martes, 3 de mayo de 2016

EL CARÁCTER DE LAS COSAS

                                                 EL CARÁCTER DE LAS COSAS

Muchas veces son las cosas las que reciben un carácter fuera de medida, comportamientos que hacen que se nos saque de nuestras casillas, asuntos que sin tener demasiada importancia lleguen a tener una consideración más allá de lo racional o lo convenido. Quiero hablar ahora de las cosas que sin tener demasiada importancia, pueden llegar a tomar características de auténticos huracanes.
Una frase mal dicha o mal comprendida, desata todos los fuegos de los infiernos, y eso es, absolutamente contraproducente, nocivo y que puede menoscabar grandes amistades. En una conversación cualquiera, puede haber malentendidos y estos a su vez si no se aclaran, crear simas que acaben arruinando nuestro ánimo. Solo hace falta decir una palabra fuera de tono, hacer un gesto que no sea el esperado por nuestro interlocutor, para que todo se desmorone como un castillo de naipes.
Hace muy poco, hablaba con uno de los miembros de mi familia con motivo de un traslado que he decidido hacer donde ellos residen, creo sinceramente que voy a estar mejor atendido, y no es que no lo esté ahora, solo que estaré más cerca de ellos. Hablo con mi sobrino, el mayor de ellos, hijo de mi hermana menor y mi cuñado y me pongo al día de cómo es el lugar donde voy a estar alojado, una residencia que está a cien metros de donde ellos viven. Hasta aquí todo bien, las personas que me tienen recogido en su hogar han hecho por mí, más de lo previsible y se lo agradezco profundamente, pero hay limitaciones de salud de parte de la dueña de la casa, que la incapacita para hacer más por mí.
Hablamos mi sobrino y yo acerca del asunto, le expongo que ahora mis necesidades han cambiado bastante, una enfermedad incurable hace que esté pendiente una atención completa por parte de gente profesional. Esta mujer excepcional, no puede hacer más por mí, lo reconoce y se hace cargo de la situación, estoy a más de ochocientos kilómetros de distancia de los míos; hermanos, sobrinos y demás familia que desearían verme y estar más o menos a diario conmigo, sé que en este asunto no me fallarían.
Las comidas que ahora hago son bastante diferentes de las que hasta ahora hacía, mi enfermedad así lo exige, no digiero, ni tengo el mismo apetito que cuando estaba sano, sin ese bicho recorriendo mi cuerpo, dependo pues de sesiones de quimioterapia y eso amigos míos no es fácil para nadie, duran varias horas, del mismo modo que las consecuencias de estas sesiones, no son fáciles de asimilar, ni para mí ni para nade que llevé este pequeño calvario interior. De manera que basta que comente con mi sobrino, que las cosas aquí en León se complican a todo nivel y le apunte que la persona que está a mi lado, cuidándome, no goza de buena salud para que ella comience a sospechar que mi familia va a pensar que no me cuida lo suficiente, que no me atiende como necesito.
Antes de todo esto, es decir cuando gozaba de buena salud, las cosas iban bien, hay variantes como el clima o las costumbres y comidas que poco o nada tienen que ver con todo lo que hacía anteriormente. Ahora la tortilla ha dado un giro total, se está quemando por un de los lados y hay que buscarle solución, a que yo he encontrado es cambiar de ambiente y estar, morir si cabe decir, cerca de ellos. Me parece que no es tan irrazonable ni tan malvado el que tome esta decisión en la que está en juego mi propia vida, bien pues mi cuidadora actual no entiende que esto deba ser así.
“Yo todavía soy capaz de hacer por ti lo que sea necesario, lo que haga falta ¿entiendes?, no quiero que piensen que porque yo llevo un ritmo diferente de comidas, que duermo de determinada forma y en un sofá atrotinado, crea tú familia que no soy capaz de atenderte bien”.
Bueno…este es el dilema, pienso cambiarme de lugar a una residencia con servicios paliativos, pero al parecer eso va más allá de sus entendederas. A estas alturas reconozco que algo de razón no le falta, pero estas cosas hay que verlas con un poco de futuro, de perspectiva diría yo, y ella no es capaz de hacerlo, quizás por la dedicación que hasta ahora me profesa, no alcanza a ver. Me quiere, estoy seguro, aunque no con un amor que pueda confundirse, es  más bien por la ausencia que le producirá el que yo marche de su casa que es la mía.
Nadie discute que sea de otro modo, ella es así de pasional y de entregada, y se le va esa ocupación… se acaba parte de su vida. La vida exige en ocasiones tomar decisiones drásticas, esa es una de ellas, lo siento pero es incambiable, todos ellos, mi familia lo ven razonable y acertado.
Está claro pues, que no solo las personas tenemos determinado carácter, las cosas tienen también su propia forma de exponerse y esa desgracia es una forma de expresarlo.
Que nadie crea que tomar una decisión así es fácil, envuelve tremendas dosis de emociones, y exige que las cumplas con el fin de poder seguir haciendo aquello que crees que te va a unir más y mejor con los que durante tanto tiempo has estado separado. No hay vuelta atrás, ya está decidido, no creo sinceramente que añada un error a lo ya vivido hasta ahora, no estoy en situación de ser exigente, solo seguir esa estrella que me llevará, hasta donde dios quiera.

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