RECUENTO DE FILAS
El
campamento es inmenso, en él como en todos estos centros que son militares sin
tener muy a menudo la apariencia de serlo, está vigilado. Los autobuses llegan
con los nuevos reclutas, ¡imagínate la
cara de muchos de ellos cuando bajan los
peldaños del vehículo! algunos, de tanto mirar a derecha e izquierda no se
aperciben de los desniveles del terreno y se caen con los bultos personales al
suelo. Pronto sabrán que estos fallos son imperdonables, que esto de caerse al
suelo les podría costar la vida en la batalla, o la de sus compañeros.
¡A
ver, pónganse en fila uno junto al otro, quiero ver la misma diferencia entre
uno y otro recluta ¿estamos?! Unos se miran las cabezas otros los pies, dentro
de un poco de instrucción sabrán colocarse de forma automática. Es así como
entraban a trabajar cuando sonaba la sirena de la fábrica, de forma marcial,
así esperan en los andenes del metro, en la parada del bus para ir o volver al
trabajo. Aunque en honor a la verdad esos voluntarios no tienen idea de donde
se han metido, hasta poco después del instituto han estado vagando por casa o
la calle en compañía de amigos, en ocasiones haciendo aquello que no se les
hubiera ocurrido hacer.
Conocen
a pie juntillas el consumo de la marihuana, pero les esperan más sorpresas de
las que imaginan. La primera en la frente, caminatas de veinticinco kilómetros
con la mochila a cuestas subiendo y bajando caminos, metiéndose en ríos,
cayendo de rodillas en mitad del barro sin nadie que los ayude. Lo mismo que en
la ciudad, con la agravante de que no saben cuál va a ser su destino después de
la instrucción. Por la noche en los barracones, se escuchan historias de los
que han vuelto de puestos fronterizos, metidos en bolsas hacinados en aviones
Hércules, de ves a saber a saber tú que lugar. No pueden evitar que se les
ponga la piel de gallina cuando oyen estas historias, unos las exageran para meterles miedo… “Pollitos, vosotros no sabéis donde os habéis
metido, dentro de tres meses cuando termine vuestra instrucción os vais a
enterar”. “Claro como es ecuatoriano y ya ha perdido dos hermanos en
África…” No es la guerra pero se acerca mucho a las condiciones que van a tener
que soportar en lugares más o menos lejanos, cavar trincheras en mitad de la
jungla bajo una lluvia intensa, parapetarse detrás de edificios que en su tiempo
estaban en pie, entrar y disparar a los
malos sin equivocarse, no son más que maniquíes de cartón pero después a quién
se equivoca, le leen la cartilla a gritos mientras se les obliga recibir la
bronca del sargento, firmes como una estaca.
El
mundo en general, es como un gran ejército que sobrevive a base de ser
empujados a la vía del tren y caer en las vías o tener suerte y librase de que las
ruedas pasen sobre uno y te hagan ciscos. Cada semana nos dan las estadísticas
de las familias que pierden la vida en la carretera, en otros casos son los
accidentes fortuitos domésticos, atracos, ajustes de cuentas por motivo de
drogas cada vez más sofisticadas.
Hace
muy pocos días me enteré que la policía había encerrado a un traficante con
casi cuatrocientos de marihuana en el coche, imagínate el tufillo que iría dejando
el menda por la ruta. Los adictos al consumo de esta planta alucinarían si
hubiera caído en sus manos. Comparado con el ejército, es como si estuvieran
cavando una trinchera y de pronto se encendieran luces por todos lados,
enfocándolos a ellos, les ha sorprendido el enemigo y vuelven a casa en un saco
de lona con una etiqueta atada al dedo gordo del pie. Se terminó la instrucción
para ellos, los familiares lloran su pérdida, padres que han perdido a un hijo,
hermanos que han perdido al mayor de ellos, y abuelos que probablemente, mueran
de pena al ver a su nieto encerrado muchos años, en un penal de mala muerte.
Allí
dentro aprenderá a hacer licor de elementos improvisados hasta que los pillen y
los envíen de nuevo a la guerra de las calles, de donde no será fácil salir sin
palpar a diario el peligro detrás de sus espaldas.
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