EL VIEJO DEL CALENDARIO
En casa he visto ese calendario durante años, al principio era actual,
se lo regaló la señora de la fruta a mi madre llegadas las fechas de navidad.
Representaba a un señor que tiraba de un carro lleno de frutas y legumbres,
parecía como si gritara por las calles, haciendo propaganda del género que llenaba
su carro, recuerdo que un par de mujeres estaban cerca de él, casi sobre la
mínima plataforma del carro en la parte trasera del mismo. Una báscula medía la
cantidad de alimentos que escogían, la una estaba pagando lo que ya llevaba en
la bolsa de mimbre, otra estaba escogiendo frutas y patatas, lechugas y otros
productos, que dejaba apartados en un lado del carro.
Al ser figuras estáticas, pintadas en él calendario, no se veía entre
ellas relación alguna, no se les veía hablar, ni siquiera sonreír entre los
tres. La mula que debía llevar toda esta carga, arrancar y parar cuando se lo
mandaran, estaba olisqueando algo que había en el suelo. De vez en cuando, eso
lo imagino yo, el vendedor le echaba una lechuga que no debería estar preparada
para la venta, alguna fruta, el caso es, que al parecer el animal no pasaba
hambre, ¡mal le hubiera ido pasarla con la de cosas que tenía a su alcance y su
dueño le daba!
El caso es que con el tiempo, me aficioné a coleccionar calendarios
antiguos, recortaba los números que señalaban los meses y los años, y los
pegaba en la pared de mi dormitorio. Con el paso de los años, llegué a tener
una buena colección de ellos, a menudo me paraba a mirarlos, calendarios de
zapateros, de bodegones, de caza… todos ellos en su conjunto, me dieron una
perspectiva de lo que es la vida. Algunos de ellos eran fotografías del mar con
sus marineros tirando de las barcas cuando volvían al atardecer, otros eran
sencillamente, ilustraciones de parejas que festejaban al lado de un río, pero
cada cual, contaba una historia que merecía ser vista.
El viejo del calendario, al final se vio obligado a hacer un calendario
de tamaño más reducido que era solo un pequeño paisaje de campo. Entonces fue,
cuando comencé a ver los calendarios, como una realidad vivida por todos,
cierto, yo había estado en algunos de esos lugares que se dibujaban en aquellos
retazos de papel, me di cuenta que yo podía estar retratado en cualquiera de
estos calendarios, reí y me congratulé de, no solo estar vivo, sino de formar
parte de esta fabulosa humanidad que reía y lloraba por las mismas cosas que yo
lo hacía.
Pasé en esa época por un pequeño drama, mis padres decidieron pintar el
piso, con eso arrancaron de mi habitación todo lo hermoso que representaba para
mí la vida. Sí, yo vivía estas secuencias que ancladas en la pared, unas
pegadas con cola, otras sujetas con chinchetas me daban algo de vida, el resto
de todo lo que hacía personalmente era ir al trabajo y recrearme en mis
cuadros. Los llamaba míos porque los había buscado yo, los seleccionaba yo,
eran mi fantasía aunque alguien pensara que me estaba volviendo loco.
El verdulero un día en el que me tocó bajar a buscar un saco de
patatas, éramos bastantes en casa, la patata era lo más barato y mejor
combinable con otros alimentos… me dijo… “Salvador, no dejes que nadie pisotee
tus sueños, para el hombre, es lo único que nos queda. Si te gustan los
calendarios, poco a poco, vuelve a coleccionarlos, esta vez, en un lugar donde
nadie pueda arrebatarte esta afición que a nadie debería ofender. Ya te
conseguiré calendarios… no te apures, tú mientras, sigue tus sueños, a veces
los sueños son realidades que nadie sabe comprender”
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