VIVIR SIN MÁS
Así
es como llegamos a este mundo, nuestras madres nos arrojan obligadamente
después de treinta y seis semanas de gestación, no pueden mantenernos más
dentro de ellas, nos ha llegado el momento de nacer. Nacer sin más, desnudos,
con más o menos favores de parte de nuestros padres y familia, pero en pelotas,
sin nada que llevarnos a la boca salvo el pecho de nuestra madre, si es que
puede alimentarnos, sino es así, a base de biberones y mucho cariño, o sin él,
eso depende de los demás, sabemos distinguir el olor de nuestra madre,
despierta nuestros sentidos el saber que está cerca eso es lo que nos importa
en esos nuevos instantes de vida.
Luego,
cuando las circunstancias derivan en, de forma obligada, en crecimiento, ordenamos
poco a poco ideas y cualidades que nos son innatas, unos preferimos vivir sin
más y otros no, algo en su personalidad les dice que deben vivir de otro modo,
instalando resortes en caracteres ajenos, lo que a ellos les conviene. Esos no
viven sin más, viven un sin vivir hasta que estas inquietudes los alcanzan y
buscan alternativas a sus desafueros. Es inútil entrar en detalles de que es lo
que pueden hacer al respecto, en cambio las consecuencias siempre son las
mismas, unas veces prisión, otras desprecio de parte de los demás, no quieren
vivir sin más, se empecinan en ser seres de determinada raza, y eso los lleva
al fracaso.
No
es demasiado importante si unos se acuerdan o no de sus madres, de cuando les
daban de comer con paciencia, de cuando los paseaban con amor y luciéndolos
cual si de niños únicos se tratara, cuando los bañaban a diario, les cambiaban
los pañales y tantas cosas más que dieron a sus vidas, sentido. Dicen por ahí
que ahora los niños no son así, discrepo de esta opinión, los niños son hijos
siempre, el factor que los diferencia de otros seres vivos, es sencillamente,
que unos viven porque sí y otros viven sin más.
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