domingo, 19 de junio de 2016

EL VIEJO DEL CALENDARIO

                                                          EL VIEJO DEL CALENDARIO

En casa he visto ese calendario durante años, al principio era actual, se lo regaló la señora de la fruta a mi madre llegadas las fechas de navidad. Representaba a un señor que tiraba de un carro lleno de frutas y legumbres, parecía como si gritara por las calles, haciendo propaganda del género que llenaba su carro, recuerdo que un par de mujeres estaban cerca de él, casi sobre la mínima plataforma del carro en la parte trasera del mismo. Una báscula medía la cantidad de alimentos que escogían, la una estaba pagando lo que ya llevaba en la bolsa de mimbre, otra estaba escogiendo frutas y patatas, lechugas y otros productos, que dejaba apartados en un lado del carro.
Al ser figuras estáticas, pintadas en él calendario, no se veía entre ellas relación alguna, no se les veía hablar, ni siquiera sonreír entre los tres. La mula que debía llevar toda esta carga, arrancar y parar cuando se lo mandaran, estaba olisqueando algo que había en el suelo. De vez en cuando, eso lo imagino yo, el vendedor le echaba una lechuga que no debería estar preparada para la venta, alguna fruta, el caso es, que al parecer el animal no pasaba hambre, ¡mal le hubiera ido pasarla con la de cosas que tenía a su alcance y su dueño le daba!
El caso es que con el tiempo, me aficioné a coleccionar calendarios antiguos, recortaba los números que señalaban los meses y los años, y los pegaba en la pared de mi dormitorio. Con el paso de los años, llegué a tener una buena colección de ellos, a menudo me paraba a mirarlos, calendarios de zapateros, de bodegones, de caza… todos ellos en su conjunto, me dieron una perspectiva de lo que es la vida. Algunos de ellos eran fotografías del mar con sus marineros tirando de las barcas cuando volvían al atardecer, otros eran sencillamente, ilustraciones de parejas que festejaban al lado de un río, pero cada cual, contaba una historia que merecía ser vista.
El viejo del calendario, al final se vio obligado a hacer un calendario de tamaño más reducido que era solo un pequeño paisaje de campo. Entonces fue, cuando comencé a ver los calendarios, como una realidad vivida por todos, cierto, yo había estado en algunos de esos lugares que se dibujaban en aquellos retazos de papel, me di cuenta que yo podía estar retratado en cualquiera de estos calendarios, reí y me congratulé de, no solo estar vivo, sino de formar parte de esta fabulosa humanidad que reía y lloraba por las mismas cosas que yo lo hacía.
Pasé en esa época por un pequeño drama, mis padres decidieron pintar el piso, con eso arrancaron de mi habitación todo lo hermoso que representaba para mí la vida. Sí, yo vivía estas secuencias que ancladas en la pared, unas pegadas con cola, otras sujetas con chinchetas me daban algo de vida, el resto de todo lo que hacía personalmente era ir al trabajo y recrearme en mis cuadros. Los llamaba míos porque los había buscado yo, los seleccionaba yo, eran mi fantasía aunque alguien pensara que me estaba volviendo loco.
El verdulero un día en el que me tocó bajar a buscar un saco de patatas, éramos bastantes en casa, la patata era lo más barato y mejor combinable con otros alimentos… me dijo… “Salvador, no dejes que nadie pisotee tus sueños, para el hombre, es lo único que nos queda. Si te gustan los calendarios, poco a poco, vuelve a coleccionarlos, esta vez, en un lugar donde nadie pueda arrebatarte esta afición que a nadie debería ofender. Ya te conseguiré calendarios… no te apures, tú mientras, sigue tus sueños, a veces los sueños son realidades que nadie sabe comprender”

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