FUERON ESOS NEGROS TUYOS
En mitad de aquella tormenta que no
quería cesar, descubrí unos ojos que como si fueran linternas me indicaban el
camino a seguir, unos ojos particularmente hermosos que me dirían desde la
proximidad de nuestros cuerpos, que nos teníamos que conocer mejor, tanto los
tuyos como los míos ansiaban sin decirse nada, que era una necesidad imperiosa,
llegar al fondo de esta cuestión.
Ninguno de los dos nos precipitamos
seguimos consumiendo nuestras cervezas sin otro afán que el ver de soslayo como
eran esos ojos profundos como dos lagunas desde a las cuales llegaban aguas que manaban de mil manantiales diferentes.
Y nosotros en mitad del ruido ensordecedor de la cada de esas agua jugábamos a
ser reyes el uno del otro. Por fin nos atrevimos a hablarnos, desnudos, tan solo vestidos con la desvergüenza
del momento elogiamos aquel momento, un momento que me hubiera gustado se
prolongara durante horas pero que fue el suficiente para mirarnos a los ojos y
decirnos todo aquello que queríamos el uno del otro.
Fueron tus ojos y nada más que eso
lo que me precipitó hacia el infinito reclamo de tu cuerpo, no pudiste negarte
o sí, eso nunca lo sabré, solo sé, que cuando estaba dentro de ti, tus impulsos
fueron mucho mayores que los míos, que tus ojos desmesuradamente abiertos se
volvieron claros, del color del agua qué nos abrazaba en aquellos instantes.
Desapareciste del mismo modo que
cuando te encontré en aquel hermoso paraje lleno de luces y sombras, nuca te
encontré porque nunca te busqué, jamás, eso sí, olvidaré el color de esos ojos
que como antorchas unas veces y otras como aguas de manantial sin poder definir
de color son, haya visto en ninguna otra mujer.
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