martes, 6 de enero de 2015

ESTÁ OCUPADO


                                                  ESTÁ OCUPADO



Santiago va todas las mañanas que hace bueno a dar un paseo, siempre hace el mismo recorrido, siempre al terminar el paseo, bebe agua de la fuente del extremo de la pequeña rambla arbolada y se sienta en el mismo banco de madera, bajo un gran platanero que le da la sombra oportuna, para soportar el calor que a veces hace en esta parte de la península.
El banco no es demasiado grande, de manera que se acomoda, deja sobre el banco su sombrero y escucha a los pájaros que tienen sus nidos sobre su cabeza, el bastón que usa de apoyo queda atravesado sobre el banco junto al sombrero.
Al llegar esta mañana, se encuentra con que el banco está ocupado por una señora mayor que le sonríe cuando se acerca.
-Buenos días señor ¿quiere sentarse?
Le hace un hueco en el banco invitándole a sentarse a su lado.
-Este banco está ocupado, no puede usted sentarse aquí, no puede llegar aquí como si cualquier cosa y ocupar este banco.
La mujer cambia el rostro, lo endurece al ver los malos modales de aquel hombre que parece mal humorado.

Santiago, parado delante de la señora espera alguna reacción, con las piernas ligeramente abiertas espera a ver qué hace aquella mujer. Ella vuelve a su revista, cruza las piernas y no hace caso de la postura de aquel hombre, que aparentemente parece un perturbado. Santiago pasa a la acción y esta vez en un tono de mando le dice…
-Haga el favor de no complicar las cosas y levántese del banco.
-Pero bueno esto es… ¿por qué complico las cosas?, siéntese a mi lado y ya está hombre de dios.
-Deje usted a dios de lado que él no está para estas tonterías, haga el favor y sea un poco más reverente.
Lo cierto es que Santiago está un poco cansado, siempre la misma rutina y encontrarse ahora con su banco ocupado lo desarma, al final se sienta al lado de la señora.

-Verá usted, es tanta la costumbre durante años de encontrarme el banco vacío, que me lo he hecho mío. Sé que no tengo ningún derecho para echarla de aquí pero… es que no me gusta la gente, he tenido tantos desengaños en la vida que me parece que las personas que se acercan a mí, son intrusos, que me quieren romper costumbres que las he hecho mías desde hace mucho.
-Pues mire usted, a mí me sucede un poco lo mismo, la diferencia es, que yo no tengo rumbo fijo donde establecer un lugar de descanso. En el fondo lo comprendo, ¿me permite una pregunta señor?
-Usted dirá.
-Se siente solo ¿no es cierto?

Santiago no contesta, solo asiente con la cabeza, sujetando el bastón con dos borlas de piel a los lados de la empuñadura.
-Sí, y ¿sabe qué?, que me siento culpable de estar solo, creo que el carácter se me ha agriado. A los que tenía por amigos han desaparecido como por ensalmo, la gente me molesta cuando pasan por mi lado. Cuando llega la temporada del turismo, el verano, es la peor época del año, casi no salgo de casa, no se puede pasear sin ser molestado por alguien.
-Francamente creo que exagera, esa actitud se puede cambiar, le propongo un trato.
Santiago se la queda mirando, tiene unos preciosos ojos verdes, la cara de asombro le hace ver a la señora que puede haber llegado la hora de tener compañía.
-¿Qué trato es ese?
-Si le parece bien, cada día que sea posible salir a pasear, que haga buen tiempo como hoy, podemos encontrarnos aquí en este banco, hablamos un poco, intercambiamos opiniones de lo que sea, y después, nos vamos a tomar un café o un vermut. ¿Qué le parece la idea?
-Por favor, no quiero que se sienta obligada a hacer esto por mí.

No, no es eso, lo que pasa es, que hacía tiempo que Santiago no tomaba la iniciativa en algo, y con esta última expresión que sale de sus labios, está aprobando lo que la señora Cecilia le está proponiendo. Ahora la expresión de ambos es distendida, amigable, él apoya los codos sobre las rodillas sentado en el banco, y tuerce de vez en cuando la vista con el único propósito de agradecer en silencio, esta nueva oportunidad que se le presenta.




                                                    

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