LA HUELLA PALIDA
Este
año ha habido muchos incendios, la gente no aprecia el valor de la vegetación,
lo que hace por nosotros en el más absoluto silencio. Creo que van por ahí los
tiros, cada pequeño brote que sale de la tierra, necesita luz para hacer su
trabajo a posteriori, pero es tal la ceniza que se eleva hacia los cielos, que tal
la suciedad que queda en el suelo, que el incendio despoja del suelo los
nutrientes que deben hacer crecer esos jóvenes verdeles. Es como todo en la
vida un ciclo, un ciclo necesario que si se amputa por alguno de sus lados, se
rompe, cercenamos con ello nuestra propia supervivencia.
Por
otra parte, todo el mundo desearía tener a la vista cuando se levanta de descansar
de sus camas, vistas hermosas, árboles, verdor abundante, desde la terraza de
sus casas ver ríos alimentando campos de cereales, haciendo crecer pastizales
donde vacas y caballos, corzos, jabalíes y lobos, todos juntos sacan provecho
de la exudación de la tierra. Las ciudades han hecho de una u otra manera, que
este afán sea un imposible humano, y todo porque muchas veces, el bosque
beneficia más a sus dueños, quemado que verde, impidiendo que los pinos suelten
todo su aroma, llenando el espacio donde vivimos. Por eso nos limitamos a
llevar pinos en los coches, ambientadores de arma concentrado de pino para que
cuando terminamos el trabajo, ese olor impregne nuestro cerebro y nos relaje,
absurdo, esto es, de locos.
La
huella blanca cenicienta y sucia, con el paso del tiempo da paso a grandes urbanizaciones
de lujo, el medio que las rodea así lo exige. Al dueño de aquella parte del
monte le han pagado buen dinero por él, le sale más a cuenta que cumplir con
las exigencias de la ley, que le obliga, a mantenerlo limpio de maleza que es
combustible, yesca inflamable que arde como si de gasolina se tratara. Poco le
importa la angustia que sienten los pinos sanos que se han quedado llorando a
sus muertos en este cementerio improvisado i obligado, con las raíces ancladas
en el suelo del monte.
Pronto
todo este suelo será pálido de nuevo, pero esta vez será de asfalto de lo que
se trate, calles bien iluminadas, aceras anchas para que puedan pasear los
nuevos habitantes de la zona, las vacas y los corzos han desaparecido de la
zona, ese era su hogar, ahora estorban, son alimañas a las que hay que combatir
a cualquier precio.
El
jabalí es más tozudo, no le importa pasear entre los coches aparcados, pero si
se les ve frecuentar por la zona… se les mata y punto pelota, este territorio
ahora es de los humanos, de estaciones de esquí y telesillas, de casitas de
madera, de hoteles y restaurantes donde ahora sirven a los jabalís en bandeja,
carne de ciervo, buenos quesos que producen vacas y ovejas. Se las han llevado
a pastar a otras zonas, ahora las alimentan con piensos compuestos y algunas
veces se vuelven locas las pobres. ¿Qué…? ¿Ha, las ovejas y las cabras…? pues
más de lo mismo, antes pastoreaban por estos campos, ahora tienen que
llevárselas lejos para que puedan encontrar alimento.
Si
eso es cierto, los dueños de los rebaños antes lo tenían todo más a mano, pero
las cosas cambian, no les sale a cuenta criar esa clase de ganado, se los
llevan a un matadero y los sacrifican, la explotación de esos negocios ya no
son rentables. Trabajan en los negocios que compañías de hoteles y otros
servicios, se han hecho para los esquiadores, recogen basuras de las zonas
donde han estado los turistas, sobreviven con malos sueldos de temporalidad
dudosa, dependen del tiempo, de los inviernos y primaveras, de los veranos y
otoños, en eso el mundo no cambia, tiene sus caprichos como cualquiera de
nosotros. La pálida huella, aquella que antes quedó de aquellos incendios
provocados en su mayoría, ahora, mira tú por donde, da un giro inesperado a las
cosas, de alguna forma todos quedan contentos, los que dicen estarlo lo hacen,
a cuenta de aquellos que en la misma zona, las están pasando putas.
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