domingo, 21 de abril de 2013


                                                                                                                                  2 Parte.
                        LA HISTORIA DE DAMIÁN.


Las circunstancias, quisieron con el paso del tiempo, que Conrado le preguntara a Damián un día, si sabía quién era su familia, de donde venía. Es evidente, que él no podía aportar ningún dato, solo, que se había criado en La Maternidad, que jamás había estado fuera de sus muros, que nunca tuvo contacto con nadie de fuera, a excepción de ellos dos, y las personas que lo rodeaban es el trabajo. Después de Fernanda en su día, solo conocía a otro jefe, el suyo, el que le mandaba de una parte a otra del mercado a cargar y descargar alimentos que luego se vendían en el mercado. Era un tipo gordo, que sudaba todo el año, sentado en un pequeño pupitre lleno de papeles y del que solo sabía su nombre, Pedro.
Conrado y Amalia se pusieron en contacto con su administrador, le encargaron que hiciera las averiguaciones oportunas para ver que se podía saber sobre los parientes de Damián. Podía haberse dado el caso, que no fueran sus padres quienes decidieran dejarlo en aquel lugar, a los cuatro años. La única solución, estaría dentro e aquel edificio de ladrillo rojo, que estaba situado en la Diagonal de Barcelona.
La búsqueda fue infructuosa, allí reinaba el más completo hermetismo. Por no saber, dijeron que ni siquiera conocían a Damián, que allí no había estado nadie con aquel nombre, no estaba registrado. Acceder a las interioridades de un sitio oficial cómo ese, era cómo darse contra un muro de hormigón. Pero sí que consiguió a fuerza de papeleo y soltar algo de dinero, que le hicieran el documento nacional de identidad. Cuando fue a la policía para dejar su huella y firmar el documento, se dijo a sí mismo que ya era un ciudadano como los otros, con todas las obligaciones y derechos.
Salió de la comisaría de La Plaza de España contento, junto al administrador fueron a tomar una cerveza a La Gran Vía. Aunque eso, le representaba trabajar el sábado por la mañana, por hacer fiesta ese día. No sabía cómo dar las gracias a Conrado y Amalia, llegó incluso a llorar un poco, de la emoción de saberse una persona con identidad propia. ¡Qué contrastes tiene la vida…!, de ser un paria, a tener por derecho, nombre y apellidos. Ahora era, Damián Tuera Valls, curioso, le gustaban más los apellidos que el propio nombre, tanto tiempo sin ser nadie más que Damián y mira ahora…
Compró un par de botellas de sidra, y una plata de repostería, cuando la sidra estuvo un poco fría subió al piso de arriba, tenía la llave para entrar cuando quisiera, pero nunca había hecho uso de ese privilegio, prefería llamar a la puerta.  “¿Quién es…?”. Preguntó Amalia  “Soy Damián Amalia”.  “Pues abre y entra hombre, no me hagas levantar…”. Entró y con una bolsa en la mano y la plata en otra, una sonrisa que iba de oreja a oreja  “Venga vamos a merendar, que sé que es la hora, espero que no hayan comido nada, les traigo pastelitos. Me he permitido comprar sidra, para substituir el cava que sé que no beben, la sidra tiene poco grado, para brindar ya está bien ¿no?”. Amalia hizo chocolate deshecho, más acorde con las circunstancias. Pasaron una buena tarde, entre risas y agasajos oscureció.
Cuando bajó de nuevo al sótano, justo al meterse en la cama, se preguntó, de dónde había sacado los apellidos el administrador. Salió a la calle y desde una cabina telefónica lo llamó, le picaba la curiosidad  “¿A no te lo han dicho Conrado y Amalia?”.  “Pues no”.  “Te han dado sus apellidos hombre…, ¡oiga!, ¡oiga!, ¿qué me escuchas Damián?”. Al oír aquello, dejó caer el auricular, que se quedó cómo un péndulo, marcando el compás de un tiempo inexistente. No le cabía en la cabeza el motivo por el cual habían tomado esta decisión. Al regresar a su casa, no se atrevió a subir de nuevo al piso de arriba, por un lado estaba jubiloso, por otro, los pies le pesaban cien kilos cada uno.

Ya les agradeció en su momento, el gesto de ayudarle a normalizar su situación, ahora comenzaba a pensar acerca de cómo abordaba este asunto con ellos, ¿o valía la pena dejarlo cómo estaba?, indecisión, dudas, eso es lo que comenzó a generar todo aquel asunto en su cabeza. Sin embargo, en el fondo de su ser, sentía que debía hablar con ellos, se lo debía a sí mismo, a la exigencia de su propia curiosidad, que quieres, los seres humanos somos así. Damián recordaba bien cuando estaba en La Maternidad, el apagón que hubo, por causa de una explosión en un transformador de luz, que había dejado todo el barrio a oscuras, durante dos días. Algunos niños que estaban en una de las plantas, para ser dados en adopción, ponían los dedos sobre las llamitas de las velas, les llamaba la atención esa luz pálida y cambiante. Se quemaron unos cuantos, hasta que se calló en la cuenta, de que esas velas, no debían estar a su alcance.
Esperó el momento oportuno para hablar con ellos del asunto. Ese llegó al día siguiente, cuando cómo otras muchas veces subió para ofrecerse a ir de compras por ellos. Los encontró en la cocina, Amalia estaba preparando un bizcocho relleno de crema, estas cosas no las compraba, le gustaba hacerlo a ella a pesar de sus limitaciones.  “Buenas tardes, ¿cómo se encuentran hoy, han descansado bien esta noche pasada?”.  “Hola Damián, gracias, sí, estamos bien, mira aquí preparando un pastel, ¡me salen muy buenos no creas!, ¿me acercas ese molde por favor?”.  “¿El redondo?, pues va a ser un pastel bastante grande”.  “Claro es para los tres”.  “Verán, tengo una pregunta que hacerles, no sé si conocen la respuesta, porque al haberse hecho el documento de identidad mediante el señor Andrade, a lo mejor ha sido cosa suya…”. Conrado preguntó  “¿Y cuál es la pregunta? Damián”.  “Pues quería saber, si los apellidos que me puso en el documento de identidad son improvisados o los sugirieron ustedes”.
La pareja se miró mutuamente sonriendo, luego Conrado volvió la cabeza hacia Damián y le dijo  “No, no son improvisados, son los nuestros, te hemos adoptado, puede parecer una broma pero no lo es. Andrade ha hecho todas las  averiguaciones posibles acerca de tus parientes, pero no ha tenido éxito. De modo que te hemos adoptado nosotros, pero solo con el fin de que tengas apellidos auténticos, sentimos no habértelo dicho antes, pero es que fue todo muy rápido. Quizás te hubiéramos tenido que consultar…”.  “No no, si está bien, pues… no sé… otra vez gracias señores, me han hecho la persona más feliz del mundo. ¿Puedo abrazarlos?”. Se dedicaron abrazos y besos, y también lágrimas que intercambiaron, cuando sus rostros se tocaron entre sí. A los casi diecinueve años, nacía un nuevo Damián, no tendría que usar pañales, ni mamar de ningún pecho o biberón, pero interiormente, se sentía un recién nacido.  “Mira hijo, si te podemos llamar así claro está, queremos que entiendas que no debes sentirte obligado con nosotros para nada. Debes vivir tú vida, hazlo del modo que creas mejor para ti, nosotros te queremos, y mucho aunque no lo parezca. Cada noche hablamos de ti, cómo si se tratase del hijo que jamás pudimos tener, estamos los dos muy felices de que estés aquí con nosotros”. Las palabras de Amalia, le llegaron al alma. Se frotó las manos en el delantal que llevaba puesto, y salió de la cocina para volver en un minuto  “Aquí está todo el dinero que nos has ido dando del alquiler del sótano, lo teníamos casi como si fuera un almacén, y tú lo has convertido en tú hogar, nosotros, estamos igual de agradecidos a ti. ¿Sabes que el sótano fue nuestro primer hogar cuando nos casamos?. Le tenemos mucho cariño, y tú has sabido renovarlo por completo, como si hubiera continuado siendo nuestro pequeño rincón al principio. No se te ocurra pagarnos más alquileres, ahora es tuyo, ya están preparando los papeles de propiead”.
Damián cayó desplomado en la silla que tenía a su espalda, no se ocurría decir nada, no podía articular palabra, mientras, Conrado le preguntó si le gustaba jugar al dominó, sí, claro que le gustaba, y además era bueno en ese juego, le hizo saber a su padre adoptivo.  “Pues cuando quieras que te de una paliza jugando me lo dices, ¡cuidado que fui campeón del barrio!” Rieron, tomaron juntos un café con leche mientras Amalia terminaba con el bizcocho.
A la semana siguiente, se presentó el señor Andrade, con toda una serie de papeles que debían firmar unos y otro. “En un par de días más estará todo resuelto, deberéis ir al notario, os avisaré con tiempo. Bueno Damián, mi enhorabuena, los señores Tuera, son una gente excepcional, me voy a ver a otro cliente, adiós”.
Después de la firma en el notario –fue una tarde para que Damián no faltara al trabajo-, Conrado sugirió ir a cenar a un restaurante, la invitación fue aceptada por parte de Amalia y Damián, la mujer no sabía de ese plan de su marido. En el taxi que los condujo al lugar, Damián hizo un breve viaje de su vida, de lo vivido en La Maternidad y fuera de ella, parecía que hubiera vivido más del doble de la edad que tenía, pero no sentía ni melancolías ni arrepentimientos, las cosas son cómo vienen, no se pueden cambiar.


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