasar. La otra alternativa era, subir un kilómetro montaña arriba y llegar hasta la carretera, descender por ella un par de kilómetros más hasta llegar a casa, junto a la granja de terneros de Julián.
Rufino no quiere que me marche con esta lluvia, sabe que es peligroso, me obliga a quedarme en su casa, yo insisto en marcharme pero nada, cuando él dice que no, es que no.
-Tú subes ahora conmigo arriba y yo te enseño dónde vas a dormir, y no se hable más del asunto.
Subo la tosca pero firme escalera  de madera hasta el piso superior, un distribuidor grande tiene enfrente mismo de la escalera tres habitaciones, cuyas puertas son, meras sábanas adaptadas para este propósito. Están sujetas por alambres puestos a lo ancho del dintel, Lucía ha cosido unas anillas de plástico en los extremos, ha dibujado flores con teteras, cazos y pucheros.
-Mira, yo duermo ahí al fondo del pasillo, tú dormirás ahí, la habitación de mi hija es algo mayor, es la de la otra esquina. Abajo tienes un candil, cuando subas y estés acostado lo apagas, ha, tienes una bacina bajo la cama.
Bajo de nuevo, esta vez solo, Rufino ya va a acostarse, mañana hará fiesta, no puede trabajar  con la tierra saturada de agua, todo es barro, y algunas partes del huerto, se mantienen inundadas.
 -Mañana duermo hasta que no pueda más, me gusta dormir todo cuando puedo cuando tengo ocasión.
-Bien hecho Rufino, todo esto que te llevas. En esta tierra, nadie regala nada, de manera que uno se tiene que administrar cómo mejor vea. Yo me bajo un rato a la cocina, Lucía tiene buena conversación, tienes una hija muy maja.
Desciendo la escalera, Lucía entonces hablando de la vida, me ha dicho que se marchó de un convento, de carmelitas descalzas.
-No hacía más que trabajar y rezar, ¡qué vida chico!, comencé a saturarme y antes de volverme loca me fui. La idea fue de mi madre, que también se pasaba el día rezando, y pidiéndole a dios que me diera un buen futuro. Ella veía mi futuro de monja, pero que va, no es que a mí me guste la juerga y tener novios, pero lo que yo vi allí me acabo de decidir por salir.
-¿Tan mala vida te daban?. Tengo entendido que en los conventos se cuida la paz espiritual de las personas que viven ahí…
-Pues en el que yo estaba, se cuidaban más las unas de las otras, ya me entiendes, no todas por supuesto, pero había unas cuantas que … déjalas sueltas. Se soltaban el pelo por la noche, y se dedicaban a visitar las celdas de otras, eso a mí no me va.
-Algo de eso he oído, pero creía que eran leyendas urbanas, cosas que dice la gente que no tiene fe.
-Para nada, yo me fui de allí, porque habían dos de ellas que no paraban de acosarme Bernardo, te lo juro, al final ya se me habían agotado los escondites para que no me encontraran. Hasta que una noche, una de ellas, sor Angélica, me acorraló en mi celda y quiso meterme mano… no quiero ni recordarlo, cambiemos de tema por favor.
Junto al fuego, estábamos los dos, mirando las llamas y pensando cada uno en sus circunstancias, el fuego invita en determinadas horas a pensar, reflexionar sobre asuntos del pasado o presente, a plantearse determinadas metas, objetivos, propósitos. El mío desde el instante que la vi, fue el de conocerla mejor saliendo con ella.


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