LA ESCALERA
Las
escaleras tienen un uso sumamente práctico, se sube y se baja por ellas, si son
dobles, de tijera que les digo yo, puedes subir por un extremo y descender por
el otro, en otros tiempos eran las más populares, normalmente de madera, aunque
ocupaban más espacio que las modernas que se doblan y se contraen de manera que
se use mejor el espacio, las antiguas no tenían esa cualidad además de ser, por
qué no decirlo, más inseguras. Uno se lo pensaba antes de subir a una de esas
escaleras, tenían una cadena metálica y una bisagra, que aseguraban hasta
cierto punto, la seguridad de quién la fuera a usar.
Yo
por lo menos lo hacía frecuentemente, ¿está la bisagra en buenas condiciones,
está la cadena bien sujeta a ambos extremos de los peldaños? Preguntas lógicas
que cualquiera aunque fuera de reojo, siempre comprobaba.
La
escalera es como la propia vida, cada peldaño tiene su riesgo, resbalones,
malas posturas al ascender o descender por ellas… la vida es así, un riesgo que
hay que asumir a la fuerza, si bien puede uno elegir cuantos escalones tiene
necesidad de subir, en algunos otros casos uno se ve obligado a tener que subir
hasta arriba, y ahí no hay plataforma que te garantice que no te vas a caer.
Las de ahora sí, tienen hasta plataforma para darle a uno cierto nivel de
estabilidad, las de antes no, ni para poder sujetar un cubo si se te ocurría ponerte
a pintar brocha en mano.
En
la vida, esta escalera es necesaria subir y a veces bajar, si se tiene que
bajar varias veces es que las cosas no andan bien del todo, eso significa que
la escalera, no es que haya que cambiarla sino más bien dejarla de lado, no
usarla. Es como si uno tuviera que negarse a vivir, a claudicar, a abandonar
las ambiciones y los deseos de volver a subir la escalera, las esperanzas se
diluyen, comenzamos a ver las cosas con
un punto de vista diferente.
Como
contraste, hay quién sube y baja la escalera con alegría, todo, cualquier
circunstancia les está bien, todo lo aceptan, todo lo resisten, cualquier cosa
que les pueda suceder la aceptan
sabiendo los riesgos que pueden resultar de ello. A estos, cualquier escalera
les está bien, a pesar de estar apedazada, la usan, suben y bajan por ella como
si fuera nueva, siempre la ven nueva, tienen auténticas ansias de usarla, se
animan unos a otros a desplegarla y si es necesario, usarla dos a la vez, unos
por un lado y otros por otra. A estos la escalera los unifica, algo tan
sencillo como subir y bajar la escalera, les da la impresión de que el uso
continuado de la escalera, produce el efecto de unificar, de saber que todos
pequeños y mayores, pueden, deben participar en el efecto de crecimiento de
todos.
Puede
que en un momento determinado, la escalera ceda, hasta que se rompa, pero todo
en esta vida puede parchearse, repararse, dejarla como nueva. Ahora las
escaleras se desechan en cuanto pierden la utilidad que los dueños esperaban de
ella, en cuanto hay un pequeño desperfecto, se afloja un tornillo, o se
desprende un remache, encuentran el pretexto perfecto para comprar una nueva.
Esperan que llegue un momento apropiado para que se compre otra nueva. A ver
quién compra una escalera nueva que hace falta, dice alguien, alguien que nota
la necesidad de cambiar el ritmo de vida de la familia.
La
escalera es el elemento unificador de todos aquellos que quieren usarla de
forma adecuada, que no reniegan de la vida que llevan, que buscan con afán la
concordia y el buen hacer en todos los ámbitos. Estos que se empeñan en subir y
bajar la escalera de un modo u otro, encuentran el camino de la comprensión.
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