ESTÁ OCUPADO
Santiago
va todas las mañanas que hace bueno a dar un paseo, siempre hace el mismo recorrido,
siempre al terminar el paseo, bebe agua de la fuente del extremo de la pequeña
rambla arbolada y se sienta en el mismo banco de madera, bajo un gran platanero
que le da la sombra oportuna, para soportar el calor que a veces hace en esta
parte de la península.
El
banco no es demasiado grande, de manera que se acomoda, deja sobre el banco su
sombrero y escucha a los pájaros que tienen sus nidos sobre su cabeza, el
bastón que usa de apoyo queda atravesado sobre el banco junto al sombrero.
Al
llegar esta mañana, se encuentra con que el banco está ocupado por una señora
mayor que le sonríe cuando se acerca.
-Buenos
días señor ¿quiere sentarse?
Le
hace un hueco en el banco invitándole a sentarse a su lado.
-Este
banco está ocupado, no puede usted sentarse aquí, no puede llegar aquí como si
cualquier cosa y ocupar este banco.
La
mujer cambia el rostro, lo endurece al ver los malos modales de aquel hombre
que parece mal humorado.
Santiago,
parado delante de la señora espera alguna reacción, con las piernas ligeramente
abiertas espera a ver qué hace aquella mujer. Ella vuelve a su revista, cruza
las piernas y no hace caso de la postura de aquel hombre, que aparentemente
parece un perturbado. Santiago pasa a la acción y esta vez en un tono de mando
le dice…
-Haga
el favor de no complicar las cosas y levántese del banco.
-Pero
bueno esto es… ¿por qué complico las cosas?, siéntese a mi lado y ya está
hombre de dios.
-Deje
usted a dios de lado que él no está para estas tonterías, haga el favor y sea
un poco más reverente.
Lo
cierto es que Santiago está un poco cansado, siempre la misma rutina y
encontrarse ahora con su banco ocupado lo desarma, al final se sienta al lado
de la señora.
-Verá
usted, es tanta la costumbre durante años de encontrarme el banco vacío, que me
lo he hecho mío. Sé que no tengo ningún derecho para echarla de aquí pero… es
que no me gusta la gente, he tenido tantos desengaños en la vida que me parece
que las personas que se acercan a mí, son intrusos, que me quieren romper
costumbres que las he hecho mías desde hace mucho.
-Pues
mire usted, a mí me sucede un poco lo mismo, la diferencia es, que yo no tengo
rumbo fijo donde establecer un lugar de descanso. En el fondo lo comprendo, ¿me
permite una pregunta señor?
-Usted
dirá.
-Se
siente solo ¿no es cierto?
Santiago
no contesta, solo asiente con la cabeza, sujetando el bastón con dos borlas de
piel a los lados de la empuñadura.
-Sí,
y ¿sabe qué?, que me siento culpable de estar solo, creo que el carácter se me
ha agriado. A los que tenía por amigos han desaparecido como por ensalmo, la
gente me molesta cuando pasan por mi lado. Cuando llega la temporada del
turismo, el verano, es la peor época del año, casi no salgo de casa, no se
puede pasear sin ser molestado por alguien.
-Francamente
creo que exagera, esa actitud se puede cambiar, le propongo un trato.
Santiago
se la queda mirando, tiene unos preciosos ojos verdes, la cara de asombro le
hace ver a la señora que puede haber llegado la hora de tener compañía.
-¿Qué
trato es ese?
-Si
le parece bien, cada día que sea posible salir a pasear, que haga buen tiempo
como hoy, podemos encontrarnos aquí en este banco, hablamos un poco,
intercambiamos opiniones de lo que sea, y después, nos vamos a tomar un café o
un vermut. ¿Qué le parece la idea?
-Por
favor, no quiero que se sienta obligada a hacer esto por mí.
No,
no es eso, lo que pasa es, que hacía tiempo que Santiago no tomaba la
iniciativa en algo, y con esta última expresión que sale de sus labios, está aprobando
lo que la señora Cecilia le está proponiendo. Ahora la expresión de ambos es
distendida, amigable, él apoya los codos sobre las rodillas sentado en el banco,
y tuerce de vez en cuando la vista con el único propósito de agradecer en
silencio, esta nueva oportunidad que se le presenta.
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