PALABRAS QUE SE
LES LLEVA EL VIENTO
Muchas promesas, muchos te quiero,
muchas expresiones extraordinariamente hermosas de ser verdad, pero lo cierto
es que muchas quedan a medio camino entre la realidad y el mero deseo, deseo de
poseer un cuerpo, de complacer a una persona que dice amarnos, más que a su
propia vida.
Cuidado con hablar por hablar, es
fácil decir un te quiero con convencimiento, y hasta puede que haya maestros en
estas artes que nos llevan al engaño y luego a la desilusión, a la frustración,
al desencanto. Es popular sobre todo entre los jóvenes, desperdiciar palabras
de ese calibre que cuando no se cumplen, se descalifican a sí mismos, creando
una atmósfera de desconfianza y de dudas entre aquellos que llegan a conocerlos
bien. Esas palabras, dichas sin sentido, sin franqueza, crean en los demás, una
imagen de ese pobre diablo, que no sabe más que decir cosas bonitas, sin llegar
a ningún fin concreto.
Él le dijo pocas cosas bonitas,
estaba de fiesta y deseaba deshacerse de aquel grupo de compañeros que como en
otras ocasiones lo subestimaban por ser retraído y poco mordaz con las chicas
con las que se encontraban, ellos eran todo lo contario, llegaban y ya estaban
mirando el horizonte para ver a quién podían encandilar con sus peroratas y
lisonjas vacías, cosas que por otra parte, a muchas de ellas les gustaba y
hasta deseaban oír de boca de esos bobalicones. No les hacían caso, pero
apreciaban que se fijaran en sus mini bañadores, o ensalzaran su figura que se
dibujaban en la arena de la playa como figurines de aparador.
Él no dijo nada, solo les siguió la
corriente cuando después de deshacer el equipaje, lo invitaron a unas cañas en
el chiringuito que había a pie de paya, hasta ahí todo fue bien, fue después de
las cuarta caña cuando comenzaron los problemas, las familias se hicieron a un
lado y hasta algunos cambiaron de mesa, no querían problemas, tenían niños
pequeños, y lo que es preparaba no estaba hecho para su vista.
Particularmente me gusta divertirme
solo o con amigos, a los que selecciono yo. No era este el caso, no sabía dónde
estaba metido en mitad de aquellos presuntos amigos a los que apenas conocía.
De manera que después de tres copas ya estaban liándola, se metían con las
chicas que al margen de estar acompañadas por otros o no, ya estaban dejándose
ver tocando a algunas de ellas o diciéndoles cosas realmente desagradables. Me
salí del grupo, no quería que me identificaran para nada, con aquellos descerebrados
que era evidente que querían buscarse problemas, y cuando alguien quiere
problemas los encuentra al instante.
Cuesta bien poco abrir la boca para
que según lo que se diga, te la cierren de un puñetazo, no era esa mi intención,
quería disfrutar de una merecidas vacaciones, breves, pero al fin y al cabo,
vacaciones. Busqué un lugar alejado de aquel jolgorio que se formó entre
turistas y policía municipal y me senté en una mesa junto a una baranda de
madera, una chica que por lo que se ve venía huyendo de aquella bronca que se
formó me pidió permiso para sentarse en mi mesa, no me pude negar, la educación
primero y la formación que se me dio desde pequeño fueron el detonante de aquel
sí rotundo que salió de mis labios. Entendía más bien poco de nuestro idioma pero
se hizo comprender con un par de palabras.
Naturalmente la invité a tomar algo,
me pareció ver en su copa alargada, cava, de manera que pedí dos copas de lo
mismo para los dos, me lo agradeció con una sonrisa amplia que dejaron ver unos
dientes casi perfectos y blancos como la leche. Entablamos una breve
conversación hasta que un joven que andaba buscándola, se acercó a nosotros y
cogidos de la mano marcharon camino a saber dónde.
Mis mayores, especialmente mi
padre, me enseño que cuando se hacía una amistad nueva, o se conocía a alguien
fuere cual fuera la circunstancia, se tenían que decir las palabras justas,
considerando a la persona o personas con la que entablas la conversación y
nunca faltar el respeto sea cual sea la respuesta que se le dé a uno. En este
caso concreto yo no buscaba nada, solo que la circunstancia exigía hablar y eso
fue lo que hice, hablar casi por señas, poco o casi nada entendía de lo que
trataba de decirle. Me ceñí a lo aprendido para la ocasión y creo que se llevó
una buena impresión de mí. La noche aparecía con el destello de las estrellas
en mitad del cielo, las admiré sin tener otra cosa que hacer que eso, es de
apreciar la aparición de la estrellas, sobre todo contratando es cielo que se
resiste a hacer que el sol termine por desaparecer del horizonte.
Allí, con las piernas estiradas
sobre la baranda de madera, la volví a ver, no sabía qué hacer, ya nos
conocíamos, la única diferencia fue, que en esta ocasión volvía estar sola jugueteando
con una flor que alguien o ella misma habría recogido en uno de los paseos que
daba junto al mar.
Mo le dije nada, solo me acerqué a
ella temeroso de que me soltara algún aspaviento, y me quedara sumido en un chasco
que os aseguro que esta vez me habría resultado de lo más incómodo. Pues bien,
el asunto no fue así, me invitó a que sentara junto a ella en el banco de
madera con aquel perfecto mirador al fondo, el paso de las estrellas, el calor
y el perfume de su cuerpo, y el olor de mar que ponía el acento a aquel nuevo
encuentro. Nos vimos en más ocasiones, los amigos ya no tenían casi ninguna
importancia para mí, muchos más encuentros como ese, cada vez con más confianza,
con más sonrisas y como casi siempre suelen pasar en estas ocasiones, con
miradas más directas que daban a entender un determinado interés el uno por el
otro. ¡Lástima que estas vacaciones fueran tan breves, pero gracias a la
telefonía móvil pudimos establecer un vínculo, que con el tiempo, llegó a ser
el eje de una amistad duradera, que digo duradera… sin fisuras! Ahora vivo en
Italia, en una tierra preciosa que ha resultado ser mi casa
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