ESOS OJOS CIEGOS
Esculpidos
con cincel, con todo el poder de la mano del maestro, los ojos desalentados de
esa imagen marmórea siguen sin expresión alguna.
El
discípulo le pregunta que donde está la vida de esa mujer, el maestro le
contesta que ya lo verá luego, cuando la obra esté terminada, cuando acabe de
desnudarla de toda la gran masa de roca virgen que todavía la aprisiona.
Han
pasado tres semanas, por las noches el discípulo que vive en el interior de la
nave, donde otras obras descansan, repasa los posibles movimientos de la
piedra. En su afán de ver terminada alguna, se sienta en el suelo y sujeta el
cincel con fuerza, en la mano derecha, la maza. Sentado en el suelo, con la
sola compañía de un candil encendido, da pequeños golpes a la piedra pura y
blanca. En la base del suelo golpearé,
de ese modo no se notará desperfecto alguno y luego lo barreré, al fin de
cuentas dijo que esta mujer vestiría de sol, de manera que vestida irá.
El
maestro Ciresio, vuelve de unas cortas vacaciones que lo han llevado a
vendimiar unos campos que comparte con su hermano. Fistón ya estoy aquí, vamos prepáralo todo
para poder seguir, continuemos ahora con esa imagen a la que tú llamas la
imagen sin ojos, veamos qué podemos hacer con ella, mira la piedra se ha
abierto un poco de manera que por ahí no podemos seguir, veremos luego que
arreglo le damos a esa parte agrietada, sigamos por el bajo del faldón. Ha yo creía que iría vestida de sol, que el
vestido no le hacía falta… Vaya con
Filón el aprendiz sabio, ¿sabes acaso que significa vestirse de sol…? Pues ahora veo que no, pensaba en una imagen
desnuda, bañada por rayos llegados desde los cielos. No señor, vestirse de sol puede quererse
referir a estar llena de luz, a emanar rayos que den en el rostro de alguien
como será el caso de esta escultura.
Filón
sin comprender muy bien como una figura de mármol podría reproducir esos
detalles que el maestro le señalaba, miraba receloso al maestro, le acercó la
maza y diferentes cinceles para que escogiera el oportuno para dar forma a la
escultura. Ciresio comenzó a dar la vuelta alrededor de la figura, y de pronto
paró en seco. ¿Quién ha estado aquí en
mi ausencia Filón?, el muchacho comenzó a temblar como una hoja que caía del
árbol. Te acabo de hacer una pregunta muchacho, ¿se te ha comido la lengua el
gato o qué?, contesta ya de una vez, inquirió furioso el maestro agarrando la
maza con fuerza. He sido yo señor,
perdón no quería hacerle nada a la escultura, solo piqué un poco para probar si
era capaz de manejar el cincel sin dañar nada.
Te he preguntado si en mi ausencia había venido algún cliente, necio, a
eso me refería, pero siendo el caso de que me has confesado algo que tienes
absolutamente prohibido, coge y márchate para tu casa, en caso de que te
necesite te llamaré, mejor pensado, ven dentro de tres días.
Filón
marchó a su casa, sabía lo que le esperaba, después de que lo hubiera echado el
maestro escultor. El padre de Filón que siempre estaba en casa borracho, le
daría cuatro tortas, porque a la quinta se caería al suelo él, su madre se
enfadaría mucho y no le faltaba razón, de las horas que el chico pasaba con el
maestro en el taller, sacaba una quintilla de aceite a la semana y un buen
trozo de tocino. Su hermana mayor andaba por la calle haciendo esquinas, y a la
pequeña Luisa, la tenían en un orfanato porque tenía tisis, y no la podían
curar en casa. Seguramente si se salvaba, iría a caer en manos de alguna
familia buena, eso querían pensar todos en casa.
Eso
y más le pasó, su madre echó al padre de casa, por violar a su hija en una de
sus borracheras, la policía se lo llevó a la cárcel, pero él todo y así, lo
visitó dos veces para hacerle ver el mal que había hecho a su hermana, que
quedó con el tiempo embarazada del padre. Al cabo de tres días volvió al taller
aliviado de tanta miseria que se respiraba en su casa. Buenos días maestro, ya estoy aquí de
nuevo. ¿Cómo, ya han pasado los tres
días? Sí señor Ciresio, hoy es sábado
como todas las semanas, nunca hay un día de menos ni uno de más. Bueno deja ya de parlotear y ponte a
trabajar, prepara las lijas y los caballetes bajos, hay que terminar estos
bustos para entregarlos el martes de la semana próxima. Filón con fueras
renovadas aunque con el estómago medio vacío le ha pedido a Ciresio si podía
coger un poco de pan que estaba sobre la mesa de una improvisada cocina. Ve y come un poco, pero no abuses sino te va
a dar por dormirte y no trabajarás. No
se apure maestro me pongo a ello enseguida, el maestro le dirigió una mirada de
simpatía, siguió picando la piedra de la escultura que estaría bañada de sol,
comenzaba a tomar forma de manera definitiva.
Filón,
después de engullir el pan y guardarse un trozo bajo la camisa, se puso a hacer
lo que el maestro le mandó, aquellos bustos eran bellísimos, blancos como la
nieve, de una pureza total y absoluta, debía de ser un encargo caro, se
apreciaba por el tipo de mármol que Ciresio había usado para su creación. El
trabajo de terminar, finalmente quedaba en manos del maestro, aunque en
ocasiones, los propios ayudantes más adelantados, podían recibir con toda libertad,
el encargo de finalizar algunas piezas
que no eran del todo comprometidas, que probablemente se expondrían en el
exterior de alguna casa, un jardín, encaramadas a algún pedestal de una escalera.
Filón
no pensaba en eso cuando su maestro le encargó comenzar a pulir los bustos, él
lo hacía como si alguna de aquellas piezas fuera para él. De ese modo,
delicadamente con sus delicadas manos, daba brillo a aquel mármol, que
comenzaba a recibir los tratamientos extraordinarios, de un aprendiz
concienzudo. Ciresio aunque pendiente de su propio trabajo, no apartaba la
mirada de todo lo que iba realizando su aprendiz.
Cuatro
días después estaban a la puerta de un palacio, en las afueras de Florencia,
llevando consigo los bustos en lo alto de un carro arrastrado por un mulo, los
escultores, pues Filón se consideraba uno de ellos, estaban desenvolviendo las
piezas de los vellones de oveja que los cubrían, y que se hallaban bien envueltos
en hatillos de paja blanda. El encargado de la casa, les indicó por donde
tenían que pasar las piezas y donde colocarlas, todo estaba preparado, dos
columnas con pequeños capiteles en la parte alta, recibirían los bustos, que
pertenecían a las mujeres de la casa. Al terminar de encajar los bustos,
terminando así el trabajo, el señor de la casa salió de la biblioteca para
hablar con Ciresio que se había vestido para la ocasión, Filón se quedó sentado
en un escalón del jardín hasta que saliera el maestro.
Una
voz femenina se oía llegar desde algún lugar del jardín, era la mujer del busto
de la mujer más joven, no pudo menos que observarla con cierta intensidad y
atención, efectivamente era el busto de la mujer que acababa de envolver en el
taller, una deliciosa cara, alargada y fina, coincidía con el busto de la más
joven de las mujeres.
¿Qué
miras descarado…? Disculpe usted
señora, soy el aprendiz del maestro escultor, acabamos de traer el encargo de
su padre de usted, ya están colocados en su lugar los bustos de usted y de su
madre, imagino que debe ser la madre de usted por el parecido. La muchacha, con
un cesto de rosas recién cortadas del jardín, entro dejando la cesta en el
suelo, corrió hacia el interior a la carrera, se escuchó un grito de alegría. Entre
los cristales del palacete, se veía a la muchacha abrazando a su padre, seguro
que le estaba dando las gracias por el regalo, lucían muy bien las esculturas de
las dos mujeres, estaban colocadas en el lugar donde destacaban por la luz
natural que recibían del exterior, entre luces y sombras por razón de los
grandes árboles que se movían en el exterior, parecían cobrar vida propia, los
ojos de aquellos bustos tenían color, la pureza del mármol primero y la luz
coloreada que les llegaba de afuera, les conferían un aire de realismo
impresionante.
Fue
entonces cuando Filón entendió, el porqué de aquellas estatuas que no tenían
ojos, que no veían y sin embargo lo abarcaban todo a la vez, el espacio y el
color que los rodeaba. Sentía una curiosidad extrema de comparar el rostro del
a joven con la obra que la representaba, expuesta en la columna floreada, tuvo
todavía que esperar un rato hasta que los hombres salieron y ella se puso junto
al busto. Has hecho un trabajo
excelente Ciresio, tengo un par de amigos que vendrán a verte después de que
vean lo que has hecho con los rostros de mi amada esposa y mi hija. Gracias señor, es siempre un placer trabajar
para usted, señorita a sus pies, se inclinó levemente y la saludo por su
nombre. Simonnetta, ¡qué nombre tan hermoso!, Filón se emocionó al escuchar
aquel nombre, lo había oído otras veces, pero verlo representado en un busto
que él mismo había pulido… jamás lo hubiera imaginado.
Cuando
el maestro terminaba de dar el toque especial a los ojos de las estatuas y
dirigía la mirada con su cincel hacia donde él quería, comprendió pasados unos
años más tarde, que el secreto estaba en el ángulo exacto que se le daba al
cincel cuando se vaciaba parte del cristalino del ojo. Algo tan fácil y a la
vez tan difícil, una cuestión que al correr de los siglos ha identificado a los
grandes escultores y pintores del renacimiento, la época que le tocó vivir a
Filón.
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