BUCEO
Confieso
que el mar me gustaba mucho cuando era joven, nadar entre las aguas del mar me
daba vida, te pone en contacto con una gran parte del componente de la tierra,
el líquido elemento del agua salada, proveniente del conjunto de mares y
océanos del mundo es maravilloso.
Pero
sin saber por qué, perdí el interés por nadar jugar con la arena más o menos
fino de diferentes partes de la costa donde he nacido, a orillas del
Mediterráneo, sí, fue una cosa que me vino de pronto, de una forma súbita,
descarada, como si el mar no fuera para mí, allí no pintaba nada me dije para
mí mismo, y mira que lo he disfrutado con amistades, y pasado no pocos momentos
hermosos con amigas, retozando sobre la arena o entre las rocas, que sirvieron
para nuestros descubrimientos particulares, de esa otra vida que hay aparte de
la simplemente urbana.
El
exceso de sol y el desconocimiento de los otros medios que la tierra nos da
para descubrir, hicieron que me interesara por el buceo, buceo que no fue nada
fácil, entre otras cosas porque no se trataba de bucear en las aguas del mar
sino en tierra firme. ¿Qué cómo es eso…?, fácil, solo has de tener una buena
imaginación y saber buscar allá donde una vez el mar llegó. Y fue por
casualidad que pasó no a cosa hecha, andábamos una vez por un camino de campo
lejos de casa, a bastantes kilómetros de la ciudad, una salida al campo, y allí
en mitad de la nada, encontramos un sendero previamente allanado para el paso
de caballerizas y rebaños.
Subimos
por una pendiente que nos llevaría a nuestra primera parada para el almuerzo,
cuando una de las amigas que con nosotros iba, paro y llamó nuestra atención, a
unas conchas que salían de la pared del camino, nos acercamos los cuatro,
observamos aquella concha que por cierto no era pequeña, medía casi un palmo de
ancho, estaba entre capas de arenisca y piedras rodadas de diferentes colores.
Con cuidado usando la punta de una fuerte navaja la sacamos de su lugar, estaba
cerrada, es decir completa, quién quiera que fuese el animal que la habitara en
su día, estaba allí dentro esperando ser descubierta.
Así
comenzó nuestra aventura y la pasión de bucear por los diferentes estratos de
la tierra, cada fin de semana y cuando se nos terciaba hacer algún trabajo en
la escuela respecto a los movimientos de la tierra allí estábamos los cuatro,
buscando en mapas y libros de ciencia que era lo que habíamos encontrado,
identificándolo, etiquetándolo y guardado en estantes previamente ordenados por
fechas de antigüedad, más o menos, porque en esto de contar hacia atrás a veces
los hombres nos desmadramos.
Oye
mira, que he encontrado una estrella del mar del período cretáceo, y luego
nada, a lo mejor un turista que se había dado cuenta que su hijo llevaba aquel
bicho en el coche medio disecado, lo había tirado por la ventana, y estaba en
el fondo de un barranco.
Salvo
estas excepciones un poco exageradas y fuera de contexto, lo que descubrimos
fue, que había un mundo, una parte de él por lo menos, que había permanecido
inundado por el mar durante determinado tiempo, y claro millones de criaturas
se quedaron a la intemperie muriendo de forma más o menos inmediata. No es que
fuera un gran descubrimiento, pero el suficiente para servirnos de pretexto en
casa, cargar nuestras mochilas con unas cuantas cosas, y salir con pequeños
martillos que compramos en una tienda, con ese fin, descubrir animalillos, vida
desconocida, bucear en tierra seca como si del mar se tratara. Nuestras
acompañantes lo celebraban con nosotros de forma especial, cuando ellas
descubrían algo, nosotros nos las comíamos a besos, abrazos y otras
manifestaciones de alegría. Cuando era alguno de nosotros, lo mismo pero al
revés, así estuvimos buceando en los anales del tiempo durante más de dos años.
Luego
llegó lo inevitable, otros y otras se interesados en estos descubrimientos, y
comenzamos de cero ellas con otros socios, nosotros con otras socias. Al final
los estantes, quedaron pequeños por lo descubierto, hasta lagartos
contemporáneos se añadieron a la colección de animales prehistóricos, claro
como estaban sequitos y acartonados ya no nos preocupamos de investigar
demasiado a que período pertenecían.
Pero
bucear… ¡vaya si buceamos!
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