viernes, 22 de mayo de 2015
LA MONTAÑA DEL OLVIDO
LA MONTAÑA DEL OLVIDO
Es una anécdota de cuando fui con mi familia a uno de los parajes más hermosos de la provincia entre Lérida y Huesca, el Parque Nacional de Monte Perdido, a todos se no iluminó el rostro al ver aquella maravillosa montaña que para esta temporada de largo invierno aun estaba nevada. Los niños quedaron maravillados, les paració que aquel paraje solo existía en los cuentos que tantas veces leeron en cuentos infantiles, en cambio allí estaba, aquel maravilloso mazizo de piedra que se alzaba orgulloso ante nuestros ojos.
No tardamos en buscar un lugar donde colocar la tienda de campaña y buscar leña para encender una hoguera, para entonces todavía había lugares concretos donde poder encender fuego y nadar en el rio sin el uso de detergentes. Pasamos unos días de miedo, caminando por senderos señalados camino a alguna parte que se adivinaba espectacular, única. Nos bañamos en las frias aguas del deshielo, sin miedo al frio que se dejaba entrever en el propio color de las aguas cristalinas, de un azul oscuro, debajo de discretas cascadas, que nos permitieron nadar a placer como si estuviéramos en piscinas naturales.
Recorrimos en coche algunas aldeas y pueblos perdidos, también allí experimentamos cómo debería haber sido la vida en épocas remotas en las que con ayuda de mulos y bueyes, los hombres haraban la tierra arrancándole hasta la última posibilidad de dar algún tipo de fruto, patatas y otras hortalizas. Comimos platos de la región, algunos de ellos fuertes, como sus gentes, platos de cuchara aunque todavía no había arrancado el invierno de verdad. te daban fuerza para seguir todo el día corriendo arriba y abajo, los niños cazando ranas a pie desnudo, nosotros dos, observando y pensando que aquellas serían las mejores vacaciones de su vida.
Regresamos varias veces al mismo lugar pero por diferentes lugares, las gentes de aquellos pueblos, nos daban indicaciones de cómo poder llegar a determinados pueblos, que se adivinaban lejanos de donde estábamos nosotros, y cabe decir que así era, en ocasiones algún pequeño pueblo que aparentaba estar al alcance de nuestra mano, se tardaba un par de buenas horas en alcanzarlo.
Cuando fueron creciendo los niños, la montaña, esa en concreto pasó a un segundo término, al crecer las inquietudes cambian, mi mujer y yo comentábamos, que algún día podríamos escaparnos nosotros solos, para recordar los buenos momentos que pasamos en El Monte Perdido. La idea no cuajó por razón de que a los niños no se les podía dejar solos, vaya por dios... Desde entonces, las escapadas fueron a la nieve cerca relativemente de casa, a La Molina, a Prades que nos venía más cerca. Pero hasta eso se terminó, desde entonces cada cual va por su lado, es natural.
Siempre me apasionó la montaña, el bosque, los rios, en fin todos esos ruidos extraños que se dan allí fruto de la fauna que allí habita. Pues bien, a partir de entonces nos apuntamos todos de nuevo a las salidas al extranjero, a esos sí que se apuntaban y no les faltaba razón, recorrimos varias capitales importantes de Francia y lo más importante, hicimos e hicieron muy buenas amistades.
Con mi segunda familia, las cosas se plantearon de diferente manera, mi mujer y yo solo íbamos a determinados lugares casi siempre solos, sus hijos ya eran adolescentes, los dos mayores con sus propias inquietudes y formas de diversión nos dejaron a nuestro aire, y en buena medida se agradeció que tuvieran esto en cuenta, sobre todo porque ya habían pasado algunos años y la experiencia junto a los gustos por determinados lugares, casi nunca coinciden. Pero yo insistí en volver a la motaña y así de nuevo fuimos apasr unos días Al Monte Perdido. para ella fue como al principio para mí, toda una experiencia, caminamos mucho, quizás demasiado en determinados tramos, pero no se quejaba, le aseguraba que valía la pena seguir, que iba a hacer todo un descubrimiento cuando llegáramos, y así fue.
Volvimos en otra ocasión con unos amigos alemanes y lo pasamos mejor que la primera vez, la compañía de aquel matrimonio endulzó en cierta medida la visita a castillos medievales, y a ruinas que en un tiempo fueron el valuarte del reino Castilla y Aragón. Nuevamente el trabajo, y una enfermedad maliciosa, dejó aparcados los sentimientos de salir a ver y disfrutar de las cosas sencillas. Entre tanto, el divorcio contencioso que interpuso mi primera mujer nos trajo a mal traer, las cosas se complicaron en el ambiente familiar y mi salud se complicó de mala manera.
Ahora solo me queda el recuerdo anclado en la mente, de esas maravillosoas montañas, como si fueran la portada del libro de mi vida, en buena parte ella es la protagonista de muchas de las cosas que me han sucedido, y en el caso de mis mujeres, imagino que también algo de todas esas vivencias quedarán indelebles en sus mentes, de modo que no todo fue tiempo perdido.
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