EL ARCA
PERDÍDA.
La casa de Manuela se ha venido
abajo, este invierno no ha parado de llover más que unas semanas, el resto del
tiempo lluvia, y más lluvia. Menos mal que a la mujer, el día que su casa
cansada de crujir se hundió, se encontraba en el corral de atrás, sentada en
una vieja silla, desplumando una gallina para hacer caldo.
Manuela no es mujer que se asuste
por cualquier cosa, ya llevó bastantes sustos cuando durante la guerra civil,
pasaban las balas de unos y otros silbando a su alrededor. Recordaba con pena a
su marido, estaba trabajando el campo, y un camión de soldados se paró al lado
de la carretera, aparecieron por un lado soldados con sus fusiles, y se
pusieron a hacer puntería contra los cuatro cinco labradores que en este
momento estaban trabajando el campo.
A su marido le tocó una de esas
balas, caído en el suelo herido, casi inmóvil, le llovieron más balas de todas
partes, murió en mitad de un surco que acababa de hacer para dar paso al agua.
Este acontecimiento, y el que hizo que se llevaran a su hija Mercedes de solo
catorce años con ellos, la marcó para siempre.
Con solo veintinueve años, tenía
el cabello completamente blanco. Jamás dijo nada a nadie, aunque agradeció la
ayuda que recibió de los vecinos, otros pasaron por la misma suerte, era
cuestión de ayudarse, estaban solos en aquel trozo de tierra a la que se le
puso desde ves a saber tú el nombre de La Empinada. Sería por lo que costaba
llegar hasta allí desde la meseta castellana.
Acudieron todos hacia la casa,
ahora el pueblo tiene hasta servicio de bomberos, un polígono industrial y zona
residencial. Los años, han hecho que las distancias dejen de existir, no es lo
mismo que cuando era joven que tenían que depender de los mulos, y de algún que
otro afortunado que podía comprarse un coche.
La sacaron de entre los cascotes,
estaba medio muerta, parte de una pared maestra, dio contra el techado de
uralitas donde tenía a los animales y la pilló debajo. Menos mal que la
techumbre del corral amortiguó algo los cascotes, si no muere allí mismo.
Casi inconsciente, la pusieron en
una camilla y la llevaron al hospital de la ciudad más cercana, se había roto
varios huesos, y tenía una fuerte contusión en la cabeza. Dos meses se pasó en
el hospital hasta que le dieron el alta. Sin casa, sin nada de lo que tenía
antes, lloraba por dentro en casa de unos primos que vivían en un pueblo
cercano al de ella. Una mañana, le pidió a su sobrina Rebeca, que la llevara a
ver su casa a La Empinada, estuviera como estuviera ella quería verla, y saber
que se había hecho de su arca.
Todos los vecinos se alegraron de
verla de nuevo, iba con bastón pero ese era un mal menor, agradeció a todos lo
que hicieron por ella y les deseó lo mejor. Al fin, llegó al solar de su casa,
las máquinas lo habían arrasado todo, solo cascotes era lo que se veía. Bajó la
cabeza, y rompió a llorar, Rebeca la sujetaba, le frotaba la espalda con el fin
de animarla en silencio. Se puso de espaldas al solar y miró la casa de
Hortensia, bajó la acera y se dirigió a la puerta de la vecina. No llamó al
timbre, solo gritó su nombre por la verja de hierro, Hortensia salió, era la
única vecina de la calle que no salió a recibirla, la calle no era muy larga,
solo tenía veinte números –diez casas-.
“¡Madre del cielo si ya estás
aquí!, que bien, ¿cómo te encuentras Manuela?”.
-Ya ves, voy poco a poco
mejorando, estoy en casa de unos primos míos que viven en Sostrales. Oye
¿estabas tú en casa el día que limpiaron mi casa y se llevaron las cosas que
había?.
“No no no, que va, estuve todo el
día en la cooperativa trabajando, me hubiera gustado estar para poder recoger
cosas tuyas y guardártelas, pero chica, no pude, lo siento. No tengo ni idea de
quién lo recogió todo, aunque… la verdad sea dicha, no quedó gran cosa.
-¿Y tú como sabes esto si no
estabas aquí…?.
“Lo sé por los vecinos mujer,
cuando volví del trabajo ya estaba todo como lo ves tú ahora, creo que vino un
camión de la brigada del ayuntamiento y se lo llevó todo. Ves allí y pregunta.
Hortensia y ella nunca se
llevaron bien, se soportaban, nada más, el padre de Hortensia fue uno de los
que se llevó a su hija Mercedes, aunque esta lo negara. Cuando su marido fue
nombrado alcalde –el marido de Hortensia-, muchos vecinos cambiaron de actitud
respecto a su familia, comenzó a expropiar terrenos de vecinos, con el pretexto
de que tenían que construir una autopista, y que el delegado del gobierno, dejó
el asunto en sus manos. El terruño que ellos tenían no tenía el menos interés
para el ayuntamiento, pero así y todo, les dieron un dinero, que tuvo que
aceptar a la fuerza, so pena de enzarzarse en una lucha contra la
administración del estado.
-Pues para allá que me voy ahora
mismo, algo deberían rescatar de las ruinas.
“Venga pues, que haya suerte, si
encuentras algo o te podemos ayudar me lo dices, que para eso están los
vecinos.
El siguiente paso fue el más
difícil, preguntar a unos y otras acerca del asunto no era tarea fácil, quién
se encargó de cargar las cosas en el camión, donde las llevaron, cuántos eran
los de la brigada… en fin, una ardua tarea. Su sobrina, le preguntó qué era lo
que buscaba después de una catástrofe como aquella.
-Busco un arca de madera del
siglo dieciocho, es un regalo que mi marido me hizo, es lo más valioso que he
tenido jamás a parte de mi hija Mercedes.
“¿Tú crees que habrá sobrevivido
al hundimiento de la casa?, mira que cuando se hunde un edificio no queda casi
nada.
-Que solo se hundió el techo
muchacha, lo que pasa es que pesaba mucho y se llevó todo lo demás por delante.
Además estamos hablando de una casa de planta baja, no de un edificio grande.
“Claro, claro, visto así. Tengo
hambre tita, ¿vamos a comer algo?. Estoy muerta, si no como algo me voy a
desmayar.
-Vamos a la venta El portal, allí
no te vas a terminar los platos que te pongan. De paso a ver si tenemos suerte
y averiguo algo.
Isidro el dueño de la venta la
abrazó cuando la vio entrar por la puerta, por lo menos lo intentó, un hombre
de mediana altura con bastantes kilos de más, le impedían acercarse a la mujer.
Comiendo, le preguntó a Isidro si sabía algo de las cosas que se sacaron de su
casa, le dijeron que la brigada del ayuntamiento se lo había llevado todo a un
local. Isidro apoyado en la mesa, le dijo no saber nada de aquello.
“Espera, oye tú, ven para aquí.
(se dirigió a un hombre moreno y delgado, muy poca cosa que a veces ayudaba a
la brigada en momentos de tala de árboles u otros menesteres). Esta señora es
la que se le hundió la casa del pueblo por las lluvias, ¿no estuviste tú
ayudando a la brigada ese día?.
“Si señor, estuve sacando cosas,
no muchas porque estaba todo húmedo y hundido, por poco me rompo un pie
caminando entre las runas.
“Atiende a lo que te pregunte la
señora.
-¿No sacasteis de la casa un arca
de madera de más o menos un metro de largo por cincuenta de alto?, llevaba unas
bisagras ennegrecidas a los lados que terminaban en punta con remaches.
“¡Haaa, claro que me acuerdo!, la
vecina de enfrente de su casa, dijo que la entráramos en su casa, que la
guardaría ella, dijo que tenía un gran valor sentimental para usted, que buena
mujer, por lo menos puede recuperar algo valioso. Un compañero y yo mismo se la
entramos en casa, esa caja pesa como un demonio oiga. La dejamos… déjeme
pensar…, a si, a los pies de la cama de matrimonio, enseguida se puso a
limpiarla como si de un tesoro se tratara, nos dio cien pesetas por el trabajo.
-Por lo que veo no tienes trabajo
¿cierto?.
“No señora, vine de un albergue
para toxicómanos, bueno la verdad es que me escapé, porque la voy a mentir, nos daban muy mala
vida, ahora hace años que no me meto nada, la gente del pueblo me ha ayudado
mucho ¿sabe?. No he pasado hambre ni un solo día, trabajo aquí y allá solo por
mi sustento, y duermo en el almacén de Isidro, ¿lo vigilo sabe?, hay mucho mangante
suelto, así el hombre duerme tranquilo. Con tanto crecimiento que ha tenido el
pueblo aquí viene de todo, tres veces le han entrado en el bar y le causaron un
estropicio que para que le cuento.
Manuela se enterneció al oír al
chaval, por un momento se olvidó del arca, después de tanta inquietud por la
casa, su propia salud, el arca, todo quedó minimizado a la más mínima expresión
al oír el modo de hablar del chico. Estaba
convencida, de que todo cuanto le decía era cierto respecto a su vida.
-Ten un poco de paciencia, en
cuanto levante de nuevo mi casa, si quieres, puedes venir a vivir conmigo, al
fin y al cabo, yo empiezo a necesitar ayuda, y tú una casa. No te vayas del
pueblo, necesitaré tú ayuda muy pronto. ¿Te da de comer Isidro?.
“Si señora, bueno no como menús,
pero me arregla tapas y cosas que no se consumen al día.
-Isidro –gritó-, (cuando se
acercó a la mesa), este chico a partir de ahora comerá las tres comidas de mi
cuenta, y si se toma una copita o alguna cerveza también las pago yo, ¿de
acuerdo?.
“Lo que usted diga señora
Manuela, cuando vuelva ya pasaremos cuentas, señora Manuela no eche mano al
bolso, no hace falta, (Manuela ya estaba sacando el monedero). Ya me pagará
cuando vuelva por aquí.
-Ahora ven con nosotras que vamos
a comprarte unos zapatos nuevos, ¿dónde vas con esas zapatillas de andar por
casa?. Venga apura el quinto y ven.
“No entiendo muy bien por qué
hace esto conmigo, acaba de conocerme, y además en un bar, ¿no le parece
curioso?.
-Cierto, pero el caso es que me
gusta hacer el bien, eso sí, si me defraudas haré como si no te hubiera
conocido nunca.
“Descuide señora Manuela,
gracias, es usted un ángel para mí.
Rebeca observaba toda la escena
con algún recelo, pero era decisión de su tía, no debía interponerse. Estaba
segura, que ahora que sabía dónde estaba el arca, urdiría algún plan para
hacerse con ella, era suya, estaba en su derecho de descubrir al ladrón o
ladrones. Fueron a una zapatería y Felipe escogió unos zapatos fuertes de
montaña, pensó que los podría llevar todo el año, jamás llevó un calzado igual,
estaba contento, feliz de que le tocara por fin la buena suerte.
De la zapatería fueron al cuartel
de la Guardia Civil, entraron los tres, aunque solo Manuela y Felipe entraron a
poner la denuncia. Una vez puesta y dada la importancia de la denuncia, una
patrulla los acompañó a casa de Hortensia, esta no los dejó pasar de la puerta.
Razonaron con ella, estaba visiblemente nerviosa, prueba de que era cierto lo
que se denunció, pero no pudieron pasar de la puerta.
-Eres una ladrona, que lo sepas,
y voy a llevarme de nuevo el arca aunque tenga que morirme en el intento.
“Chica, que no sé de qué me estás
hablando, que aquí no tenemos esta mierda de arca, en mi casa no acumulamos
basura, ¿qué tenías en ese arca?, cuatro pelos, y una navaja de afeitar.
Los agentes se miraron entre sí y
le ordenaron que los dejase entrar con voz de mando. Hortensia se descompuso,
ella misma, con aquellas palabras, se estaba denunciando. Efectivamente, el
arca estaba al pie de la cama de matrimonio, tenía puesto encima un cojín, los
agentes cogieron el arca y la abrieron, en el paño todavía estaba puesta la
rústica llave, se quedaron asombrados, aquel mueble era como un tesoro, jamás
habían visto nada igual, las patas del arca deliciosamente trabajadas que
representaban cuatro leones con la boca abierta, los laterales y el frontal de
la misma, que representaban escenas de guerra con jinetes a caballo, cuyas
cabezas sobresalían de la madera, la imagen de un castillo que parecía haber
sido trabajado sobre el mismo trozo de madera, aquello era fantástico.
En el frontis del arca, bajo la
talla de una piedra, estaba tallada la firma del artista, H. Desgas, detalle
este que también supo confirmar Manuela, como la madera de la cual estaba hecha
el arca, “alcanfor”, alcanfor de Australia, esa especie de árbol hace que la
madera sea prácticamente indestructible, las termitas, las polillas u otros
insectos, no se acercan a ella. También identificó el forró de la caja,
terciopelo azul, aunque no dijo que era de la India y que las tachuelas que lo
sujetaban eran de oro, ese detalle no le importaba a nadie, más que a ella.
Finalmente, y a tenor de que
todavía se conservaba en su interior, las navajas de afeitar Filarmónica con
mango de cuerno de vaca, y su correspondiente afilador de piel con mango,
Hortensia desistió de todo intento de negarse a ceder el arca a Manuela, a esta
se le cayeron lágrimas de los ojos al ver que no estaba la pequeña trenza de cabello
de su hija Mercedes. Se llevaron el arca
a la venta El Portal, Felipe se comprometió a guardarla allí mientras no le
dijera otra cosa.
-Vigílala con celo Felipe, es lo
único que me queda de la catástrofe.
“Descuide Manuela, antes tienen
que matarme a mí que llevársela, además la voy a cubrir bien con cartones y
telas para que no coja polvo, déjelo de mi cuenta.
Con un par de besos se despidieron
hasta pronto, se volverían a ver, antes de lo Felipe se imaginaba. Cuando
llegaron de nuevo a casa, Manuela le preguntó a su sobrina cuanto le debía por
todo, el tiempo, la gasolina…, nada, no quería nada, aun así, Manuela le metió
en el pantalón, un billete de quinientas pesetas.
Le costó un poco de tiempo
encontrar un solar fuera del pueblo, para poder hacerse edificar una casa, pero
al final, un buen vecino le cedió un trozo de tierra que no trabajaba en la que
se podía edificar. Poco más de un año después, Manuela habitaba en la casa
nueva, con una vida nueva, con un nuevo habitante que cuidaba de ella, Felipe,
un muchacho agradecido y ahora más feliz que nunca, y con un arca vieja, un
arca de la que no se desprendería jamás y que legó a su cuidador en herencia.
El arca no tenía precio, lo mismo
que la oportunidad que Manuela le dio a Felipe, y la vida que le regaló este
hasta que ella faltó. Ahora, el hombre era rico aun en ausencia de Manuela,
rico en cualidades que jamás nadie exploró, con defectos, que como le enseñó
Manuela, no dejara traslucir demasiado a los demás, con tal de ser una persona
más feliz.
El arca perdida ahora, era el
arca encontrada, mediante ella dos personas consiguieron lo que querían,
aprender más sobre la amistad y el altruismo.
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