jueves, 15 de enero de 2015

LA CASA PERDIDA


                                             LA CASA PERDÍDA



Damián vuelve del trabajo, de la metalúrgica donde trabaja desde que era aprendiz, ahora cumple veintiocho años, entra en el portal de su casa y como cada día abre el buzón de la entrada. Vaya, aparte de correspondencia comercial que siempre le llega hoy ha recibido una carta de casa de su abuela Ana.
Después de una ducha se sienta en un butacón y abre el sobre de la carta. Es escueta, solo un pliego de papel dina cuatro con unas líneas que bailan entre ellas, la carta o la misiva dice así  “Querido Damián, espero que esta te encuentre con buena salud –se referirá a la carta-, para cuando leas estas líneas, yo ya estaré muerta y enterrada, de modo que teniendo tan poco tiempo para nada, solo decirte que te quiero, que eres mi único pariente, mi nieto, por lo tanto a ti te corresponde la casa en la que he vivido tantos años, en ella nací y en ella muero. Queda de tu propiedad, solo te pido que no la vendas, en esta tarjeta que seguro habrás visto, está la dirección del notario que lleva este tema. Adiós querido Damián un beso de tu abuela Ana”.

Perplejo Damián se queda pensativo un rato, le llegan fugaces recuerdos de su abuela Ana, de una vez que le dio cuatro azotes cuando lo encontró bañándose en la alberca siendo pequeño, pasaba unas vacaciones con ella, y como es lógico, hacía travesuras de niño. Desde entonces, hasta que su hija, se casó con su padre  -el de Damián que era viudo- no se habían vuelto a ver, de manera que se sorprendió tanto que no pudo menos que lanzar un pequeño grito al aire al verlo tan crecido.  Serás muy buena persona Damián, te lo dice tu abuela, aunque no me tengas como tal ahora.

Eso sí que lo recordaba, y le quedó grabado en el alma, parecía como si le hiciera una premonición, que viera en su interior y le hiciera un examen interior. La comenzó a querer porque siempre tenía cosas nuevas que contarle, le hablaba de su familia, de su padre y la guerra de Cuba en la que perdió la vida. Y mira por donde su abuela desde la tumba, le manifestaba que la casa que él ya había olvidado, ahora era suya. ¡Si ya casi ni recordaba el lugar donde estaba…! llamó al notario, el señor Timoteo Cardoso.
-¿Señor Cardoso…? soy el nieto de Ana…
-Ha ya, estaba esperando su llamada, ¿cómo está usted?
-Bien, bien, mire usted, lo llamaba para saber cuándo podíamos quedar para ir a ver la casa.
-¿Cómo, que yo lo acompañe a usted? verá, usted viene a mi oficina y yo le doy los papeles de la casa, que por cierto, ya está escriturada a su nombre.
-¿A sí…? De modo que mi abuela pensó en todo, bueno, supongo que esto lo hace todo más fácil.
-¿Cuándo puede venir a la oficina a hablar conmigo? De paso le diré cómo puede ir a la casa, le advierto que el camino no es fácil, han hecho algunos desvíos para construir una autovía.
-De cualquier manera no puedo venir antes del viernes, libro en el trabajo a partir de las dos. Creo que podría estar ahí a eso de las cinco.
-Bien, en ese caso venga a la dirección de mi casa, en la notaría no me encontrará por la tarde.
-De acuerdo entonces señor Cardoso, hasta el viernes por la tarde.

No tenía familia a quién comunicar la noticia, solo unos tíos con los que ya había perdido contacto desde hacía años, vivían en la otra punta del país. Estaba solo, pero esta vez solo ante una circunstancia feliz, dentro de la tristeza que le producía haber perdido a su abuela. Comenzó a planificar el viaje que le llevaría varias horas en tren hasta la ciudad natal de su abuela, Zamora, luego tenía que coger un autobús, que lo llevara al pueblo donde estaba la notaría del señor Timoteo Cardoso, Toro.
Consiguió permiso para dejar el trabajo una hora antes, de modo que a las doce y media ya estaba preparado para salir a la calle, y parar un taxi que lo llevara a la estación. Durante el viaje, se mezclaron emociones y recuerdos, alegrías y penas, la muerte de sus padres en accidente de tráfico, las visitas al hospital mientras su padre se debatía entre la vida y la muerte… ver que ningún familiar llamó a la puerta de la habitación, mientras su padre estaba en un coma inducido.

Le fue fácil llegar a la estación de autobuses, estaba relativamente cerca de la del tren, diez minutos dando grandes zancadas por una avenida y al volver una calle franqueada por una gran cerca de acero, llegó a la estación de los diferentes autobuses que alineados en batería esperaban a los viajeros.
-Tú harás lo que te digamos nosotros ¿entiendes?, nada de peros ni problemas, este hombre es lo mejor para ti y él te quiere, de manera que se acabó, no quiero oír una palabra más de este asunto.
Al parecer eran una madre e hija que estaban sentadas en los dos asientos delante de Damián, le dolió como si fuera a él a quién se dirigían estas palabras. Si es a mí a quién me dicen eso, me fugo de mi casa, salgo corriendo, pensó por un momento. Llegaron a Toro rodeados de viñedos por todas partes, se apeó del bus y dejó que continuara, sin dejar de mirar a la muchacha con quién la madre había discutido hasta que la perdió de vista, la chica estaba mirando por la ventana que daba al exterior con lágrimas en los ojos, desaparecieron carretera arriba. Parece mentira que todavía hoy pasen cosas así, pensó Damián.

-Buenas tardes ¿el señor Timoteo por favor?, sí es aquí pase usted, ¡vaya puntualidad la suya!
-Costumbres de la fábrica, allí si llegas tarde te descuentan pasta y eso encima de lo poco que nos pagan, no me lo puedo permitir.
-Ha, ya lo entiendo, vamos que ha hecho usted de la puntualidad parte de su rutina.
-¡A la fuerza ahorcan señor…!
-Pase usted que le explico, siéntese donde quiera por favor.
La mesa es grande, con butacas para ocho personas que pueden estar sentados cómodamente.
-Damián, aquí tengo toda la documentación, solo tiene que poner unas firmas aquí, en este otro documento conforme le hago entrega de los papeles de la casa y en este otro documento que puede usted leer y que son referentes a Hacienda Pública.

Entró en detalle de donde estaba ubicada la casa, de hecho pertenecía a Toro, carecía de municipio, todo, desde transacciones bancarias a pago de impuestos, tenía que pasar por Toro. Eso significaba que la casa estaba relativamente aislada del resto del mundo, en un lugar perdido, otros opinarían que estaba en el culo del mundo. Le preguntó al notario si había algún tipo de transporte hasta la casa.
-Pues mira chico eso sí que no, parece mentira pero con todas las obras que está haciendo el Ministerio de Fomento, parece que están esperando a ver cómo quedan las cosas, para establecer una línea regular de transporte para dar servicio a esas pequeñas aldeas y pueblos de los alrededores. Espera ahora que pienso… ¡Esperanza…!
-¿Qué padre?
-Baja un momento por favor.
-Mira, si no te importa me vas a hacer un favor, vas a acercar a este señor a Carrillo del Puente, ¡ya sabes cómo están por allí las carreteras… y ha llegado aquí en autobús! Toma mil duros, eso por llevarlo a ver la casa de Ana, luego lo traes de vuelta ¿te parece?
-Tengo planes para más tarde pero ya llamaré, que me esperen.
-Bien, todo resuelto, ande con mi hija a ver su casa. Si le hace falta cualquier otra cosa no dude en decírmelo.

Esperanza una chica morena de poco más de veinte años, apareció con un todo camino en la puerta de la entrada del edificio del notario, Damián ha subido al coche con un bolso de lona donde lleva algunas cosas de carácter privado, emprenden el camino que los lleva a la casa, perdida en mitad de no se sabe dónde.
Es muy simpática la hija del notario, es la primera que rompe el silencio en el trayecto, Damián no dice nada, está muy atento a la carretera y cuando se salen de ella para comenzar a rodar por caminos de grava y tierra, se agarra al asidero que hay sobre el marco de la puerta, ¡cómo conduce esa muchacha, nos vamos a matar…! piensa, es lógico, jamás se había subido a un trasto de aquellos, nota como por dentro, todos sus órganos se dispersan y golpean contra las paredes de su esqueleto.

El coche en cambio, parece no sufrir los choques contra las rocas y los defectos del camino a modo de grandes baches y agujeros que son frecuentes en un camino provisional.
-¿Falta mucho para llegar Esperanza?
-Cosa de diez minutos pero ahora todo el camino es cuesta arriba y bastante malo.
-¿Peor que el que hemos pasado hasta ahora?
-¿Eso…? era la carretera, el camino comienza ahora.
-¡Madre del cielo…! cómo podía vivir aquí, esta mujer sola.
-Tu abuela era muy querida, todo el mundo acudía a ella cuando necesitaba algo, así que cuando se puso enferma, recogió lo que sembró, todo el mundo se desvivió por ella, pero en la enfermedad, no hay quién pueda establecer ayudas más que la que los médicos te dispensan, y en su caso no se podía hacer más que lo que se hizo.

Al llegar a la fachada de la casa perdida en mitad de aquel pequeño oasis de pinos y chopos, unos cuantos frutales y plantas medicinales, se quedó sin poder evitarlo, con la boca abierta. Esperanza lo miraba con los brazos cruzados sobre el pecho, la mirada se transformó en observación, Damián lentamente comenzó a dar la vuelta a la casa, ésta parecía hablarle de los pocos recuerdos que todavía evocaba de cuando estuvo en alguna ocasión con sus padres allí, visitando a su abuela.
No pudo menos que dejar pasar el tiempo, al principio miró el reloj, luego, Esperanza sacó de un bolsillo del pantalón el teléfono móvil y habló con alguien advirtiéndole que no la esperaran, no iba a acudir a la cita con sus amigos.
-¿Sabes quién tiene las llaves de la casa Esperanza?
-Pues… creo que las tiene Cesar el vecino de la casa que está un poco más arriba. No te muevas de aquí ahora vuelvo.
Volvió con las llaves de la casa, Damián se apresuró a abrirla y entrar en lo ahora consideraba una especie de santuario, miró con atención algunas fotos y cuadros que colgaban de las paredes, se detuvo en la gran chimenea del salón, se sentó en la mecedora de la abuela con sumo cuidado.

Quién sabe lo que pasa por la mente de las personas en una circunstancia como esta. Esperanza por su cuenta comenzó a investigar un poco, entró en la cocina, en una de las habitaciones, todo estaba tal y como Ana lo había dejado, con sábanas viejas  sobre algunos muebles. Levantándolas se podía vivir allí de nuevo sin problema alguno, parecía que la casa perdida estuviera esperando ser habitada de nuevo, a eso invitaba.
-Creo que voy a quedarme esta noche aquí Esperanza.
-Pues ya puedes encender el fuego, aquí dentro de un par de horas comienza a hacer un frío que pela.
-Que contrastes hay en la vida, en la ciudad donde vivo, todo el día pasando un calor del demonio, en cambio llegando a esta casa, me parece que vengo de otro planeta.
-¿Eso qué quiere decir?
-Pues que trabajo en una acerería, una empresa metalúrgica en la que estoy toda la jornada a cuarenta grados.
-Ja,ja,ja, ¿no me digas?
-Cómo lo oyes. Cambiando de tema, esta casa está muy bien construida, ¡que paredes… y que puertas!

Esperanza se despidió de Damián y lo dejó en la casa perdida con sus recuerdos, recorriendo estancias, buscando dentro de los armarios macizos mantas y ropa de abrigo para habilitar una de las cuatro camas que había en la casa. Antes de caer la noche, se escuchó algún animal que rascaba la puerta. Estaba mirando un álbum de fotos antiguas, muchas las reconoció, eran de sus padres con él en un columpio con asiento de madera que colgaba de un árbol, cerca de la antigua alberca ahora ya desaparecida. Se quitó de encima la manta que cubría sus piernas y se encaminó a la puerta. Allí estaba un perro peludo, delgado pero que al parecer conocía la casa, entró meneando el rabo y al instante se instaló al lado del fuego, sobre una toalla vieja sobre la que dio tres o cuatro vueltas olisqueando y echándose en ella. Se enroscó y se puso a dormitar junto a la mecedora de la abuela.

Durmió a pierna suelta esta noche, con la mente viajera, yendo y viniendo de espacios de su vida, que lo transportaban a placeres juveniles, al encanto de la vida entre aquellas gentes vetustas y pueblerinas. El amanecer le sorprendió con el canto de pájaros que anunciaban a sus polluelos que debían marchar a buscar alimento, que luego volverían, que no se movieran de aquel nido protector, construido a su medida, hasta que pudieran levantar el vuelo con ellos y emigrar a otras tierras.
Un vehículo a eso de las nueve y media paró delante de la puerta de la casa, era Esperanza, traía sendas bolsas de plástico, comida, bebida, alimentos básicos para estar allí los días que restaran sin tener que desplazarse para nada.
-Mi padre me ha dejado dicho que comprara algunas cosas para ti, lo he hecho lo mejor que he sabido, no estoy acostumbrada a comprar esa es la verdad, y menos en los supermercados.
-Mujer no hacía falta, pensaba caminar un rato hasta el pueblo y hacerme de unas cuantas cosas necesarias para un par de días.
-¿Ha pero es que no vienes para quedarte…?
-No, imposible, tengo que volver al trabajo, soy un obrero Esperanza, no tengo más que mi oficio…
-Tu oficio y esta casa, que aunque parezca perdida es tuya, si fuera tú, la aprovecharía bien.
-¿Qué quieres decir con eso?
-Pues que me afincaría aquí, no creas, siendo como eres un obrero como reconoces ser, aquí podrías encontrar trabajo chasqueando los dedos. Ahora es un tiempo en el que se busca a gente de la comarca para unas obras que dependiendo del estado van a duran por lo poco cinco años.
-¿Y luego qué… dime, que haría?
-Después de todo este tiempo… estamos hablando de años te saldrían otras cosas, seguro, tanto mi padre como yo, que tengo muchos buenos amigos, te conseguiríamos algún curro bueno, que trabajaras poco y vivieras bien.

Este fin de semana en esa casa perdida, le ayuda a reflexionar sobre el valor de la vida, de cómo aprovecharla mejor, de cómo vivir día a día.
Lleva ahora exactamente siete años viviendo en ella, las cosas han cambiado mucho en cuanto a las infraestructuras, ya no es una casa perdida, tiene un niño de cuatro años, fruto de su matrimonio con Esperanza. Don Timoteo está orgulloso de su familia, Damián ha estabilizado la vida Esperanza, esas cosas que suceden en momentos puntuales de la vida, que hacen ver la vida de diferente manera a cómo uno la concebía.
Todo ha pasado de forma natural, esa es una de las cualidades que se dejan ver en las personas sin tener que decir palabra, Damián es así, discreto, cariñoso, poco exigente, paciente y ante todo… honrado consigo mismo y con los demás. La casa perdida es ahora un punto de encuentro, el epicentro de toda la familia, el lugar de descanso que de una forma u otra todos andamos buscando.



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