GLORIA MERECIDA
Estaba en el balcón de mi casa, veía pasar a las golondrinas con sus
trinos al parecer desordenados, haciendo cabriolas al volar a diferentes
alturas, con un fin concreto, comer, cazar insectos para llevar comida a sus
hijos que bajo las tejas de las ventanas y canaleras de las casas,
especialmente viejas, quedan de un año para otro vacías porque estas aves
emigran a otros lugares cuando llega el
frío. Parece que no tenga mérito alguno el llevar a cabo esta labor día
tras día sin cansarse. ¡Va, todo el mundo sabe que estos animalillos alados
tienen que ir y venir, se les espera pero no se les da la importancia que
tienen.
Pasan sin pena ni gloria por nuestras vidas, sobre nuestras cabezas,
dando por sentado que debe ser así y no de otra manera. Es lo mismo que pasa
con nuestras vidas, vivimos sin pensar en nada más que en disfrutar de estos
momentos de placer que nos dispensa la juventud, la fortaleza que nos da
nuestra salud y el ánimo que tenemos por tener aquello, que a otros, les
resulta fácil obtener. Mientras tanto, nos olvidamos de aquellos de los
nuestros, que han entrado en una fase de depauperación rápida e inevitable. Los
consideramos como a esas golondrinas que emigran y que si por cualquier razón
no vuelven, no los echamos en falta más que con un “¡Qué lástima, ha sido una
pérdida enorme, le echaremos de menos pero qué se le va a hacer, es ley de vida…!
Como ley de vida lo es, hay que morir algún día, no somos ni seremos
jamás eternos. Lo único eterno son las estatuas de bronce o piedra de granito
que decoran, muchas de las veces con motivos florales o etéreos los parques así
como los parques de los cementerios, ángeles custodios que con sus alas al
viento o con largas espadas en sus manos, vigilan la paz de las golondrinas
caídas. Merecen todo nuestro aprecio estas criaturas, entre otras cosas, porque
ellas ven desde los cielos, las cosas que nosotros pretendemos ver y no podemos,
no tenemos alas y si las tuviéramos…
deberíamos primero aprender a saber cómo usarlas.
Esa es solo una de las cosas deberíamos aprender a hacer, ¡pero si el
caso es que ni siquiera entre nosotros nos entendemos! Nos descalificamos,
insultamos y peleamos por tener un espacio un poco más grande que los demás. Un
amigo me decía un día, que no merecemos ni el aire que respiramos, somos egoístas
y ladinos, no merecemos gloria alguna, si acaso lo que merecemos es el olvido,
eso habiendo sido buena gente, excelentes personas, padres dedicados, maridos
entregados e hijos que acuden al primer mal aleteo de cualquiera de los
nuestros.
La gloria es para los que
escribieron las cosas que ahora leemos y que nos llenan de satisfacción además
de ayudarnos a reflexionar sobre el significado de la vida y sus consecuencias.
¡Gloria a todos estos maestros de la letra y del pensamiento, a ellos, van
dedicadas estas líneas!
----------------------------
No hay comentarios:
Publicar un comentario