viernes, 10 de mayo de 2013



                                     PEGASO.


Cuantas veces se ha visto a este incansable trabajador, un animal inmenso, con la cabeza larga, las patas recias y peludas en contacto con sus cascos azules. Es un caballo de origen holandés, frisón, que no galopa como los demás, pero que tiene un trote excepcional, levantando extremadamente sus patas, con aire tranquilo, y alto, muy alto, del metro y medio no baja la altura de su espalda, pero se ven más grandes todavía.
Fue el caballo que montaba El Cid cuyo nombre era Babieca, el caballo de Don Quijote, Rocinante, y el de Alejandro El Magno cuyo nombre fue Bucéfalo.
Si nos vamos a la mitología griega, encontramos también a un caballo de estas características, un caballo alado al que se puso por nombre Pegaso, hecho para transportar al gran Zeus.
Sin embargo no nos queremos detener en explicaciones más que conocidas en el ámbito de la mitología griega, nos importa más el caballo en sí. El animal que ha sido protagonista indiscutible en el pasado, de grandes acciones de guerra, de peleas intestinas que han producido derramamiento de sangre. Hay quien ha tenido la osadía, de representarlo pisando las cabezas de los abatidos en la batalla, de pintarlo con los ojos llenos de odio, abiertos hasta más no poder, mirando a los enemigos aplastados bajo sus poderosas patas.
A los humanos nos gusta exagerar las cosas, los acontecimientos importantes, los reyes siempre han exagerado los triunfos y minimizado los fracasos. Cuando han vencido, son ellos los que figuran en primeros planos, blandiendo sus espadas y sus banderas. Cuando han perdido, no se les ve aparecer en los cuadros, salvo alguno que otro, que muestra sumisión a los vencedores, con sus caballos en segundo plano.
Pegaso  no tiene miedo a nada ni nadie, va conducido, espoleado por su jinete, adentrándose en la batalla sin miedo alguno, confía en su dueño, espera que lo lleve a la victoria.
Los Pegaso de hoy, son máquinas que andan por cualquier lugar, vadean ríos, suben montañas, apuntan y disparan, son los que hacen el trabajo sucio en las guerras. Se les usa para destruir, jamás para ser protagonistas de las victorias obtenidas. Son máquinas, ¿qué propósito tendría hacerlo?, salvo en los desfiles, delante de los mandatarios  que han aprobado que se fabriquen, no son nada. Trozos de metal estudiado cuidadosamente, que camina hacia ningún fin en concreto.
Antiguamente las batallas eran más de igual a igual, el uso de estrategias mediante la infantería y la caballería, eran la pieza clave de victorias y derrotas, ahora… solo vale, el diámetro de los obuses que sueltan por sus bocas, estos caballos de fuego modernos.
Después de la guerra, llega el baile de cifras de víctimas, no que va, no se mata a civiles, solo a los malos, a los asesinos que mataron a otros asesinos, que a su vez se levantaron contra otros asesinos.
Cuenta todo esto, y tendrás un mar de confusión, de odios injustificados, de negocios sucios entre los países que fabrican armas y que sin eso, no tendrían el P.I.B deseado (producto interior bruto). Sí, bueno, ¿qué quieres?, hay que vender minas anti personas a cualquier país que las reclame, valen poco, depende de las que compras te hacen regalos de destrucción a manera de descuento. Cuestan solo 150 eur, aunque una vez sembradas como si plantaran arroz, a la hora de desarmarlas cuesten quinientas veces más, de manera que se dejan ahí, enterradas para que poco a poco, hombres mujeres y niños, que trabajan la tierra, queden mutilados porque exploten bajo sus pies.
¡Qué gran victoria esta, que deja a miles de personas sin futuro alguno!. En la guerra no se pueden tener sentimientos, no es para remilgados y débiles. Cabe retirarse para buscar otro lugar donde plantar estas flores trampa, vamos a buscarlo, al fin y al cabo, nos quedan muchas todavía y hay que aprovecharlas.
Mientras, Pegaso, el caballo de Zeus, vuela por encima de las cabezas de todos, procurando que la metralla o un misil, le quiebre las alas.


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