lunes, 6 de mayo de 2013



                                AQUEL SORPRENDENTE VERANO.


¡Qué calor hizo el verano del sesenta y siete!. Incluso las gentes de monte, donde los aires de la sierra soplan con más fuerza, se quejaban de los dolorosos rayos del sol, el astro rey manifestó gran parte de su escalofriante fuerza aquel año.
Dieciséis años tenía yo entonces, ella los mismos que yo, y en mitad de una reunión de amigos y familias nos conocimos en una excursión, huíamos del cemento de la ciudad, del reflejo de calor que sus edificios daban. Éramos tantos, aquel día, cerca de un manantial, que los dos, el uno del otro, pasamos desapercibidos.
Ella con sus amigas, yo con los míos, andábamos de acá para allá dando cortos paseos, alrededor del lugar donde nuestros mayores, estaban reunidos, riendo y a la vez preparando la comida del mediodía. Allí bajo los chopos alegres, y el riachuelo que cantaba bajo nuestros pies desnudos, el grupo se fue fraccionando, nos dábamos a conocer, yo me llamo fulanita ¿y tú?, pues yo menganito.
¡Qué fantástico día pasamos echándonos agua en la cara unos a otros!, las chicas gritaban, nosotros no, éramos los que las mojábamos, escondidos entre las matas esperando a que pasaran. Este inocente juego, hizo que nos fijáramos el uno en la otra, me comenzó a gustar.
Tiene un carácter bonito, pensé yo, me gustaría que fuera mi novia. Para entonces el ser novio de alguien llevaba consigo determinadas consignas que había que cumplir, pero qué caramba, yo era muy joven aun para compromisos que no iban más haya de una simple atracción física.
Desde entonces y a pesar de que después de seis años me casé con otra mujer, no he podido sacármela de la cabeza. Miles de veces soñé con ella, otros cientos de veces, soñando, he ido cogido de su mano, recorriendo de nuevo los lugares donde nos íbamos de excursión todos, pero esta vez solos, ella y yo, amándonos en secreto.
No he podido evitarlo, ¡que más hubiera querido yo…!, si me hubiera olvidado de ella habría significado que, no me importaba gran cosa. Pero no ha sido así, incluso cuándo me casé con quien hasta hace unos años fue mi mujer, –está mal decirlo pero es la verdad, aunque una verdad tardía, pensaba mucho en ella, en aquellas simples horas, en las que junto con los amigos comunes, estábamos juntos, corriendo con los demás, pero mirándonos de manera furtiva.
¿Cómo explicar esta sensación, cómo enmendar el error si es que lo hubiera?.

Con el  tiempo se marcaron las diferencias, ella casada con quién no quería, y yo, tres cuartos de lo mismo. Pero nunca hemos marcado distancias demasiado grandes para evitar vernos, es más, me marché de Barcelona, harto de los ruidos y de la  soledad de tanta compañía, para terminar viviendo a cinco kilómetros de ella. Nosotros con nuestros hijos, ella con los suyos, nuestras almas reventaban cada vez que nos veíamos, era muy frecuente que nos tropezáramos en cualquier parte del pueblo donde nos fuimos a vivir.
Pero hemos decidido cada  cual sus propias marcas, cada cal lleva su vida, pero nuestros ojos se encuentran en cada esquina, se nos entrecorta la voz cuando nos saludamos, alternamos unas cuantas veces, y yo, sin verguenza alguna, rozaba sus dedos cuando pasaba junto a ella aprovechando la noche, un día de fiestas populares, con fuegos artificiales y música de habaneras en la playa, llegué a tocar su cuello en medio del fragor de la muchedumbre que se sentaba en la arena. Dio un respingo, pero se dejó hacer, delante nuestro, su marido y mi mujer con todos los niños mirando el cielo extasiados, no se me ocurrió otra cosa que decirle  -Te quiero prenda mía…-.
Esas palabras, han sido las que marcaron la diferencia entre la fidelidad y la responsabilidad, entre la honradez y la hipocresía que poco a poco, fue mellando todos los valores morales, que se esperaba que salieran en defensa de la tentación.
Poco más he  de decir, aquel sorprendente verano, que hacía años había estado marcado por excursiones y salidas al campo, hubiera tenido que tener un final feliz, no el que después de más de veinte años de matrimonio, por su parte y por la mía, todo terminara en divorcio, para volver a encontrarnos y casarnos formalmente, ¡con más de cincuenta años!.
Amigos y conocidos, se asombran de todo esto, no hay para tanto, el verano juega estas malas pasadas. ¿O son buenas?, no lo sé, pero ahora, a pesar de los muchos problemas que está causando todo el desvarío de mi divorcio, -hace de todo esto quince años y todavía tiene flecos el asunto-, estamos juntos de nuevo, no escatimamos caricias ni nos escondemos de nadie. Nadie tiene el derecho de dudar de nuestro amor, y para quién lo dude, solo tengo algo que decirle -¡Rezad al dios en el que creáis para que no os suceda a vosotros algo así!.


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