EL SOLDADO SIN MISIÓN.
¡Qué ilusión tiene Marcelo de
entrar en el ejército…!, se ha ofrecido voluntario en la marina, tiene unas
ganas de vestir el uniforme inmensas. En
su casa, en el comedor, hay desde que era pequeño, una fotografía enmarcada de
su padre, vestido con uniforme de paracaidista.
Marcelo padre, llegó a cabo,
medio de lado, se distingue el galón que lo acreditaba como tal. La pena fue
que se mató sin guerra alguna, ¡anda que no lo lloraron en su casa!, en unas
maniobras cerca de Zaragoza, se tiró con otros soldados de un avión, y no se le
abrió el paracaídas, al pobre lo recogieron con pinzas en mitad de Los
Monegros.
Su novia de entonces, ahora madre
de Marcelo hijo, estaba embarazada de este valiente que con los años, siguió
los pasos de su padre. Sin conocer más que parte de su historia, Marcelo adora
a su padre, bajo el retrato de su padre
en una mesita de pared, hay una pequeña capilla con la virgen de Loreto,
patrona de los aeronautas, y junto a ella, una caja apolillada con cristal,
donde está la bandera española plegada.
Cristina su madre, reza a una
hora u otra del día, a Nuestra Señora de Loreto. Se conoce que pide para que su
marido esté cómodo haya en el cielo, para manifestar que se acuerda cada día de
él.
Marcelo hijo, ya hace tiempo que
le dice a su madre que quiere ser marino, y que le pese a quién le pese, lo
será. Cristina ha tratado de recapacitar con él, le ha dicho que estarán muy lejos el uno del otro,
ella cerca de Logroño, él en la base de Cartagena. Los ideales de alguien
cuando son legítimos, no deben cuestionarse, eso es lo que le quiere hacer
entender Marcelo a su madre, y ella no hace más que repetirle que eso está muy
bien, pero si ese es su caso, si quiere ser marino, antes, debería saber nadar.
El ideal de servir a su patria
está por encima de eso, le contesta Marcelo. Pero si tú le temes hasta los charcos de lluvia
cuando vas por la calle…, esa no es la cuestión, si uno decide ser marino lo
es, le pese a quién le pese. Piensa un poco en los demás… me quedo aquí sola,
sin ninguna ayuda, no te tengo más que a ti ¿has pensado en eso?. Pues claro
que sí mujer, no voy a pensar en la persona que me dio la vida… vamos mamá no
digas esas cosas que me duelen mucho.
Ella , no termina de entender,
ese empecinamiento irracional que lo ciega a llevar a cabo esa misión, él por
su parte, tiene un convencimiento pleno de que es un conjurado, que en la vida
tiene que llevar en alto esa bandera y no hacer otra cosa. Será porque nunca ha
tenido amigos a los que aferrarse, solo el trabajo ha sido su amigo, y ni
siquiera allí ha podido mantener una relación de amistad sincera con nadie.
Se ha estudiado a sí mismo,
analizado, autocorregido, es posible que la culpa fuera suya, pero no ha
encontrado motivos para que todo el mundo mantenga esa distancia con él. Una y
otra vez se ha mirado en el espejo de la conciencia para examinarse, y nada, no
encuentra respuestas a esa incógnita.
Cuando se pone los zapatos cada
mañana para ir al trabajo, se plantea acudir a su puesto cómo un día más en el
infierno. El número que calza es el cuarentaiocho, su estatura, metro sesenta y
nueve, y un rostro que es más propio de un equino que de una persona, largo,
con la mandíbula inferior que sale de la superior hasta el punto de no poder
evitar enseñar los dientes inferiores con a boca cerrada. Pero joder, no hay
para tanto, él se ve normal y de hecho lo es, camina con pie firme nunca mejor
dicho, por la vida, tiene claros sus objetivos, y sin hacer alarde de nada,
todo el mundo lo aprecia como buena persona.
¡Cuántos no habrán abusado de su
bondad…!, es un tío diez. Jamás ha llevado cuenta de los favores que ha hecho a
los demás, siempre se ha ofrecido a hacer favores, a dar de sí mismo todo lo
que ha podido.
Pero se conoce que eso no es
suficiente para aquellos que han recibido su afecto y el efecto de su bondad.
Es por eso que quiero ser marino mamá, por lo menos en el ejército aunque sea
uno más tendré la oportunidad de hacer algo por mi nación, dado que nadie se
deja querer fuera de este entorno.
Al final, cuando pasa las
revisiones oportunas, le dan una carta de capitanía militar que lo deja en
espera. Ahora, no entiende nada de nada, ha viajado a Madrid para finalizar los
trámites de su alistamiento, y resulta que le dicen, que ya lo llamarán, sin
ninguna otra explicación. En el mundo militar las cosas funcionan así, nadie
está obligado a darte explicación alguna, un soldado de oficinas le teclea en
un ordenador una ficha, hace una carta a toda velocidad sobre un ordenador y la
imprime, la mete en un sobre con la bandera nacional sobreimpresa y se la da.
Un sobrecargo a quien pide
explicación le dice solamente que todo está redactado en la carta, que no puede
decir más. La carta, contiene vagas explicaciones, de por qué no es apto para
ese servicio, pero no tira la carta, aunque de corazón lo haría, le hiere
profundamente lo que allí lee, la mete en su bolsa de viaje y se pasa el resto
del camino deseando llegar a su casa, durante el camino de vuelta, nadie se ha
sentado a su lado, y eso, que el tren, en ocasiones, va lleno.
Se hace mil preguntas mientras el
tren pasa sin parar por algunas estaciones, ya me tendrían que haber dado una
fecha concreta, he visto como a otros muchachos como yo, voluntarios les decían
cuando y donde deben incorporarse a filas. No entiendo nada, si hay algún
problema de masificación en este cuerpo, me lo podrían haber dicho, me habría
apuntado hasta el tercio si hiciera falta, ¡maldita sea!.
Cuando llega a su casa, la
vecina, la señora Virtudes, le dice que su madre está en el hospital, que vaya
directamente allí. Osvaldo, un chico cubano que vive en su misma planta se
ofrece a llevarlo al hospital. Cuando llega al hospital, no lo dejan pasar de
urgencias, está en un box recibiendo atención, ni siquiera le dicen que es lo
que ha pasado. Ya lo llamarán, siéntese en la sala de espera por favor, lo
llamarán por megafonía.
La espera se hace eterna, más que
nada por la incertidumbre de no saber que le ha sucedido. Al cabo de dos horas,
una doctora llama a los familiares de la señora Cristina, Marcelo salta de la
silla como un muelle. Buenas, usted debe de ser su hijo, si señora ¿Qué le ha
pasado a mi madre?, pues… que va a tener complicado que vuelva a caminar
durante una buena temporada, la caída
que ha sufrido, le ha roto dos vértebras, esto es de difícil recuperación, no
imposible por supuesto, pero hace falta tiempo, hasta que vuelva volver a moverse con soltura. Tendrá que ir con una
silla de ruedas durante una buena temporada, ahora depende enteramente de usted
y el resto de la familia.
Se conoce que ha estado limpiando
la cocina, siempre la limpieza… siempre está sucio todo para ella, un resbalón
inoportuno, y ha caído de espalda contra el canto de la mesa donde hacen vida
en la cocina, menos mal que tenía en ese momento la ventana abierta y pudo
pedir socorro. Al caer se machacó dos vértebras, y no se sentía las piernas, de
manera que, por el balcón trasero entró Carlos el vecino de al lado, la asistió
poniéndole una almohada bajo la cabeza y llamando a una ambulancia.
Ahora no podrá alistarse a ningún
ejército, por lo menos, hasta que su madre mejore. Este suceso lo frustra
mucho, él tenía sus planes, ahora tendrá que ser soldado de su madre, asistirla
representa mucho para él, le viene grande.
Osvaldo que conoce sus planes,
razona con Marcelo, le dice, que si estuviera alistado, tendría que someterse a
una disciplina, que tendría que aprender cosas nuevas, que no había más remedio
si quería ser un buen soldado ¿dónde estaba la diferencia?.
A Marcelo le cuesta digerir esta
comparación, no es lo que él esperaba oír.
Ya en casa, después de acomodar a
su madre con la ayuda de Osvaldo, que también ha ido al hospital con él cuando
le han dado el alta, se sienta en la butaca del comedor, se quita los zapatos,
y se bebe una cerveza fría en compañía del vecino cubano, que prefiere una
silla. Bueno chico, ahora a pensar las cosas con calma, no me gustaría ver que
este accidente de tú madre te sobrepasara. Tranquilo Osvaldo, ya nada importa
de mis planes, me aré el efecto, que cada día voy de desfile con toda una tropa
a echar a los intrusos de la patria.
Mira de nuevo la fotografía de su
padre vestido de uniforme, y se sorprende, ¡le mira a los ojos, le está
sonriendo…!.
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