domingo, 19 de junio de 2016

GLORIA MERECIDA

                                                           GLORIA MERECIDA

Estaba en el balcón de mi casa, veía pasar a las golondrinas con sus trinos al parecer desordenados, haciendo cabriolas al volar a diferentes alturas, con un fin concreto, comer, cazar insectos para llevar comida a sus hijos que bajo las tejas de las ventanas y canaleras de las casas, especialmente viejas, quedan de un año para otro vacías porque estas aves emigran a otros lugares cuando llega el  frío. Parece que no tenga mérito alguno el llevar a cabo esta labor día tras día sin cansarse. ¡Va, todo el mundo sabe que estos animalillos alados tienen que ir y venir, se les espera pero no se les da la importancia que tienen.
Pasan sin pena ni gloria por nuestras vidas, sobre nuestras cabezas, dando por sentado que debe ser así y no de otra manera. Es lo mismo que pasa con nuestras vidas, vivimos sin pensar en nada más que en disfrutar de estos momentos de placer que nos dispensa la juventud, la fortaleza que nos da nuestra salud y el ánimo que tenemos por tener aquello, que a otros, les resulta fácil obtener. Mientras tanto, nos olvidamos de aquellos de los nuestros, que han entrado en una fase de depauperación rápida e inevitable. Los consideramos como a esas golondrinas que emigran y que si por cualquier razón no vuelven, no los echamos en falta más que con un “¡Qué lástima, ha sido una pérdida enorme, le echaremos de menos pero qué se le va a hacer, es ley de  vida…!
Como ley de vida lo es, hay que morir algún día, no somos ni seremos jamás eternos. Lo único eterno son las estatuas de bronce o piedra de granito que decoran, muchas de las veces con motivos florales o etéreos los parques así como los parques de los cementerios, ángeles custodios que con sus alas al viento o con largas espadas en sus manos, vigilan la paz de las golondrinas caídas. Merecen todo nuestro aprecio estas criaturas, entre otras cosas, porque ellas ven desde los cielos, las cosas que nosotros pretendemos ver y no podemos, no tenemos alas y si las  tuviéramos… deberíamos primero aprender a saber cómo usarlas.
Esa es solo una de las cosas deberíamos aprender a hacer, ¡pero si el caso es que ni siquiera entre nosotros nos entendemos! Nos descalificamos, insultamos y peleamos por tener un espacio un poco más grande que los demás. Un amigo me decía un día, que no merecemos ni el aire que respiramos, somos egoístas y ladinos, no merecemos gloria alguna, si acaso lo que merecemos es el olvido, eso habiendo sido buena gente, excelentes personas, padres dedicados, maridos entregados e hijos que acuden al primer mal aleteo de cualquiera de los nuestros.
La  gloria es para los que escribieron las cosas que ahora leemos y que nos llenan de satisfacción además de ayudarnos a reflexionar sobre el significado de la vida y sus consecuencias. ¡Gloria a todos estos maestros de la letra y del pensamiento, a ellos, van dedicadas estas líneas!


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