¡SOMOS CUARO GATOS…!.
No son cuatro, ni son gatos. Un
puñado de personas que apenas pasan de cincuenta, que huyen de la guerra, llevan vagando por la selva más de un mes.
Mayormente mujeres y niños con los pies sangrantes, llenos de terror, escondiéndose
continuamente de brigadas que buscan la aniquilación.
Sobre quien son, estos malditos
se sabe poco, solo que, después de una carnicería que comenzó en la ciudad,
porque se sublevaron contra el poder establecido, se armaron con armas rústicas
unos, mientras que los otros, llevan al hombro armas automáticas, fusiles que
escupen por su boca treinta balas por segundo. Los demás, llevan largos
cuchillos, barras de acero, en fin, cualquier cosa que les sirva, para amedrentar
a los que encuentran a su paso.
No van hacia alguien en concreto,
sencillamente, al que encuentran en su camino, lo apalean, lo cortan otras
veces, y si es de pies ligeros, las balas corren más que ellos.
Puedes pensar que son negros del
África, pero no, son occidentales que aprovechan que las fronteras ya no
existen, algunos ni siquiera se entienden entre ellos. Solo saben que son de
los suyos, porque tienen el mismo fin, la muerte de todos los que cruzan en su
camino.
Estos cincuenta, que llevan
semanas caminando, han oído hablar de un lugar seguro, de una especie de fuerte
donde gente organizada, han montado una buena defensa, pero como casi siempre,
está jerarquizado, hay un jefe supremo, luego, comandantes que velan por la
organización de todo lo que se haya dentro del lugar.
No hay lugar para la compasión,
si es que se tiene que sacrificar la seguridad de los que están adentro.
La última parte del recorrido es
la peor, tienen que andar al descubierto casi cuatro kilómetros, que digo andar…,
correr como galgos para tener la oportunidad de salvarse. Bueno, eso si los
dejan entrar, ya se sabe cómo van esas cosas, los cincuenta no lo saben, pero
dentro del fuerte hay normas establecidas, 1º nada de mujeres solas con niños, 2º
nada de ancianos, 3º sea quien sea, no entra si no trae algo de valor.
Unos cuantos de estos, llevan
alguna joya, nada excesivo, anillos y collares que probablemente heredaron de
los suyos, o cosas que compraron en su día con mucho esfuerzo. Quién los
conduce, un hombre de cuarenta años, armado con un cuchillo de cocina, habla
con el grupo antes de salir de la selva.
“Atended todos – casi susurrando-,
ahora debemos hacer el último esfuerzo, hay que correr, tanto cómo podáis, no miréis
atrás, esas sabandijas están vigilando en los flancos de la selva, saben a
ciencia cierta, que de vez en cuando, se acerca gente a este lugar, pero
tenemos la ventaja de la sorpresa, van a pie cómo nosotros, de forma que
podemos llegar ahí pero con esta condición. Si alguien deja atrás a un niño,
que no pare, si se cae, que procure levantarse y seguir, no hay tiempo para
sentimientos inútiles, esto es así, ¿lo habéis entendido todos?”.
Nadie contesta, solo se ven
algunas cabezas que afirman con ojos aterrorizados, jamás se han visto en esta
tesitura, nunca se les ha dado a escoger entre la vida y la muerte de manera
tan cruel, aunque por otra parte, es lógico lo que dice el guía. Él habla en
estos términos, porque sabe por experiencia, lo que sucede cuando se llega a la
puerta del fuerte, no es el primer viaje
que organiza hasta ese lugar.
Cuando se da la señal, casi todos
en abanico salen corriendo del escondite, llevan cien metros corriendo cuando
detrás de ellos se oyen alaridos, vienen a por ellos, se hoyen disparos
dispersos, voces “¡Ya son nuestros…!”.
Sin quererlo y llevados por el miedo,
unos cuantos vuelven sus cabezas hacia atrás, tres grupos de hombres corren
tras ellos, van medio desnudos, sin equipajes, los más viejos, más dados a
dejar lo que llevan, al final dejan caer sus bolsas y maletas, eso les da algo
de ventaja, pero no la suficiente, dos caen sin poderse levantar, los matan a
machetazos.
Eso espolea a los demás, no quieren
morir así, una madre coge a su pequeño en brazos, el niño llora
desconsoladamente, no entiende nada, la madre lo pone en su espalda “Sujétate fuerte cariño, mamá no te suelta…”.
Se le tuerce un tobillo y cae al suelo, al cabo de unos minutos le dan alcance,
le arrancan al niño de los brazos y a ella la desnudan en mitad de aquel
páramo, cuatro salvajes se quedan con ella.
“Seguid, seguid, vamos ya estamos cerca…”.
En estos angustiosos minutos,
hasta llegar al fuerte, desaparecen unos cuantos más, es el precio que hay que
pagar para que se salven cuatro gatos. Tres o cuatro apretando los dientes, se
han vuelto hacia los perseguidores con el fin de hacerles frente apretando los
puños y las mandíbulas “Sigue tú mi amor
yo los contendré”. Poco tienen que hacer delante de la furia de esos
desalmados, son barridos como si un tren pasara
sobre ellos.
Desfallecidos, llegan a las
puertas del fuerte diez o doce. El guía, entra por un pequeño hueco que hay en
un lateral de la misma, sube a la parte alta de una rústica torreta “¿A cuántos has traído hoy?”. “Pues más o menos a cincuenta, los encontré
vagando cerca del rio de la ciudad, todo está hecho una pena chico, después de
una larga charla los convencí para venir, hemos tenido suerte. Por cierto, a la
chica joven que lleva la blusa blanca la quiero para mí”. “De acuerdo”.
Cuando llega el resto de la tropa,
el hombre con aspecto de jefe, les dice “Bien
hecho chicos, reservad a las mujeres jóvenes, no las matéis, a los demás llevadlos
a la fosa de atrás y ya sabéis… luego entrad y descansad esta noche, comed y
bebed lo que queráis, mañana saldremos a por más. Poco a poco, volveremos a
construir un imperio”.
Saluda con el puño derecho
cerrado sobre el corazón, los demás responden de igual modo añadiendo “¡Hauuu,hauuu,hauuu!”.
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