LA CAJA DE MIS RECUERDOS
Una amiga de mi madre la trajo a casa llena de galletas de mantequilla, vino a tomar café a casa, era verano, hacía unos cuantos años que no se veían y aquel encuentro fue todo un acontecimiento para ellas. Mi padre estaba separado de mi madre, luchó en los tribunales para lograr tener mi custodia, la logró y me alegré en el fondo a pesar de querer a mi padre, siempre estaba de viaje, eso decía él, cuando en realidad, se pudo comprobar, que se pasaba gran parte del tiempo con amantes que tenía en diferentes lugares de la península, y hasta de las islas.
Eso me determinó a quedarme al cuidado de mi madre, además le tuvo que pasar una pensón por alimentos que dejó de pasle cuando terminé mi carrera de médico. Pues bien, en aquella caja tenía muchas cosas, las galletas habían desaparecido como por encanto a los dos días de marchar la amiga de mi madre, la limpié y decidí que sería el lugar de mis secretos. Allí pues tenía una extraña concha que poniéndomela en el oido, escuchaba el mar, una fotografía de los tres, en una playa de las Islas Canarias que hicimos juntos durante unas vacaciones, una hipodérmica sin aguja de cristal que me regaló mi abuela, todo esto lo atesoraba como si se tratara de mi historia pasada.
Con el tiempo, fui añadiendo cosas, todas ellas para mí muy valiosas, eso sí, siempre fueron parte de mis secretos más íntimos, nadie, ni mi propia hija con los años, pudo ver lo que había en esa caja, cierto es que dejó de oler a las deliciosas galletas de mantequilla danesa que habían ocupado en su día, pero para mí, aquella caja formaba parte de mi vida, y no la dejaba a mano de nadie que pudiera mancillar esos secretos.
No me averguenza decir que en un tiempo tuve una relación amorosa con una amiga de facultad, ambas desnudas en una playa nudista, nos habíamos hecho retratar por una ocupante más de aquella cala escondida de casi todo el mundo. Cristina fue uno de mis amores, la quería con locura, y hasta en ocasiones faltábamos a clases para pasear juntas por la ciudad, y terminar en nuestro pequeño apartamento, amándonos con ternura. Una cadena de plata junto a un medio corazón con su nombre, estaba envuelto en papel de celofán en la caja.
Un día que tenía libre en el hospital, quise retirar la tapa redonda de la caja, me fue casi imposible sino hubiera tenido la ayuda de un abrelatas con el mango de madera, con el que pude hacer palanca. En cuanto abrí la caja, me di cuenta que tenía demasiadas cosas, que los recuerdos se pueden estar acumulando durante toda una vida, que me habrían hecho falta muchas de esas cajas para guardar retazos de la vida que tenía, la que llevé entonces, cuando era joven y la actual, más seria y si cabe, más normal.
Luego de llorar por la nostalgia que me produjo la visión, y en consecuencia las vivencias de los recuerdos escondidos en aquella caja, decidí olvidarla, no la tiré, no la eché a la basura formaban partede un antes del que no tenía nada de qué arrepentirme, pero la dejé en el olvido. Ahora estaba centrada en la crianza de mi hija que no tenía padre, no supe jamás saber de quién se trataba, pero si quería, con solo diez años le pasaba el testigo, para que ella pudiera hacer lo mismo que yo en su día, le regalé una caja decorada con paisajes de varios temas que podía envolver con un lazo, se lo enseñé a hacer y una noche cuando volví del hospital a una hora razonable, mi vecina me dijo, que la había hecho salir de la habitación, porque tenía que guardar unas cosas en la caja de los secretos.
No pude más que hecharme a reir y darle un abrazo a la vecina que se quedó como una estatua de piedra al ver mi reacción.
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