lunes, 2 de mayo de 2016

LA PLUMA SOLITARIA

                                                           LA PLUMA SOLITARIA

Ni siquiera recuerdo, la memoria es frágil, cuando fue la primera vez que me enseñaron a escribir con una pluma de ave. ¡Debe de hacer muchísimos años…! Me dicen algunos que son más o menos contemporáneos de mi tiempo. Yo todavía lo recuerdo… ¡y menudas exigencias te hacían los maestros para que lo hicieras bien! No tiene nada que ver con el tipo de escritura que se utiliza hoy, los trazos, las terminaciones de las mayúsculas, todo estaba supeditado a la pluma, elemento que se desgastaba y debías de tratar con mucho cuidado. Al ser de origen animal, tenías que darle la forma y esmerarte en hacerle la punta, de forma y manera que fuera comprensible lo que escribieras, y hasta en la escritura por medio de las plumas de ave, personalizabas tú forma de escribir.
¡Que tiempos aquellos en los que con media lengua fuera de la boca mientras aprendías, buscabas el modo de que las vocales y consonantes sonaran como debían! Nada de aquello es comparable a los sistemas modernos de escritura, peo os confieso que yo, aprendí a escribir más y mejor que con los métodos que se utilizan hoy día. Recuerdo con cierto entusiasmo, ir por la calle buscando plumas sin apartar la vista del suelo, con el fin de encontrar la pluma ideal para mí, largura, grosor, y punta, esta última imprescindible para poder luego con sumo cuidado, recortar en determinado ángulo, el trazo que luego tendría que tener lo que escribiera sobre aquellos bastos papeles hechos de ves a saber tú que mezcla de pasta de madera estaban compuestos.
Un día soleado, de esos en los que no andas buscando nada en concreto, paseando por el zoo de mi ciudad, encontré entre la hierba, una pluma excepcional, larga, decorada de forma natural, que parecía que algún artista se hubiera entretenido en pintarla con aquellos primorosos colores. Con una caña de bastante anchura, perfecta para mi gusto, con dos pintas que parecían ojos en sus puntas, me quedé pasmad durante unos minutos observando y preguntándome a la vez, de donde procedía aquella pluma única. Poco tardé en averiguar que era de un pavo real, entonces mi alegría se multiplicó por mil, no era nada habitual hacer un descubrimiento tal.
Junto al tintero que cada mañana se nos colocaba en mitad del pupitre para dos alumnos, saqué mi preciado tesoro del plumier y la extendí sobre la mesa. Mi abuelo me había dado instrucciones de cómo debía usarla, para que no se echara a perder en cuatro trazos todavía inexpertos para mi edad. ¡Cómo escribía aquella pluma…! Mi primera frustración fue el ver como el maestro que no perdía detalle de lo que hacíamos cada uno de los alumnos, sacó de su guardapolvo una tijera, y ni corto ni perezoso, amputó la punta de la pluma.  “¿Qué crees que vas a hacer con esta pluma, a que has venido a la escuela, a trabajar o a presumir delante de los compañeros?
Pues bien, aquella pluma nunca fue una pluma solitaria, siempre la usé hasta que ya se desmochó, comenzó a perder la soltura de las plumas más pequeñas, la grasa de los propios dedos y el uso continuado de la pluma, cuando estaba realizando trabajos de mi casa, hicieron que la pluma fuera perdiendo sus cualidades iniciales. Sus cualidades iniciales eran, hay que reconocerlo, decorar el hermoso cuerpo del pavo real, pero ya que la había encontrado tirada, la ilusión de poseer algo un tanto exclusivo tirado en mitad de un jardín, fue quedármela yo.
¡Qué mala es la envidia, que dañino es el querer poseer lo que otros no pueden tener! La pluma, finalmente, perdió todo el encanto que tenía al principio pero la he mantenido conmigo hasta el día de hoy. ¿Por qué guardar una caña que ya no tiene ninguna cualidad? El recuerdo, eso es lo que hace que todavía guarde como si fuera un pequeño tesoro la pluma suelta que encontré aquel día en el parque. Jamás olvidaré el cómo, lo que hice con ella y de que me sirvió aquella caña suelta en mitad del zoo de mi ciudad.

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