miércoles, 4 de mayo de 2016

APRENDICES SIN REMEDIO

                                                        APRENDICES SIN REMEDIO

He querido ser otras cosas, una cafetera, una batidora, el volante de un coche… no puedo precisar qué precisamente pero jamás una papelera. Y sin quererlo lo he sido y lo soy, lo soy cuando dejo de hacer un esfuerzo importante ante la petición de un amigo, me he hecho él desentendido, he cerrado los oídos y me he dicho a mí mismo…  Oye que tú tienes muchas cosas que hacer, y quién peces que se moje el culo. ¡Esto es ser una papelera, alguien a quién se le pide algo y parece que pone determinado interés, para luego que le entre por un oído y le salga por el otro! Hay quién merece que se le trate así, por ejemplo el que está continuamente pidiendo cosas sin poner interés alguno en aprender de lo que se le dice.
Vagos, vagos de costumbres que creen que todo lo que se les dice o hace por ellos es una obligación moral que tienes por ellos. Pues eso no es así, cuando a alguien se le explica con detalle cómo deben hacerse determinadas cosas, tiene la obligación de hacer lo posible por escuchar y tomar notas de todo aquello que se le enseña, con el fin de que no se le tengan que volver a repetir todas los asuntos que de verdad le interesan. A eso se le llama aprendizaje, no temas, el que tiene esa actitud no volverá a darte la lata para que le expliques como escapar de un accidente o que le estafen.
Pero no, es más fácil servir de papelera y dejar que vayan cayendo sugerencias y consejos que si salen mal por la razón que sea, puedas echarle la culpa al consejero de turno. Yo lo he intentado algunas veces, unas veces con más éxito que otras, pero las consecuencias siempre han sido las mismas, h acabado pringando. Un día que iba por libre en coche por el desierto, me metí en una zanja, más que zanja era una duna muy profunda, de cuarenta grados a la sombra, al caer la noche la temperatura bajó a cuatro bajo cero. ¡Me cago en la leche que frio hacía allí…! Pues resulta que me lo habían advertido, y yo pasando de todo, hasta que me vi en aquel berenjenal. Me encontraron unos bereberes, les pedía ayuda, no me hicieron ni caso. Deberían pensar que un hombre, con un coche todo camino y buenas provisiones debería saber cómo salir de allí, pero lo cierto es que no sabía ni como palear la arena bajo la rueda hundida hasta salir de aquel atolladero.
Tú ves a un tío con todos estos pertrechos, y piensas que sabe buscarse la vida por sí solo. Pero no era su caso, a lomos de los camellos llevaban unos rectángulos minerales atados con minerales, sal, que en el desierto es más valiosa que la propia vida, a saber de dónde vendrían transportando aquella valiosa mercancía. De cerca no, los animales estaban cansados, babando masticaban una especie de comida que devolvían otra vez a la boca con tal de sacarle todo el beneficio posible, tienen tres estómagos, lo que los convierte en magos del aprovechamiento de las hierbas que comen. Yo creo que estaban más interesados, los camellos, en encontrar agua, lo mismo que saben aprovechar la comida, aprecian el agua, es un bien escaso en el desierto y aquellos nativos sabían dónde estaban los pozos y como sacar agua de ellos con odres de cabra muy resistentes.
Al fin, me ayudaron a sacar el coche del lugar donde se había quedado parado, me dieron agua y pescado seco que me produjo una diarrea de aquí te espero, esta gente está acostumbrada a todo, pensé para mí, pero sobreviví en mitad de aquel mar de dunas cambiantes. Os puedo asegurar que el contacto con aquellas gentes, sus costumbres, sus celebraciones y forma de hacer las cosas, cambiaron mi vida de forma radical. Llegó el punto en el que ya dejó de importarme mi clase de vida anterior. Quizás fuera el sol de aquellas latitudes, la hospitalidad que me demostraron cuando vieron que ya no iba tras lo que ellos creían que perseguía. Les ayudé a sacar los bloques de sal cuando regresaron de nuevo a las salinas, el camino era largo y tedioso, pero terminó por ser un paseo para mí, poco a poco aprendí el árabe y eso me granjeó bastantes amigos.
Cuando llegó el momento de volver a la mal llamada civilización, dimos con un oasis en el que las pocas mujeres que nos acompañaban se bañaban desnudas, los hombres hicimos lo propio y de esa forma terminé integrándome en aquella sociedad rústica pero de una inteligencia comprobada.
No daban importancia a las cosas materiales, ellos pensaban en la supervivencia, en el día a día, en dar de comer a sus hijos y expandirse dentro de aquellos límites del Atlas. No contravine ninguna norma que tenían establecidas, conservé su forma de vida tal y como ellos me habían enseñado, me fue bien, el todo camino quedó enterrado hasta más arriba del techo por la acción del movimiento de la arena, no me importó lo más mínimo, para entonces tenía ya mi propio camello y no echaba nada, absolutamente nada, de lo que tenía anteriormente.
Jamás volví a mi tierra a ese continente lleno de injusticias y despilfarros, lo aprendí en el desierto, en medio de aquel mar de arena que me resucitó.

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