martes, 30 de agosto de 2016

SOLO ELLA

                                                           SOLO ERA ELLA

En la academia de baile, solo iban unas cuantas parejas revenidas de la vida, gente que se matriculaban allí por qué no tenían otra cosa que hacer, que viajar de unos brazos a otros lo que duraba un baile. Unos, los más mayores, sabían bailar a fuerza de costumbre, algunos hasta tenían agujeros en las suelas de los zapatos, de los muchos restregones que estos llevaban dados sobre el parquet flotante, de aquel viejo local, viejo hasta el punto, que algunos de aquellos discípulos ni siquiera sabían que existía en la calle Bordas número ocho, primero primera, un local que se dedicara a enseñar a bailar a la gente, cualquier tipo de danza que a uno se le ocurriera.
Lo regentaba un tipo viejo pero todavía con buen porte y siempre muy bien vestido, llamado Ginés. En un tiempo aquel lugar había sido una escuela de baile clásico, lo evidenciaban los grandes espejos, y la gran barra metálica que recorría el local de una parte a otra sin interrupción. Ahora ya no tenía ese aire de sobriedad de antaño, solo se respiraba una mezcla a veces un tanto nauseabunda de perfumes baratos que llevaban mujeres todavía más baratas. Ginés con su eterno Varón Dandy, colaboraba a que la mayoría de mujeres, a pesar de ser profesor de baile, huyeran de su lado, decían que aquel perfume era inaguantable, pero a pesar de eso, él seguía usándola como parte de su atuendo para conquistar a alguna de las principiantes entradas en años. La colonia y la brillantina que achataba sus escasos cabellos terminados en una pretendida melenita en el cogote, lo habían ayudado a llevarse al lecho a alguna solitaria mujer que no sabía muy bien que era lo que hacía allí.
Cuando se le presentaba alguna ocasión así a Ginés él decía que era la definitiva, que no existía en el mundo mujer igual a aquella, a pesar de los muchos pisotones que se llevara de recuerdo de aquella mujer con moño como peinado o melena al viento teñida de rubia platino. Tal era el ambiente que se respiraba en aquel recinto que olía a sudor y perfumes baratos, de imitación de las grandes marcas que se anunciaban por televisión, y que ahora, por cuatro chavos, se podían adquirir en las farmacias.
En cambio y para asombro de unos pocos, mujeres que no sabían dar un solo paso de tango o de mambo, salían de allí pudiéndose presentar en cualquier otro lugar a exhibirse. Frecuentaban otros escenarios, salones de baile, donde se les invitaba a bailar hasta que los tacones de aguja ya no soportaban su peso, o la batalla que llevaban encima al estar bailando toda la noche, las dejaban aplastadas en sus asientos. Para Ginés siempre había otra, la definitiva con la que iba a presentarse a concursos de baile para seniors.  ¡Me gustaría tanto que fueras mi pareja para asistir al concurso que se da esta semana próxima en el Montecristo…! O podía ser El Habana, El Rialto o cualquier otro lugar inventado, el caso era que dijeran que sí, el resto con su proverbial labia, las conquistaba para luego olvidarse de esa noche excepcional.
Ginés era si lo comparáramos con un pescador, uno de estos que a la luz de la luna en verano, clava cuatro o cinco cañas en línea en la orilla del mar, no le importa pasar allí toda la noche si al final, pesca un pequeño pez que muerde el anzuelo. Poco le preocupaba que llegara el lunes por la tarde alguna mujer malhumorada exigiéndole explicaciones del porqué la dejó plantada.   Te creía una persona un poco más seria la verdad, resulta que tú como todos los hombres eres un sinvergüenza.   ¡Anda que no tenía cañas dispuestas esperando a que picara alguna que otra que viera en él cierto atractivo!
Para Ginés siempre fue ella la mejor, la última, la más alta, la que mejor vestía o la que mejor olía.


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