LA
FIESTA MAYOR.
Todos en el pueblo, esperábamos
con expectación que llegara este día.
Tres o cuatro días antes,
llegaban los camiones con sus pesadas cargas, los autos de choque, los que
transportaban la noria, otros más pequeños en los que llegaban otras pequeñas
atracciones…, y con ellos, las caravanas, casas ambulantes que servían de casa
a toda aquella gente. Para nosotros, los niños esto era todo un acontecimiento,
hombres rudos con el torso desnudo la mayoría, descargaban con asombrosa
rapidez las piezas de cada una de las atracciones, las montaban y dejaban
listas, en tiempos record.
El ayuntamiento, había preparado
los terrenos donde se llevaría a cabo la feria de la fiesta mayor, un
descampado que se limpiaba de hierbas y maleza, que tenía fácil acceso desde
las calles. Este año resolvieron, que la feria se montaría más cerca del centro
del pueblo, era algo más pequeña que otras veces, faltaban las montañas rusas
para los niños, según se supo, el dueño murió en un accidente de tráfico allá
en su tierra Jaén, visitando a unos parientes a los que no veía desde hacía
años.
Cosas de la vida, hoy estás aquí
y mañana no, te encuentras camino del cielo, que decía mi abuela. Nosotros, es
decir cuatro chavales, amigos todos, nos quedábamos horas y horas mirando cómo
se montaba todo, con nuestros bocadillos de la merienda, nos sentábamos en el
muro que separaba el terreno de la calle, y allí especulábamos acerca de cómo montarían
esto o aquello. Quedaba un gran hueco en un lateral de la calle, en el que no
se estaba montando nada, eso sí, lo habían limpiado de lo lindo, estaba plano
como la palma de la mano, pero no podíamos adivinar que uso se le daría a este
espacio.
La fiesta mayor, que comenzaba el
jueves, ya estaba dispuesta, de pronto, llegó por la punta de la calle, un camión
cuadrado, una pasada, era cómo un gran cajón metálico, ancho y alto, se
adivinaban las caras de tres personas, todas ellas iban sentadas delante, junto
al conductor. Bajaron los tres, un chico joven y dos chicas de más o menos la
misma edad. Eran guapísimas, una era pelirroja y la otra rubia, con los
cabellos del color del oro, dejamos de mirar al resto de las instalaciones, y
nos dedicamos esa tarde a observar que pintaba allí ese camión, al hombre le
llevó su tiempo aparcarlo lateralmente, al final se bajó y discutió con una
pareja que habían invadido parte de su espacio, tuvo que venir el alguacil, con
una cinta métrica midió el espacio, y finalmente, le dio la razón al
propietario del camión. Finalmente, la pareja que llevaba una pequeña parada de
cocos y una máquina de azúcar de nube, tuvieron que emplazarse en otro sitio.
Ahora sí, el camión pudo
maniobrar lentamente pero de forma perfecta. El cajón soltó un bufido, nos
apartamos un poco, parecía que tuviera vida propia aquel mastodonte de la
carretera. En la puerta de camión se leía, Eleonor y Carmen Hnas S.C.P. Estaba
bien decorado, pero imposible saber qué es lo que contenía, estaba cerrado,
aunque algunas de las atracciones ya habían comenzado a trabajar, la noria y
los autos de choque ya tenían visitantes.
La tarde siguiente, a las siete
de la tarde, nos acercamos al camión curiosos, las dos chicas estaban más guapas
si cabe que el día anterior, falditas cortas, bien maquilladas, bajaron por una
puerta lateral del camión y el que parecía ser el dueño, mediante unos mandos
que estaban en su asiento, comenzó a hacer bajar unas grandes patas metálicas,
donde se apoyaría todo el peso de lo que quiera que fuera.
¡Qué sorpresa nos llevamos
todos!, los cuatro nos quedamos con la boca abierta, el lateral del camión,
dividido en dos partes, comenzaron a abrirse como dos grandes bocas. ¡Aquello
era impresionante, jamás había visto algo así…!. Todo el interior de aquella
caja, estaba plagada de cosas, imposible describirlas todas, peluches gigantes,
peluches de todo tipo de animales, coches que funcionaban con pilas y que no
chocaban nunca con los obstáculos, juegos de cuerdas para saltar a la comba, se
nos iba la vista de un lugar a otro, no podías mantener la mirada fija más de
diez segundos en un solo lugar, todo lleno de luces, de focos de colores, de
espejos al fondo de los estantes, que multiplicaban lo que veías decenas de
veces. Mis amigos y yo mismo estábamos alucinados por todo lo que veíamos.
Las muchachas entraron de nuevo en el camión,
se colgaron unos micrófonos sujetos alrededor del cuello, y comenzaron a soltar
una cantinela que repetían una y otra vez
“Señoras y señores, cojan sus papeletas, cien pesetas y premio seguro,
cada tres minutos sorteo, acérquense faltan dos minutos, no pierdan la ocasión
de hacer un regalo a su mujer, a su novia, a su marido, a su hijo, para todos
hay premio seguro”. Unos alambres con unos pequeños sobres cerrados contenían
el número premiado, costaba cada uno, cien pesetas. Nosotros a cierta distancia
lo observábamos todo admirados, como cuatro bobos que acabaran de llegar del
espacio.
Las papeletas comenzaron a ser
vendidas, la gente daba las cien pesetas y tiraban del sobre que más les
agradaba. Salieron premios bastante considerables, a un señor le tocó un gran
peluche, era un osito sentado y sonriente, le costó llevarlo bajo el brazo del
tamaño que tenía. Se anunció otro gran
premio, una pista de Scalextric con dos coches, esos premios valían un dinero
ganso, y fíjate tú, con solo una papeleta de cien pesetas, los podías tener.
Otros tuvieron menos fortuna,
pero nadie se quedaba sin premio, algunos se quejaban de los premios de
consolación, había algunos que solo se llevaban un llavero con un escudo de
fútbol, y claro, eso no valía cien pesetas. Se quejaban, pero las voces de las
anunciantes y la atención que despertaban, eran mayores. Por no hablar del volumen
de la música que sonaba continuamente, de las sirenas de otras atracciones. Me
fijé en algo que supongo que no pasó desapercibido para muchos otros, cuando
había algo de barullo y se oían quejas, las dos chicas estiraban sus brazos
hacia los estantes de premios y dejaban
ver el borde de las braguitas que llevaban puestas.
Casi de inmediato, las quejas se
dejaban de oír. ¡Qué curioso oye!, con los años, llegué a la conclusión, de que
todo estaba perfectamente preparado, todos estaban orquestados, de forma que el
negocio no parara de funcionar, con más o menos dificultades. Los feriantes
tienen que hacer caja, les tienen que salir los números, pagar el
desplazamiento, el sorteo de los sitios, los gastos propios de la estancia, en
fin, todo lo que cada cual quiera incluir en la lista de ganancias y pérdidas.
Siguiendo los pasos de mi abuelo
y mi padre, estaba afiliado a un partido político, en casa sentía cierta
presión para que lo hiciera, de modo que pensé
“¿Por qué no?, yo también estoy capacitado para ser un buen pilar dentro
de la sociedad”. Ojalá se me hubieran caído los ojos al suelo, antes de firmar
mi afiliación, me convencí con la opinión de otros tan borricos cómo yo, de que
éramos feriantes, que no hacíamos más que reclamar la atención de la gente, a
fin y efecto de engañarlos.
Al señor que le tocó en su día el
oso de peluche, se le vio al cabo de cinco minutos, dando la vuelta al camión
para entregar el premio al propietario de la rifa. Vamos, un camelo, ¿cuántos
más habría así?, a mogollón, seguro.
Hay atracciones que son dignas,
los tiovivos por ejemplo, desde que comienzan hasta que terminan están
controlados por un reloj automático. Lo mismo los autos de choque, y muchas
otras cosas. Las nubes de azúcar, los trozos de coco, si te parecen caros no
los compras y punto, pero otras cosas de las ferias… son pura camama.
En política las cosas son diferentes, si no
compras lo que te ofrecen los que están en el poder, puedes llegar a ser
considerado un sedicioso, un paria, una basura. O estás con ellos, o contra
ellos, menuda mierda pestosa, mientras, te engañan, te prometen el oro y el moro,
y cómo les sigas mucho tiempo la corriente, te ves en la puta miseria.
Me gustaría que todo el año fuera
verano para disfrutar de la feria, ¡que buenos recuerdos me trae a pesar de
algún que otro inconveniente que tiene!.
Perdón, acabo de recordar una
cosa, lo que realmente me hubiera gustado, es no hacerme mayor, ser un niño
hasta que me muriera, los niños son los únicos, que no pierden nunca la
capacidad de asombrarse.
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