lunes, 15 de junio de 2015
ENTRAR Y SALIR
ENTRAR Y SALIR
¡En cuantos sitios se entra y se sale casi sin enterarte...! ¿A que sí? Pues no en todos los casos es cierto. Os cuento... un amigo que conoce bien la ciudad me dice un día... Oye que es mi cumpleaños, tenemos que celebrarlo, no tengo apenas amigos, y los que tengo, o son unos amargados o están casados, tienen familia y estas cosas. Hoy tú y yo, nos corremos una juerga, que va a hacer historia.
Le dije que vale, que no tenía nada concreto que hacer, vivo solo y él es una de mis mejores compañías, siempre está dispuesto, dentro de sus posibilidades, a hacerme el favor que le pida. Le dije que los gastos corrían de mi cuenta, que sino era así no iba a ninguna parte, va un poco escaso de recursos, aceptó.
Bien, por la mañana la cosa se presentó como cualquier otro día, desayuno, ordenador un rato para entrar en Internet, escribir cosas que tenía pendientes... nada, que sin darme cuenta a la hora de comer me llama al móvil y me dice que nos vamos a la ciudad a comer cochinillo. ¿Sabes que he pensado...? que lo primero es lo primero, comemos, luego vamos a ver a un amigo de un pueblo vecino, que se ha acordado de mi cumpleaños oye, y vamos a tomar café a su casa, ¿que te parece...? Oye lo que tú digas, es tu día, yo estoy dispuesto a acompañarte donde tu digas.
Y fuimos... me cago en la leche, yo creía que por estas tierras las carreteras eran fáciles, quiero decir que no había complicación alguna para circular, una leche para mí. Venga desvíos, venga carrefours, venga isletas, venga cruces, de las de stop y ceda el paso, estaba medio loco. Oye, ¿que te parece si vamos por otro camino tío? Que este es el más corto, si cogemos la antigua carretera nos vamos a morir, en un momento esto termina ya verás. Llegamos, si señor llegamos, eran las dos de la tarde más o menos, menos mal que teníamos reservada la mesa que sino...
Mientras esperábamos pedimos unos cortos de cerveza, lo que en Cataluña se llama caña pero en un vaso corto. ¡Madre mía, madre mía!, mira, nos sacaron unas tapas que alucinas por un tubo. Escogimos unas pizzas pequeñas que ya van comporendidas en el precio de la birra, y él, mi amigo, unos trozos de jamón ahumado con pan tostado. Naturalmente repetimos, íbamos de fiesta, era su cumpleaños, ahora los cortos fueron medianas y otra vez con la mismas ofertas a elegir de tapas, le dimos los dos a unas sardinas en escaveche que estaban de lo más ricas.
Tardamos del orden de dos horas en terminar con el cochinillo, naturalmente quedó para quién quisieraaprovechar la ocasión, nos tomamos unos cafés con Pacharán y por fin salimos a la calle, entrar fue diferente a salir, estábamos los dos que reventábamos, así que a pie nos dirigimos al barrio Húmedo de la ciudad, tuvimos que entrar varias veces en tabernas para desalojar lo comido, y enfriar la tripa con bebidas refrescantes. Él no paraba de beber combinados, yo solo tónicas, me hacía eruptar y digerir, además llevaba unos sobres de digestivos efervescentes, que mi amigo decía que eso eran mariconadas.
No pudo evitar buscar un rincón en un pasaje sin salida y potar parte de lo consumido, me dije que eso era lo mejor, por lo menos en su caso, por mi parte quedé libre de aquel embarazoso proceso de mala digestión, quizás fuera gracias, a las mariconadas que llevaba en el bolsillo. El día tocaba a su fin, las luces comenzaron a hacer gala de su presencia de forma milagrosa, se encendían de manera automática, hay que decir, que me recordaron los tiempos de los antiguos faroleros, que andaban por las calles encendiendo y apagando farolas con las perchas de gas, cuando yo era todavía un chavalín.
Seguíamos por un callejón, caminando con el paso entrecortado aun, cuando mi amigo tiró de mi brazo y me metió directamente en un bar que no se veía ni cantar, no había más de doce luces que no paraba de moverse de un lado a otro, dando vida a unos cuerpos de chicas sin sujetador, que andaban de acá para allá sirviendo copas, tenían las cachas del culo enrojecidas, de las nalgadas que les daban los clientes. De vez en cuando salía de nadie sabe donde, un empleado del club, cogía a determinado menda que se excedía, lo levantaba del asiento a cajas destempladas, ese iba a la calle seguro, se habían quedado con su cara. Tardaría en volver por allí, una amenaza al oído y listo.
¡Que fácil es salir y entrar, o viceversa! mi amigo iba a lo suyo, buscaba entre el perosnal a alguien en concreto, se acercó al barman y le preguntó algo que para mí fue inaudible. Este con un vaso de tubo a medio secar, le indicó una mesa, fue allí donde encontramos a esa diosa del amor, del amor sexual, no de otro. La verdad es que yo estaba un poco cagado, jamás he pagado a ninguna mujer por acostarme con ella, y parece que la cosa allí, iba de ese palo. Tuvimos que esperar un buen rato y consumir un bourbon antes de que el cliente la dejara sola, mi amigo se lanzó al ataque y fue entonces, cuando se puso de pie cuando me di cuenta de la auténtica dimensión de Anita.
Vestida con un traje largo de lentejuelas azules y rojas, medio dueña del local, socia del uraño dueño que tenía familia e hijos, un abogado reputado de la ciudad, que vive en una mansión de lujo a medio camino del local que regenta Anita. Me presentó, llamó a una chica que no tendría más de veinte años, rubia, que parecía recién llegada del este, hablando un chapurreado de español ucraniano. Toma para ti, esta delicia es para que mientras yo estoy con este bribón tú por tu parte disfrutes de la compañía de esta belleza.
Lo siguiente que recuerdo de este cumpleaños de mi amigo es, que le dije en voz suficientemente alta como para que me oyera... Chaval te espero en las escalinatas de la catedral, no te preocupes por lo que tardes, allí estaré esperando. ¿No te gusto...? preguntó la chica. Sí, si mucho, pero es que hoy he tenido un día de perros, no aguanto este ambiente. Le di un beso en la mejilla y salí a la calle, me volví para verla por última vez, de sus ojos resbalavan pequeñas lágrimas, yo creí que era solo porque se quedaba sin comisión por haber perdido un cliente, ahora quiero pensar que hice lo mejor que podía hacer en esa circunstancia. No me costó salir de allí, y no habría entrado, a no ser que mi amigo quién cumplía treinta y ocho años, me invitara a entrar por la fuerza.
---------------------------------
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario