martes, 9 de agosto de 2016

NO SÉ QUE DECIRTE

                                                       NO SÉ QUE DECIRTE

Cada mañana, a las ocho menos cuarto pasas por delante de la puerta del taller donde trabajo, tu porte se asemeja a una artista que vi cuando era joven y que representaba a Elena de Troya, no recuerdo su nombre pero su imagen es la misma que la tuya cuando pasas con la cabeza erguida delante del taller. Llevo tiempo observándote cuando pasas a paso ligero camino de tu trabajo en la tintorería, la cabeza erguida, tu cabello castaño claro, sujeto por una diadema y una estrecha cinta negra de seda que sujeta al lado de tu cabeza, un mechón de esa abundante melena.
Pienso en numerosas ocasiones por qué no podría ser yo tu pareja, creo que estoy enamorado de ti, de tu caminar, del olor que desprende tu cuerpo de colonia fresca lavanda. Soy demasiado joven para pensar en ti como uno de los elementos claves de mi futuro, creo que es solo un enamoramiento temporal, los jóvenes a esa edad somos volubles, enamoradizos y un poco estúpidos. Por otra parte, creo que tú me debes de haber visto cuando pasas por delante de la puerta del taller que en verano, mantiene las puertas abiertas con el fin de que los olores de aceite mecánico y acero escapen al exterior sin impedimentos.
Recuerdo el día en el que yo estaba empaquetando un motor, y tú, al pasar por delante de la puerta miraste furtivamente al interior sin casi cambiar el ritmo de tus pasos. ¿Me habrá echado de menos cuando ha pasado por la puerta…? Esta interrogante quedó resuelta cuando una tarde volviendo a casa, me crucé contigo por la misma acera, cada cual camino de sus respectivas casas. Esa vez solo me atreví a dirigir mi mirada a tu rostro y sonreírte, tú respondiste con la misma sonrisa, me ruboricé y creo que tú también, pero fue todo tan rápido que deseé que ese instante pasara a cámara lenta, tendría tiempo de verte bien y la reacción de tu expresión, quizás me habrías dicho algo que con palabras no se puede traducir.
Ya tendrás tiempo de hablar con ella, pensé para mis adentros, y lo cierto es que con el paso del tiempo, de los meses siguientes, un día tuvimos que refugiarnos debajo de la marquesina de una parada de autobuses. ¿Qué tal, que mal tiempo hace hoy verdad? Un simple sí, fue su respuesta, pero eso me indicó que probablemente era tímida y que esperaba que yo comenzara la conversación, cosa que me armó de valor para continuar hablando, de su trabajo, del mío, de las horas que trabajábamos y lo poco que se pagaban las labores que tanto el uno como el otro llevábamos a cabo. Se abrió, comenzó entonces a decirme sin recriminación alguna, que le parecía que la espiaba.  Nada más lejos de mi propósito, le hice saber, eso sí, la observaba porque me gustaba, de nuevo se ruborizó sin poder evitarlo.
A partir de ahí todos los días nos veíamos a una hora u otra, la invité a dar un paseo por el bulevar, tomamos un helado de vainilla y entre risas, contando algún que otro chiste gracioso, por lo menos eso le pareció a ella, volvimos a nuestras casas. Os cuento esta pequeña historia porque fue el punto de partida de nuestra larga vida en común. Ya no puedo reír con ella, falleció a los cuatro años de matrimonio, pero todavía suenan en mis oídos sus risas, su cara cuando algo no le parecía bien, cuando se enfadaba. ¡La hecho tanto de menos… me gustaría saber dónde ha ido a parar para por lo menos, durante un rato cada día, decirla cuanto la llegué a querer y cuanta falta me hace, que es insustituible y que jamás podré mirar a los ojos a otra mujer después de verme reflejado en los suyos! Por otro lado, deduzco que es más que probable que cuando la viera, no sabría que decirle, a un espíritu no se puede uno dirigir como al vecino del tercero, es otra historia, todo lo que juntos pasamos fue un cuento, no de hadas pero sí de dos almas que se complementaron hasta que la muerte los separó.

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