SOLO ERA ELLA
En la academia de baile, solo iban
unas cuantas parejas revenidas de la vida, gente que se matriculaban allí por qué
no tenían otra cosa que hacer, que viajar de unos brazos a otros lo que duraba
un baile. Unos, los más mayores, sabían bailar a fuerza de costumbre, algunos
hasta tenían agujeros en las suelas de los zapatos, de los muchos restregones
que estos llevaban dados sobre el parquet flotante, de aquel viejo local, viejo
hasta el punto, que algunos de aquellos discípulos ni siquiera sabían que
existía en la calle Bordas número ocho, primero primera, un local que se
dedicara a enseñar a bailar a la gente, cualquier tipo de danza que a uno se le
ocurriera.
Lo regentaba un tipo viejo pero todavía
con buen porte y siempre muy bien vestido, llamado Ginés. En un tiempo aquel
lugar había sido una escuela de baile clásico, lo evidenciaban los grandes
espejos, y la gran barra metálica que recorría el local de una parte a otra sin
interrupción. Ahora ya no tenía ese aire de sobriedad de antaño, solo se
respiraba una mezcla a veces un tanto nauseabunda de perfumes baratos que
llevaban mujeres todavía más baratas. Ginés con su eterno Varón Dandy,
colaboraba a que la mayoría de mujeres, a pesar de ser profesor de baile,
huyeran de su lado, decían que aquel perfume era inaguantable, pero a pesar de
eso, él seguía usándola como parte de su atuendo para conquistar a alguna de
las principiantes entradas en años. La colonia y la brillantina que achataba
sus escasos cabellos terminados en una pretendida melenita en el cogote, lo
habían ayudado a llevarse al lecho a alguna solitaria mujer que no sabía muy
bien que era lo que hacía allí.
Cuando se le presentaba alguna
ocasión así a Ginés él decía que era la definitiva, que no existía en el mundo
mujer igual a aquella, a pesar de los muchos pisotones que se llevara de recuerdo
de aquella mujer con moño como peinado o melena al viento teñida de rubia
platino. Tal era el ambiente que se respiraba en aquel recinto que olía a sudor
y perfumes baratos, de imitación de las grandes marcas que se anunciaban por
televisión, y que ahora, por cuatro chavos, se podían adquirir en las farmacias.
En cambio y para asombro de unos
pocos, mujeres que no sabían dar un solo paso de tango o de mambo, salían de
allí pudiéndose presentar en cualquier otro lugar a exhibirse. Frecuentaban
otros escenarios, salones de baile, donde se les invitaba a bailar hasta que
los tacones de aguja ya no soportaban su peso, o la batalla que llevaban encima
al estar bailando toda la noche, las dejaban aplastadas en sus asientos. Para
Ginés siempre había otra, la definitiva con la que iba a presentarse a
concursos de baile para seniors. ¡Me
gustaría tanto que fueras mi pareja para asistir al concurso que se da esta
semana próxima en el Montecristo…! O podía ser El Habana, El Rialto o cualquier
otro lugar inventado, el caso era que dijeran que sí, el resto con su
proverbial labia, las conquistaba para luego olvidarse de esa noche excepcional.
Ginés era si lo comparáramos con un
pescador, uno de estos que a la luz de la luna en verano, clava cuatro o cinco
cañas en línea en la orilla del mar, no le importa pasar allí toda la noche si
al final, pesca un pequeño pez que muerde el anzuelo. Poco le preocupaba que
llegara el lunes por la tarde alguna mujer malhumorada exigiéndole
explicaciones del porqué la dejó plantada.
Te creía una persona un poco más seria la verdad, resulta que tú como
todos los hombres eres un sinvergüenza.
¡Anda que no tenía cañas dispuestas esperando a que picara alguna que
otra que viera en él cierto atractivo!
Para Ginés siempre fue ella la
mejor, la última, la más alta, la que mejor vestía o la que mejor olía.
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