LA VIDA DE DAMIÁN.
3 Parte.
La carpeta entre sus piernas
mientras estaban en el taxi, le hizo reaccionar, de no ser nadie, ahora pasaba
a ser un propietario, de un sótano cierto, pero propietario al fin y al cabo. Y
todo, ¿gracias a qué?, ¿al destino?, ¿a la suerte?, ¿a merecimientos propios?.
Dejó de plantearse preguntas sin respuesta, dejó de divagar y se centró en sus
padres adoptivos, ahora sí que lo podía decir con la boca bien grande, “¡tengo
padres!”.
La cena fue de lo más bonita, al
entrar en el restaurante a Amalia, un recepcionista le dio una rosa roja, un
gran detalle, la mesa redonda le daba un ambiente de intimidad a todo el lugar.
No sabía muy bien donde estaban, pero le pareció un sitio perfecto, habían
subido una calle empinada, para llegar al restaurante. Desde las cristaleras
que daban al exterior, se dominaba buena parte de Barcelona, incluso se podía
ver La Diagonal, y en ella, como si fuera un fantasma rojo, el edificio de La
Maternidad. Damián se levantó de la mesa casi de un salto, la pareja de
ancianos se asustó, pero tratando de disimular, de volvió a sentar. “¿Qué pasa hijo, tienes algo?”. “No no, no sido nada”. “Pero si has cambiado hasta el color de la
cara, ¿quieres que volvamos a casa?, no hay problema si estás
indispuesto”. “Que no, que ha sido un
tirón que he tenido…”. “Este trabajo que
tienes va a acabar con tú salud, hay que tratar de buscar otra cosa, ¿verdad
Conrado?”. “Claro que sí, veremos que se
puede hacer”.
Pasaron unos cuantos días, y
llamaron a la puerta del primero, Damián estaba cenando con ellos. Amalia abrió
la puerta “Hombre… cuanto tiempo Pepe,
pasa hombre pasa, ¿ya has cenado?”.
“Ahora voy a ello, no he podido pasar antes, disculpen”. “¿Qué tal Pepe, cómo estás?”. “Bien, gracias Conrado. Un poco cansadillo
pero bien, tengo mucho trabajo y he tenido que contratar a un chavalillo para
que me ayude, más que nada para trajinar herramientas y eso”. “Bien, mira, te presento a nuestro hijo
adoptivo, se llama Damián y es un máquina trabajando”. “Encantado Damián, bien, pues usted dirá
Conrado”. “Mira nuestro hijo, hace años
que trabaja en el mercado de Gracia, hace de mozo, pero lo están moliendo a
fuerza de trabajar. Quería saber si tú lo podías contratar, le hace falta un
cambio de trabajo”. “Por ustedes lo que
haga falta Conrado, no sería quién soy ahora, de no haber sido por usted.
Además si es su hijo, razón de más, ¿le ha dicho usted ya de que va nuestro
trabajo?”. “No del todo, pero estoy
seguro que aceptará encantado. Quedad para veros el día y hora que os vaya
bien”. “¿Qué te parece mañana a esta
misma hora?, paso de nuevo por aquí y te cuento ¿vale?”. “De acuerdo, y gracias”.
Conrado le puso en antecedentes
de qué trabajo se trataba, no era otro más que el de cuidar de jardines y
pequeños parques comunitarios, realizar podas de árboles, plantar rosales y
todo tipo de plantas de ornamentación, cuidar de ellas realizando el riego y el
abono oportuno. Este trabajo le gustó mucho a
Damián, se hace al aire libre y estás en constante contacto con la
tierra, la naturaleza viva. La visita de Pepe al día siguiente, fue solo para ultimar
detalles, cómo horario y sueldo. También esto fue una gran noticia para él,
tenía la oportunidad, hasta de poder ahorrar dinero con el sueldo que iba a
percibir, en cuanto al horario, Pepe le dijo que lo podía combinar cómo
quisiera, siempre y cuándo, terminara el trabajo que se le encomendara.
“¿Tienes carnet de
conducir?”. “No”. “Hum, que lástima, habría sido muy útil, para
poder desplazarte con uno de los furgones que tenemos, podrías usarlo hasta
para volver a casa, ¿entiendes?, para tener autonomía”. Conrado intervino “No te apures Pepe, mañana se apunta a una autoescuela,
y comienza a conducir en un par de meses”.
“Perfecto, me serías de doble ayuda, y cobrarías más. Bueno, entonces
hasta la semana que viene, te pasarán a buscar a las siete y media, ¿está bien
esta hora?”. “Por supuesto que sí”.
El jueves, avisó a su jefe que ya
no vendría más. Este despotricó, lo insulto, le pagó los días que le debía y le
dijo que no hacía falta que viniera más. Damián quiso cumplir, pero no le
dejaron, a veces, pensó, no le dejan a uno ser una persona digna. De forma que
se sacó el guardapolvo que llevaba, lo dejó sobre unos sacos de patatas y se
fue.
Amalia lo oyó llegar a eso de las
siete de la mañana, bajó como un rayo, para ver si le había pasado algo. “Anda, sube a desayunar con nosotros, ya
estamos los dos en pié”. Conrado se cabreó mucho al oír lo sucedido, pero por
otro lado, respiraba aliviado, al ver que no le había pasado nada a él.
El lunes oyó un claxon en la
puerta de la calle, lo venían a buscar, Pepe lo esperaba, o por lo menos eso
pensaba él. Salió a la calle, y vio la pequeña furgoneta que lo esperaba, con
el logo de la empresa rotulado a los lados de la carrocería. No era Pepe, era
su hija Magda quién lo recogía, una muchacha algo pecosa, rubia y de ojos
verdes. Se presentó “Chico, cómo se nota
que no le has dado la mano a muchas mujeres, ese brazo es un látigo”. “Disculpa, es verdad, de hecho es la primera
chica con la que intercambio un saludo así”.
“Pues tendrás que ir entrenándote, porque si no, pocas migas harás con
las chicas con saludos cómo este”. Se sonrojó, apreció que tenía más o menos,
su misma edad, se alegró por ello.
“Hoy vamos a trabajar juntos, nos
vamos de excursión, a unos chalets que hay en la parte alta de la ciudad.
Mañana tenemos que continuar allí, hoy nos quedaremos a mitad de trabajo,
bueno, todo depende de lo que dé de sí el nuevo”. Rió, era simpatiquísima,
extrovertida, dicharachera, en definitiva se le notaba una chica feliz. Damián
rió con ella, su futuro dependía de la efectividad de su trabajo, y de entrada,
no lo quería cambiar por nada, se sentía a gusto.
Lo único que no le gustó mucho,
es su forma de conducir, conducía como un kamikace, o eso le pareció a él, iba
sujetándose en el asa de la puerta del copiloto. Después del taxi que los llevó
a cenar, era el segundo coche en el que se subía. Quizás es que estoy
exagerando, se dijo para sí mismo. De lo creyó que era la radio del coche,
salió una voz “¿Qué Magda ha ido todo
bien?”. Apretó un botón de la radio, y habló a un pequeño micro que salía de la
parte alta de su puerta “Si papá, todo
bien, ya vamos camino de “La Cigüeña”, cuando terminemos te llamo”. “Bien hija, que quede todo bien, ya sabes
cómo son esos de peripuestos”.
Cuando terminaron de allí al cabo
de dos horas, se dirigieron al otro extremo de la calle, a otro chalet más
grande que el anterior. Esa propiedad tenía video vigilancia, se veían cámaras
por todas partes. Abrió un chico que se puso a dedicarle piropos, y acercarse a
su oreja a decirle cosas, hasta que ella le dijo sin enfadarse
“¿Ya está bien no?, ¿no tienes a nadie más a quién decirle estas
sandeces o qué?, deja trabajar a la gente en paz chaval”. Caramba con el
carácter de Magda. Al terminar la siega del césped y el riego de las plantas a
las que no daba el sol, recogieron todo y lo pusieron en el garaje.
Subieron al coche de nuevo “Pues se te da muy bien el trabajo Damián. Yo
creía que tendría que irte detrás, pero veo que no, estaba equivocada, muy
bien”. Viniendo de la hija del jefe, estas palabras le llenaron de satisfacción,
no lo estaba adulando, si no lo hubiera hecho bien igual se lo hubiera
dicho. “Esta tarde echaremos dos horas
más y a plegar ¿te parece?, son unos pequeños jardines comunales de la zona del
Camp Nou”. “Claro, lo que tú digas. ¿A
qué hora será eso más o menos?”. “¿Por
qué”. “Porque tengo que ir a comprar
para Amalia y Conrado, mis padres adoptivos, ellos no podrían ni arrastrar el
carro de la compra pobres”. “Si nos
ponemos a las tres, a las cinco habremos terminado”. “A entonces perfecto, entre ir, comprar y
volver, ocupo dos horas”. “¿Tanto
tiempo?”. “Si claro, es que no tengo
coche, voy a pié”. “¿Desde tú casa al
centro comercial?”. “Pues sí, eso es. Va,
ya estoy acostumbrado, algunas cosas las compro por el barrio, pero lo más
gordo lo compro en el centro comercial, les sale mucho más barato”.
Magda se quedó mirándolo
admirada, con el coche en marcha pero parada. “Pero eso… vamos quiero decir que… ¿cómo
vuelves con la compra a casa?”. “Pues
caminando, ¿cómo si no?. Hago un par de paradas, más que nada, porque las
bolsas se clavan en las manos, y continúo hasta casa”. “Pues si te parece bien, hoy te acompaño yo,
no tengo nada que hacer”. “¿Si…,
seguro?”. “Seguro hombre, y allí nos
tomamos un refresco, nos sobrará tiempo”.
Aquel día fue completo para
Damián, tenía un trabajo que le gustaba, comenzaba a relacionarse con la gente,
pasó una tarde divertida… todo empezaba a irle bien. Creía en la buena estrella
de las personas, una vez hacía años se lo dijo una enfermera del lugar donde
estuvo encerrado. Parecía tener razón, no todo es malo en la vida, siempre hay
motivos para ser feliz, más tarde o más temprano, pero hay que saber ver, estos
momentos, descubrirlos y cogerlos, como si fueran la preciosa fruta de un
árbol raro.
A pesar de no hacer frio, cuando
llegó a casa, estuvo buena parte del tiempo temblando, fue justo en el momento
que Magda lo dejó, Amalia lo notó y le preguntó si le pasaba algo. “No Amalia, no es nada, ¿sabe?, Magda la hija
de Pepe, me ha acompañado a hacer la compra al
supermercado”. “Ya, entonces no
me digas más, no estás acostumbrado a tratar con chicas. No debes avergonzarte,
es natural que te sientas así, anda toma del frigorífico algo para beber, hay zumo
de frutas”. Esa noche soñó con una chica que lo cogía de la mano, llevaba un
mono con peto, y él tropezaba continuamente, mientras ella, tiraba de él hacia
arriba ayudándolo a levantarse.
Con el paso de los días, fue a
trabajar con otros obreros de Pepe, esta vez lo recogían de casa con furgones
más grandes, las herramientas también eran más complejas, casi todas
funcionaban a motor de gasolina, a excepción de las tijeras de diferentes usos
para jardín. En su interior, tenía ganas de volver a ver a Magda, ¡congeniaban tanto!,
supuso que tarde o temprano la vería, o que trabajaría con ella de nuevo. ¡Cómo
le habría gustado eso!, sentía repelús en la nuca con solo pensarlo. Una tarde
a eso de las siete, llamaron a su puerta, estaba listo para ir, a la auto
escuela. Debajo del brazo, llevaba una carpeta con el libro de tráfico, y
fichas, que tenía que ir rellenando, para ver el porcentaje de aciertos que
tenía, en las varias opciones que se presentaban a cada pregunta. Abrió la
puerta y allí estaba, Magda vestida de calle, con unos pantalones vaqueros, una
camisa y cazadora vaquera también, calzaba unas zapatillas deportivas Nike,
estaba radiante, o eso le pareció a él.
“¡Hola… vengo a echarte un golpe
de mano en esto de salir con chicas ja ja ja”. Magda era la pera “¡Que sorpresa Magda!, me alegro mucho de
volver a verte, -los ojos se le iluminaron como dos candelas ardientes- verás
voy a la auto escuela, si quiero tener el carnet no me puedo perder las clases”. “Pues ¿a qué estás esperando?, vamos, te
acompaño, y después me invitas a comer algo, me lo debes por hacerte compañía,
mientras espero”.
Damián no es exigente, pero
Amalia lo lleva hecho un pincel, pantalones planchados con su raya, camisa
igualmente, y una americana que se compró en las rebajas. Fueron a pie, la auto
escuela no estaba lejos, no tan lejos como el supermercado, aparcada en doble
fila buscó un hueco, y echaron a andar.
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