NO SÉ QUE DECIRTE
Cada mañana, a las ocho menos
cuarto pasas por delante de la puerta del taller donde trabajo, tu porte se
asemeja a una artista que vi cuando era joven y que representaba a Elena de
Troya, no recuerdo su nombre pero su imagen es la misma que la tuya cuando pasas
con la cabeza erguida delante del taller. Llevo tiempo observándote cuando
pasas a paso ligero camino de tu trabajo en la tintorería, la cabeza erguida,
tu cabello castaño claro, sujeto por una diadema y una estrecha cinta negra de
seda que sujeta al lado de tu cabeza, un mechón de esa abundante melena.
Pienso en numerosas ocasiones por qué
no podría ser yo tu pareja, creo que estoy enamorado de ti, de tu caminar, del
olor que desprende tu cuerpo de colonia fresca lavanda. Soy demasiado joven
para pensar en ti como uno de los elementos claves de mi futuro, creo que es
solo un enamoramiento temporal, los jóvenes a esa edad somos volubles,
enamoradizos y un poco estúpidos. Por otra parte, creo que tú me debes de haber
visto cuando pasas por delante de la puerta del taller que en verano, mantiene
las puertas abiertas con el fin de que los olores de aceite mecánico y acero
escapen al exterior sin impedimentos.
Recuerdo el día en el que yo estaba
empaquetando un motor, y tú, al pasar por delante de la puerta miraste
furtivamente al interior sin casi cambiar el ritmo de tus pasos. ¿Me habrá
echado de menos cuando ha pasado por la puerta…? Esta interrogante quedó
resuelta cuando una tarde volviendo a casa, me crucé contigo por la misma
acera, cada cual camino de sus respectivas casas. Esa vez solo me atreví a
dirigir mi mirada a tu rostro y sonreírte, tú respondiste con la misma sonrisa,
me ruboricé y creo que tú también, pero fue todo tan rápido que deseé que ese
instante pasara a cámara lenta, tendría tiempo de verte bien y la reacción de
tu expresión, quizás me habrías dicho algo que con palabras no se puede
traducir.
Ya tendrás tiempo de hablar con ella,
pensé para mis adentros, y lo cierto es que con el paso del tiempo, de los
meses siguientes, un día tuvimos que refugiarnos debajo de la marquesina de una
parada de autobuses. ¿Qué tal, que mal tiempo hace hoy verdad? Un simple sí,
fue su respuesta, pero eso me indicó que probablemente era tímida y que
esperaba que yo comenzara la conversación, cosa que me armó de valor para
continuar hablando, de su trabajo, del mío, de las horas que trabajábamos y lo
poco que se pagaban las labores que tanto el uno como el otro llevábamos a
cabo. Se abrió, comenzó entonces a decirme sin recriminación alguna, que le
parecía que la espiaba. Nada más lejos de
mi propósito, le hice saber, eso sí, la observaba porque me gustaba, de nuevo
se ruborizó sin poder evitarlo.
A partir de ahí todos los días nos
veíamos a una hora u otra, la invité a dar un paseo por el bulevar, tomamos un
helado de vainilla y entre risas, contando algún que otro chiste gracioso, por
lo menos eso le pareció a ella, volvimos a nuestras casas. Os cuento esta
pequeña historia porque fue el punto de partida de nuestra larga vida en común.
Ya no puedo reír con ella, falleció a los cuatro años de matrimonio, pero
todavía suenan en mis oídos sus risas, su cara cuando algo no le parecía bien,
cuando se enfadaba. ¡La hecho tanto de menos… me gustaría saber dónde ha ido a
parar para por lo menos, durante un rato cada día, decirla cuanto la llegué a
querer y cuanta falta me hace, que es insustituible y que jamás podré mirar a
los ojos a otra mujer después de verme reflejado en los suyos! Por otro lado,
deduzco que es más que probable que cuando la viera, no sabría que decirle, a
un espíritu no se puede uno dirigir como al vecino del tercero, es otra
historia, todo lo que juntos pasamos fue un cuento, no de hadas pero sí de dos
almas que se complementaron hasta que la muerte los separó.
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